LAS MOSCAS
Publicado en Diario Información el 22 de septiembre de 2018
ESPERANDO A GODOT
Las moscas
Según la Wikipedia, creo que es justo y lo más prudente, en los tiempos que corren, citar la fuente exacta, para que no me ocurra como a la ex consellera y ex ministra Carmen Montón, “Tempus fugit es una locución latina que hace referencia explícita al veloz transcurso del tiempo. La expresión parece derivar de un verso de las Geórgicas, del poeta latino Virgilio, que dice más exactamente: «Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus».”
Lo cierto es que el tiempo es una medida que, a la vez, nos define y nos sojuzga. Sin embargo, el tiempo no existe, es una convención etérea, una medida inmaterial de nuestras relaciones completamente convencional. Un reloj, un metrónomo, o un calendario, son artilugios que nos sirven para medir la frecuencia con que se operan determinados cambios en los elementos de la naturaleza: las mareas, nuestro ritmo cardíaco, o el movimiento de los astros en el espacio que, como se ha demostrado, también es un parámetro temporal.
Si por algo podemos distinguir la composición de la materia que conforma los elementos que encontramos en la naturaleza, es por el transcurso del tiempo. Esos cambios los podemos apreciar en nosotros mismos, en la transformación que se produce en nuestros rostros con el paso de los años, en nuestros ritmos circadianos. Somos criaturas atadas al tiempo que, de forma paradójica, tenemos interiorizado un sentimiento que se niega a aceptar que somos finitos y, por tanto, mortales. De hecho, una de las grandes fantasías del ser humano ha sido siempre poder detener el tiempo para, de esa forma, eludir la muerte.
Es éste un asunto que a lo largo de la historia de la literatura, desde tiempos tan remotos como los de Virgilio, como decíamos al principio, ha estado presente en la obra de numerosos autores, especialmente del género poético. Uno de ellos, Antonio Machado, uno de los máximos exponentes de la Generación del 98, la que vio el declive de España tras la trágica pérdida de nuestras últimas posesiones coloniales, escribió un pequeño poema titulado Las Moscas que, dentro de la sencillez aparente que destila, encierra, en parte, una reflexión sobre lo inexorable del paso del tiempo.
No voy a reproducir aquí, por cuestión de espacio, las nueve estrofas del poema, aunque les recomiendo que lo busquen en Internet y lo lean. Pero sí les adelanto que, cuando lo hagan, se darán cuenta de como Machado, en un poema aparentemente desenfadado, es capaz de describir, a través de su relación con las moscas, su vida entera, desde la infancia, pasando por una juventud de ensoñaciones, hasta llegar a una etapa adulta plagada de desilusión, sin duda influida por la época que le tocó vivir.
“Me evocáis todas las cosas”, termina diciéndoles Machado a las moscas, queriendo sin duda significar con ello que las moscas le recuerdan los ciclos de la vida y el paso del tiempo. ¡Ojalá todos tuviéramos la preclara mente de D. Antonio a la hora de saber identificar e interpretar los avatares vitales!
Yo, aunque me encuentro ya, como es notorio, en la época de mi etapa adulta, me hallo en un punto intermedio entre la desilusión más descarnada, fruto de haber vivido ya más años de los que me restan, y un atisbo de esperanza, bisoña quizás, pero similar a la que poseen los jóvenes que aún tienen mucho por descubrir.
Mi desilusión nace del país y la ciudad que reflejan los medios de comunicación: política tramposa, méritos falsos, promesas incumplidas, engaños descarados y corrupción moral, en el sentido estricto del término. Mi esperanza surge al comprobar que la gente con la que me encuentro y me relaciono a diario, los españoles e ilicitanos de carne y hueso, son más cultos, más cívicos y más educados que los de hace veinticinco años.
En cualquier caso, como decía Abraham Lincoln, “se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo.” Por eso, me niego a creer que ese pueblo más culto, más cívico y más educado, esté dispuesto a tolerar las falacias con las que muchos políticos, y algunos medios, le quieren hacer comulgar.
Como decía al principio, el tiempo nos somete. Pero además,
es un juez implacable que acaba juzgando a todos. De modo que no nos sumamos en
la desesperación. Veritas
filia temporis, el tiempo saca la
verdad a relucir, y llegará un tiempo en que tengamos unos gobernantes que
estén a la altura de los ciudadanos que representan. Que sea en este planeta y
en esta era, ya es algo que no sé decirles.
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