EL MATRIMONIO ARNOLFINI Y AMERICAN GOTHIC
Publicado en Diario Información el 29 de septiembre de 2018
ESPERANDO A GODOT
El Matrimonio Arnolfini y American Gothic
No lo tomen por un acceso de inmodestia, pero he percibido últimamente que cuento con un grupo fiel de lectores en nuestra ciudad, al menos así me lo han dicho muchas personas con las que me encuentro por la calle y que dicen haber leído alguno de los artículos que, semana tras semana, se publican en esta sección.
Imagino que el motivo por el que tengo ese grupo, más o menos, seguramente menos, nutrido de seguidores, no es porque en mis artículos se diseccione la actualidad de Elche de una forma certera; para eso ya están los periodistas profesionales, que lo hacen con gran tino, y otros analistas y articulistas, compañeros en éste y otros medios, cuya pluma y verbo son mucho más afilados y floridos que los míos.
Supongo entonces, que la mayoría de ellos lo hacen por el placer de reencontrarse con una de las obras literarias que sirven de texto y de pretexto a la hora de hilvanar estas columnas. Por eso debo advertir que, en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, mis comentarios no van a girar en torno a un libro, sino a dos famosos cuadros: “El Matrimonio Arnolfini” y “American Gothic”, a los que me han recordado dos imágenes que han aparecido en los medios de comunicación de Elche a lo largo de esta semana.
El Matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyk, realizado en 1434 y que se puede contemplar en la National Gallerry, de Londres, representa el escenario de una cámara nupcial donde se retratan dos esposos: Juan Arnolfini, rico tratante de seda italiano, y Juana de Cenani. La obra, además de por su magnífica ejecución, en la que sobresale el protagonismo de la línea, el uso de la luz, y su minuciosidad exquisita, destaca por su amplia carga de simbolismo: el espejo, como símbolo de la virginidad de la mujer antes del matrimonio; la imagen de Santa Margarita, patrona de los partos; el perrito, como símbolo de fidelidad; o los propios esposos, que posan en un gesto de bendición.
American Gothic, pintado por el norteamericano Grant Wood, en 1930, se encuentra depositado en el Art Institute, de Chicago. El cuadro intriga a todos los que lo contemplan, que no aciertan a comprender su verdadero significado. En él podemos ver a un granjero y su esposa, o su hija-la relación siempre se ha mantenido en una interesante ambivalencia- que posan circunspectos frente a su escrupulosamente limpia casa, de estilo gótico rural americano. En aquella época, los artistas estadounidenses se inspiraban en escenas rurales de la América de la depresión, como antítesis de las influencias modernistas que triunfaban en Europa.
Lo cierto es que las obras de arte de un período histórico determinado son su mejor reflejo y seña de identidad. En sus composiciones, los artistas reflejan los principios y los convencionalismos de la sociedad de su época o, por el contrario, intentan rebelarse y luchar contra ellos. Este hecho se hace, si cabe, más patente cuando comparamos cuadros de etapas diferentes que muestran el mismo tipo de relaciones humanas. En el caso de American Gothic y de El Matrimonio Arnolfini el tema es común: en ambos lienzos, en la escena predomina la figura de una pareja casada o que, cuando menos, mantienen algún tipo de relación estable.
Pero, mientras en American Gothic el protagonismo absoluto es el de las dos figuras humanas, masculina y femenina, y el resto de elementos, como la casa, son absolutamente secundarios –con la excepción de la horca, que simboliza la preeminencia del hombre sobre la mujer-, en El Matrimonio Arnolfini, la escena está dispuesta para darle una mayor preponderancia a los elementos simbólicos dispuestos alrededor de la pareja, que a ésta en sí misma. Todo en la habitación está colocado de modo que exista una relación equilibrada entre los elementos humanos y el resto de objetos, que muestran el tema religioso y ceremonial que se pretende trasmitir.
Las dos imágenes de la actualidad ilicitana a las que al principio citaba como fuente de inspiración para haber recordado estas dos obras maestras son, por un lado, la instantánea de Alejandro Soler y Carlos González, saludándose en la sede del PSOE, tras ser confirmado el segundo como candidato a la alcaldía; por otro, el de la rueda de prensa conjunta, la primera en muchos años, de Mercedes Alonso y Pablo Ruz.
En la primera, como en el cuadro de van Eyk, los dos protagonistas aparecen cogidos de la mano, si bien los Arnolfini lo hacen con unas formas y una expresión beatífica, mientras que en Soler y González se aprecia un enorme desagrado en el gesto y en el rostro. Con todo, en esta imagen, como en El Matrimonio Arnolfini, lo más destacable no son los protagonistas, sino los símbolos que los rodean: la foto está tomada en la sede del partido, dominado por Soler, y ambos están rodeados por una ejecutiva que también controla éste. Está claro que si González llegara a ganar las elecciones municipales ya no tendría al enemigo enfrente, sino en su propia casa.
La segunda, es muy similar a la que pintó Wood. Los protagonistas, Ruz y Alonso, ocupan el centro de la escena, como si fueran un matrimonio o, al revés que en American Gothic, madre e hijo. En este caso, el elemento simbólico que representaba la horca en el cuadro, lo han ocupado los micrófonos en la fotografía: el hecho de que estén volcados del lado de Ruz, indica que él ha cobrado mayor protagonismo en la relación que, otrora, fue a la inversa, pero que sigue existiendo.
En cualquier caso, hay un elemento
común y muy potente en ambas imágenes: los políticos profesionales del PSOE y
del PP, por mucho que lo nieguen en público, harán cualquier cosa por
perpetuarse en sus poltronas. Incluso aliarse con sus enemigos íntimos.
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