JULIO CÉSAR

Publicado en Diario Información el 7 de septiembre de 2018

Esperando a Godot


Julio César

Retomo hoy, tras el obligado paréntesis estival, esta colaboración semanal en la que, como saben ustedes, intento conjugar unas pinceladas, de trazo grueso, sobre alguna obra literaria, con algún que otro garabato, pues tal y como está el panorama en nuestra ciudad no llega a la categoría de dibujo, de la actualidad local.

Disculpen, en primer término, que haya empezado con un tópico al hablar del “obligado paréntesis estival”. Lo cierto es que uno, de tanto en tanto, necesita un descanso para poner en orden sus ideas y volver con renovado brío al quehacer cotidiano, por lo que el descanso no ha sido obligado, sino necesario; como los partidos políticos, de los que los medios de comunicación indican que “han comenzado el curso” con tales o cuales pretensiones y novedades. Curioso símil, el del comienzo de curso, cuando algunos llevan ya tres años como los repetidores del BUP, aquellos individuos que pululaban apáticos por el fondo de la clase y que, en primero o segundo, lucían ya una poblada barba, fruto de los años que llevaban calentado su silla, o su escaño, si quieren que sigamos con las comparaciones.

Pero no divaguemos. Hemos convenido en que en estos artículos se habla de literatura, no de política. De modo que les propongo una segunda lectura crítica de una celebérrima tragedia de William Shakespeare: Julio César. La obra, escrita en 1599, es una de tantas que el magnífico dramaturgo inglés produjo sobre temas históricos. En este caso, el argumento se centra en el contexto de la antigua Roma, en la época en que César había ganado una guerra civil que, en principio, se luchó para evitar que él, y los que lo apoyaban, concentraran todo el poder.

A partir de ahí, se desarrolla una trama, en la que se entremezclan las más altas y bajas pasiones, desembocando en el conocido episodio en el que varios senadores, entre los que se encontraba Bruto, amigo de César, perpetran uno de los más famosos magnicidios de la historia de la humanidad. Desde ese momento, muchos han visto la figura de Marco Bruto como el arquetipo del traidor, y se ha utilizado la frase que se pone en boca de Julio César, Et tu Brute?, como la más amarga expresión de decepción ante una amistad trocada en deslealtad.

Sin embargo, muchos críticos no atribuyen a Bruto la intención de traicionar a César. El mismo Bruto, en la escena segunda del tercer acto, consumado ya el asesinato y prestos a dar sepultura al malogrado dirigente, se justifica afirmando: “...Si hubiese alguno en esta asamblea que profesara entrañable amistad a César, a él le digo que el afecto de Bruto por César no era menos que el suyo. Y si entonces ese amigo preguntase por qué Bruto se alzó contra César, ésta es mi contestación: «No porque amaba a César menos, sino porque amaba más a Roma.» ¿Preferiríais que César viviera y morir todos esclavos a que esté muerto César y todos vivir libres?...”

Bruto no mató a César, pues, por una ambición personal, sino porque pensaba que esa acción era lo mejor, en ese momento, para Roma. Bruto, al afirmar que se opone al espíritu de César, lo que quería argumentar era que se oponía a la idea de que un sólo hombre gobernara la República, coqueteando incluso con la idea de acabar con ella, convirtiéndose en dictador y anulando la democracia romana y la influencia del Senado sobre la vida pública.

Yo no aprecio menos a nuestro Alcalde y algunos miembros de la corporación de lo que Bruto amaba a César, pero amo a Elche al menos tanto como él amaba a Roma, y lo que veo en mi ciudad no me gusta. No me gusta que el centro se muera. No me gusta que la ciudad esté sucia. No me gusta que se trate a los habitantes de las pedanías como ciudadanos de segunda. No me gusta que barrios de nuestra ciudad, con un gran potencial humano y económico, languidezcan. No me gusta la imagen lamentable que damos a los pocos que nos visitan. No me gusta que no haya una política cultural digna de tal nombre. No me gusta que la educación sólo se esgrima como arma electoral. No, no me gusta nada de lo que se está haciendo.

Con todo, lo peor es que no veo una intención de revertir este orden de cosas. Esta misma semana, haciendo alarde del tópico al que me refería de “inicio del curso político”, el PP y el PSOE presentaban algunas de sus propuestas para lo que queda de mandato y, supongo, como anticipo de lo que van a proponer de cara a las elecciones municipales. Los medios de comunicación coinciden en que las propuestas de ambos son muy parecidas. Yo añadiría que, además de parecidas, son igual de intangibles, melifluas y etéreas.

Hay una sensación generalizada entre la población de que todos los políticos son iguales. No me extraña, lo que ocurre en Elche es una demostración empírica que puede avalar perfectamente ese postulado. Sin embargo, cuando uno visita otras ciudades, se da cuenta de que hay otra forma de hacer las cosas, que hay ciudades similares a Elche que funcionan, que son amables con sus vecinos y que suscitan la admiración de sus visitantes.

Estamos en el siglo XXI, ya no podemos hundir una daga en el costado de nadie para subvertir el orden establecido, pero tenemos el arma de nuestros votos y la podremos blandir en breve.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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