MUROS INSALVABLES

Publicado en Diario Información el 17 de mayo de 2019

ESPERANDO A GODOT

Muros insalvables

Los regímenes totalitarios, fascistas y comunistas, que asolaron gran parte de Europa en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, y que tuvieron su continuidad hasta prácticamente finales de ese mismo siglo en los países en que se implantaron modelos de estado fundamentados en lo que vino en llamarse el “socialismo real”, al otro lado del “telón de acero”, supusieron una de las mayores vergüenzas de la historia de la humanidad en términos de sufrimiento y de pérdida de vidas humanas.

A lo largo de todos esos años, muchos fueron los episodios que nos mostraron la crueldad y el sinsentido de esos regímenes, en la órbita de la Unión Soviética. Dos de esos episodios, bien conocidos por todos, fueron La revolución húngara, en 1956, y La primavera de Praga, en 1968. Ambos tuvieron como fin zafarse del yugo bolchevique. Los dos tuvieron el mismo resultado: la represión por la fuerza, con el auspicio de la URSS y del Pacto de Varsovia.

Pero si hubo un hecho y un régimen que pudieran epitomar esos años plomizos de la historia de Europa, éstos fueron la creación, en 1949, de la República Democrática Alemana, en la zona ocupada que había quedado bajo el influjo de Moscú, y la erección del Muro de Berlín. La ciudad había quedado dividida en cuatro sectores, administrados por cada una de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, y a diario había un trasiego de ciudadanos entre la zona soviética y la occidental. Sin embargo, en la madrugada del 13 de agosto de 1961, unidades del ejército germano oriental comenzaron a cerrar la frontera entre Berlín Este y Berlín Oeste. Las tropas dividieron las calles que separaban ambas zonas con alambre de espino y con la posterior construcción del infranqueable muro, que no caería hasta la histórica noche del 9 de noviembre de 1989.

El principal propósito de ese “muro de la vergüenza”, como lo llamaba Willy Brandt, Alcalde de Berlín Oeste por aquel entonces, no era otro que convertir el territorio de la RDA en una prisión para que sus propios ciudadanos no pudieran salir del país. El muro, y toda la frontera, permanecieron esos veintiocho años fuertemente custodiados por soldados que tenían órdenes expresas de disparar contra cualquiera que intentara franquearlos. Se calcula que, en ese período, unas cinco mil personas intentaron huir, de las que unas seiscientas perdieron la vida en el intento.

Estos trágicos acontecimientos han dado lugar a numerosas historias de ficción, entre las que me gustaría recomendarles dos. La primera es una novela que acabo de leer, más bien de devorar, pues es una de esas lecturas de las que, una vez empezadas, no puedes descansar hasta terminar la última página. Se trata de La sospecha de Sofía, de la madrileña Paloma Sánchez-Garnica. No voy a revelar muchos aspectos de la trama, para que ustedes mismos la puedan disfrutar, pero sí les diré que, partiendo de unos hechos acaecidos en plena Guerra Civil Española, la autora nos traslada, a través de un intrincado pero perfectamente estructurado hilo argumental, hasta la Alemania Oriental, describiendo, a través de sus personajes, toda la crudeza con que el régimen trataba a sus ciudadanos, privados de los más elementales derechos humanos y alienados por un sistema que decidía desde quien podía o no estudiar tal o cual cosa, o donde debía vivir cada uno, hasta el punto de privar a muchos, de una forma totalmente arbitraria, de su más íntima libertad de pensamiento e incluso de su propia vida.

La otra obra de ficción sobre la RDA y el Muro de Berlín a que me refería es una película, dirigida por el cineasta alemán Wolfgang Becker, en el año 2003, y titulada Good bye Lenin. En este caso se trata de una parodia ambientada durante los acontecimientos que se sucedieron en noviembre de 1989 en Alemania. La protagonista es una mujer adepta al régimen y militante del Partido Socialista Unificado, que entra en coma poco antes de la reunificación. Cuando despierta, ocho meses más tarde, las cosas han cambiado radicalmente, por lo que sus hijos, para evitarle el disgusto que el triunfo del capitalismo le acarrearía, urden un plan para recrear, a los ojos de su madre, la vida previa a la caída del muro. Una gran película que, aparte de entretener con divertidos episodios, nos hace reflexionar sobre esa etapa histórica.

Siempre está bien acercarse a estos hechos, aunque sea a través de la ficción, porque los que siempre hemos vivido en democracia, en ocasiones, no sabemos valorar nuestra suerte. Por ese motivo, cuando leo noticias que, en principio parecen buenas, siempre me gusta hacerlo desde una perspectiva crítica. Me refiero, en concreto, a una noticia publicada en este mismo diario, el pasado miércoles, en la que se hablaba de la experiencia de los “patios coeducativos” que llevan a cabo dos colegios de Elche. En ellos, los docentes proponen diferentes actividades durante los recreos de los escolares. Lo que me chocó es que, a menos que yo entendiera mal la noticia, que será lo más probable, se hablaba de que los niños pueden o no pueden jugar a determinadas cosas, al fútbol por ejemplo.

Conozco varias experiencias, muy enriquecedoras todas ellas, en las que algunos colegios e institutos han propuesto diversas actividades durante los períodos de asueto de los discentes. Esas actividades han contribuido, de forma muy positiva por cierto, a la mejora de la convivencia escolar. Pero de ahí  a decirles a los niños a qué pueden jugar y a qué no me parece atravesar una delgada línea. La que separa la educación en valores de la de intentar inculcar a los pequeños los valores de los adultos a los que están encomendados.

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