A BUEN FIN NO HAY MAL PRINCIPIO

Publicado en Diario Información el 28 de junio de 2019

ESPERANDO A GODOT

A buen fin no hay mal principio

Hay momentos en la vida que a uno se le quedan grabados de una forma indeleble en la memoria. Uno de esos recuerdos que me vienen particularmente a la mente fue mi primer día de COU, lo que ahora sería equivalente a segundo de Bachillerato, equivalente en cuanto a la edad de los discentes y a ser el curso previo al comienzo de los estudios universitarios, aunque los niveles que se imparten hoy en día sean considerablemente más bajos.

El profesor tutor de mi grupo, COU “A”, de ciencias puras, del IES La Asunción, era Eduardo Vaquero, a la sazón nuestro profesor de Filosofía, tristemente fallecido hace poco en un desgraciado accidente doméstico que se llevó consigo una de las mentes más preclaras que jamás he conocido. Aquel día Vaquero, como le llamábamos (dirigiéndonos siempre a él de usted, por supuesto), nos hizo a todos una pregunta que quizás hoy en día fuera arriesgado formular en un aula: “¿Cuáles son los dos últimos libros que han leído ustedes?”.

Yo, por aquel entonces, como creo haberles relatado en alguna ocasión, leía todo cuanto caía en mis manos, especialmente en verano, cuando mis amigos se iban al apartamento de Santa Pola y yo me quedaba en el tórrido Elche, sin más, ni menos, compañía que la Biblioteca Municipal y el Bibliobús; por eso, para mi profundo orgullo, mi respuesta dejó estupefacto al mismísimo Eduardo Vaquero. “El libro de buen amor, del Arcipreste de Hita, y El Decamerón, de Boccaccio”, le respondí. A lo que Vaquero, mirándome de esa forma penetrante con la que él acostumbraba a hacerlo, y que asustaba sólo a los que no le conocían, pues además de inteligente era una gran persona, replicó: “Va usted muy fuerte”.

Unos años más tarde, en la Universidad, aunque esta vez cursando letras y no ciencias, conocí, para mi fortuna, a William Shakespeare y, entre otras muchas de sus obras, una comedia oscura basada, precisamente, en uno de los cuentos de El Decamerón de Boccaccio. Su título original en Inglés es All’s Well That Ends Well, traducida al español como A buen fin no hay mal principio o Bien está lo que bien acaba. El texto, escrito entre 1601 y 1605 y publicado en 1623 narra los esfuerzos de Helena, hija de un médico, por desposarse con Bertram, nuevo Conde del Rosellón tras el reciente fallecimiento de su padre.

Cuando Bertram abandona el Rosellón para vivir en la corte, Helena va en pos de él, con la esperanza de administrarle al Rey de Francia, gravemente enfermo, una cura milagrosa que su padre le había confiado; agradecido por los resultados de la pócima, el Rey la premia con la posibilidad de elegir a cualquier hombre que desee, escogiendo ella, por supuesto, a su amado Bertram.

A partir de ese momento, se dan una serie de circunstancias, que no les voy a desvelar, por si quieren leer la obra, pero que terminan de una forma que hace honor al título de la comedia: Bien está lo que bien acaba. Título que, al igual que multitud de frases y aforismos de William Shakespeare- del mismo modo que ha sucedido en español con otras de grandes autores como Cervantes- ha pasado al acervo popular, traspasando incluso fronteras, puesto que el título del bardo inglés se usa en el español actual significando que sólo corresponde calificar algo de bueno cuando se ha culminado.

En Elche, la Comunidad Valenciana y España, la legislatura acaba de comenzar; de hecho, en España aún no ha comenzado técnicamente, pues no lo hará hasta que se elija presidente del Gobierno, cosa que presumiblemente no ocurrirá antes de septiembre. Muchos serán, hasta entonces, los vuelos en Falcon de Pedro Sánchez, acaso a inaugurar trenes ecológicos, como esta semana en Granada. En la Comunidad Valenciana los resultados electorales han supuesto solamente un pequeño reequilibrio de poder, a favor de Ximo Puig y en detrimento de Mónica Oltra, pero la entrada de Podem ha supuesto, en vez de una reorganización de las Consellerias, un aumento de éstas, así como del número de altos cargos. Nada bueno presagia ese comienzo. En Elche, como nos conocemos todos, poco les voy yo a descubrir. Esperemos que la declaración de buenas intenciones del Alcalde en su discurso de investidura no se queden en eso, en buenas intenciones. La ciudad no soportaría cuatro años más con los principales proyectos paralizados y sin un rumbo marcado de forma meridianamente clara.

En fin, siguiendo el consejo literario, lo más prudente será esperar a ver cómo acaba esto. Entretanto, semana tras semana, seguiremos, como dice el epígrafe de esta columna, “Esperando a Godot”.

 DAVID Y GOLITA

Publicado en Diario Información el 21 de junio de 2019

ESPERANDO A GODOT

David y Goliat

Gracias a Dios, o a los hados, como ustedes prefieran, ya se han constituido los ayuntamientos de todos los municipios de España, aunque la configuración final de muchos de esos equipos de gobierno no haya estado exenta de cierta polémica, y hasta de cierto morbo, por la concatenación de pactos, unas veces intrincados, otras inverosímiles, que se han tenido que producir para llegar a dar cierta estabilidad a muchos consistorios.

En el caso de Elche, el pacto entre el PSOE y Compromís estaba destinado a producirse en cualquier caso, aunque el hecho más que probable de que el Alcalde conociera de antemano que su Némesis en al anterior Gobierno Municipal, Mireia Mollà, iba a ser elevada a los altares del Cap i Casal y, por lo tanto, se iba a librar de su presencia en el nuevo equipo, sin duda ha coadyuvado a que las negociaciones transcurrieran de una forma más relajada. Los posibles pactos con otras formaciones creo que en ningún momento pasaron por la cabeza de los dirigentes socialistas, más allá de una invitación a una conversación de paripé o, por qué no, quizás de cortesía, con Ciudadanos.

Llegado este punto, ahora lo que toca es repartir dedicaciones exclusivas, como comentábamos hace dos semanas (vid. El salario de Sancho Panza, 7/6/2019), e intentar restañar heridas en el seno de aquellos partidos cuyos resultados no han sido los esperados. De hecho, la práctica totalidad de las formaciones, salvo una que yo sepa, la semana posterior a las elecciones se reunieron con sus afiliados para dar cuenta de las posibles causas y elaborar las estrategias adecuadas para emprender la travesía del desierto que supone ejercer cuatro años de oposición o, en el peor de los casos, de tener que batallar contra el poder desde fuera de la institución municipal.

En cualquier caso, casi siempre, las personas que controlan los aparatos de los partidos son renuentes a realizar la necesaria autocrítica, pues ello supondría, por una parte reconocer sus errores y, por otra, ceder poder orgánico dentro de la organización a los afiliados que intentan, de buena fe, mejorar la situación; y cuando estos últimos intentan plantar batalla al aparato se encuentran en una situación similar a la de la historia bíblica de David y Goliat (I Samuel 17: 1-54).

Esta historia, como todas las que aparecen en el Antiguo Testamento, no se corresponden de una manera exacta con ninguno de los géneros literarios que conocemos en la actualidad. En realidad, se trata de narraciones al estilo de los cuentos de tradición oral, pero insertos en un contexto que hace de ellas, prácticamente, una suerte de puesta en escena teatral. En ésta, en concreto, se nos presenta la misma situación que se repite, día tras día, durante cuarenta y dos jornadas consecutivas: dos veces al día, por la mañana y por la tarde, de las filas del ejército filisteo, posicionado frente al israelita, emerge un gigante, Goliat, que reta a los oponentes a una pelea con ellos uno a uno, pero nadie se atreve a enfrentarse a él.

Pero, un día aparece David, un pastor de ovejas que había sido enviado por su padre al campamento israelita para llevar provisiones. Estando ahí se entera del reto de Goliat y de la incapacidad de su pueblo para hacerle frente, pues lo creen invencible. Pero David sólo ve en Goliat un filisteo más, no tan diferente de las bestias a las que, de forma recurrente, ha de hacer frente con su onda y matar para defender a su rebaño.

Para David, los ejércitos de Israel son el rebaño de su padre, de Dios. El resto de la historia la conocen todos ustedes: David, rechazando portar otras armas más que su onda, se dirige al campo de batalla para aceptar el reto de Goliat. Toma cinco piedras del suelo, coloca una en su onda y la dirige contra el gigante filisteo que, alcanzado entre los ojos cae al suelo. David, entonces, le arrebata su propia espada y lo decapita.

En los partidos políticos suele haber gente como Goliat: fanfarrones engreídos que se creen invencibles y, por lo tanto, exigen pleitesía a los demás. Pero no se dan cuenta de que también hay muchos David y que, tarde o temprano, alguno de ellos les acertará con su onda.

 EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS

Publicado en Diario Información el 14 de junio de 2019

ESPERANDO A GODOT

El club de los Poetas Muertos

Les debo confesar que, como cantaba Florencio Torrelledó, allá por los años 60, “Estoy loco por el tenis, me gusta su juego tan emocionante”. Claro que es muy comprensible ser seguidor de este deporte cuando hemos tenido la fortuna de vivir en la época en la que hemos disfrutado con el mejor jugador de nuestra historia: Rafael Nadal.

El tenis es un deporte de caballeros, con unas reglas sencillas y estrictas. Se practica en una pista que mide, para los partidos individuales, 23,77 metros de largo, por 8,23 metros de ancho, estando dividida en su mitad por una red suspendida de una cuerda, o cable metálico, cuyos extremos están fijados a la parte superior de dos postes, a una altura de 1,07 metros.

Imagino que el hecho de que las dimensiones de la cancha y la altura de la red arrojen unos guarismos tan poco redondos se debe a que el tenis es un invento inglés y, por lo tanto, esas reglas debieron pergeñarse utilizando el sistema de medidas imperial. No obstante, esas son las que son y no difieren de un club a otro, ni de un país a otro, ni siquiera de una comunidad autónoma española a otra. Sí, así es, aunque les cueste comprenderlo, las dimensiones del campo de juego en Barcelona, son iguales a las de Madrid, San Sebastián, o a las del Club de Tenis Elche, donde juega mi hijo.

Bromas aparte, no cabría en cabeza alguna que este deporte, o cualquier otro, tuviera unas reglas distintas en función de la comunidad autónoma en que se disputase; ese caos supondría que alguien que juegue al tenis en Elche, si acude a un torneo en Valladolid, tendría que aprender las reglas del tenis “castellano-leonés” y practicar con ellas antes de la competición. Absurdo, ¿verdad? Pues bien, algo que nadie entendería en un juego se está produciendo de forma sistemática, desde hace décadas, en un asunto de mucha mayor trascendencia: nuestro sistema educativo o, mejor dicho, nuestros sistemas educativos.

Imagino que no habrán sido ustedes ajenos a la polémica surgida en torno al examen de matemáticas de la EBAU, o selectividad para entendernos todos, de este año en la Comunidad Valenciana. Esa supuesta complejidad ha avivado el debate acerca del sinsentido que supone que una prueba que permite acceder a cualquier universidad española tenga un grado de exigencia diferente en función de la comunidad autónoma en que se realice. Muchos políticos han aprovechado la exposición mediática de este asunto para lanzarse a hacer propuestas en el sentido de unificar las pruebas de acceso a la universidad para que éstas sean idénticas en toda España.

La tesis de la unificación del examen va en la línea que yo he expuesto con el símil tenístico. Sin embargo, decretar, sin más, que de un año para otro la selectividad sea igual en todo el territorio nacional sería como si un tenista entrenara todo el año en una pista más corta, más estrecha y con la red más baja, y en junio se tuviera que enfrentar, jugándose su futuro, a Rafa Nadal en la pista central de Roland Garros. Hablando en términos educativos, antes de unificar la prueba de acceso a la universidad habría que unificar los contenidos que se imparten en todas las comunidades autónomas durante el bachillerato.

La Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa, establecía las competencias que el Gobierno se reservaba respecto del currículo de las diferentes etapas de la enseñanza. En concreto, la letra e) del artículo 6 bis de dicha norma decía textualmente: “El diseño del currículo básico, en relación con los objetivos, competencias, contenidos, criterios de evaluación, estándares y resultados de aprendizaje evaluables, con el fin de asegurar una formación común y el carácter oficial y la validez en todo el territorio nacional de las titulaciones a que se refiere esta Ley Orgánica.”

Asegurar una formación común en todo el territorio nacional, he ahí el quid de la cuestión. Pero, ¿qué elementos introducía la ley para asegurar esa formación común a toda España? Pues, básicamente, unas evaluaciones finales de Primaria, ESO y Bachillerato que garantizaran la adquisición de esos objetivos, competencias y contenidos comunes. ¿Quién arremetió de forma furibunda, hasta no verlos derogados, precisamente contra los aspectos de la LOMCE que garantizaban la igualdad de todos los españoles? La izquierda política y los nacionalistas.

Hay una novela, llevada al cine con gran éxito de crítica y público en 1989, El club de los Poetas Muertos, en la que un profesor de literatura inglesa, de un elitista colegio norteamericano de los años cincuenta del siglo pasado, intenta inspirar a sus alumnos otros valores más humanos, diferentes de los que suponían los cuatro pilares del centro: “tradición, honor, excelencia y disciplina.” Una de las escenas más dramáticas de la película es la parte en la que uno de los estudiantes se suicida porque su padre quiere que estudie y no le deja ser actor. Cuando vi por primera vez El club de los Poetas Muertos, siendo muy joven, simpaticé con el idealista profesor y sus ideas “progresistas”. Pero ahora, después de haber tenido responsabilidades en diferentes ámbitos de la educación, hasta podría llegar a empatizar con el padre del malogrado joven y, desde luego, compartir los valores académicos de excelencia y disciplina.

 EL SALARIO DE SANCHO PANZA

Publicado en Diario Información el 7 de junio de 2019

ESPERANDO A GODOT

El salario de Sancho Panza

Habrán reparado ustedes en que, a pesar de ser la literatura el leitmotiv de esta sección, no me he referido, en los más de dos años que lleva apareciendo semanalmente, sino tangencialmente, a la obra cumbre de nuestras letras: El Quijote. Quizás esta omisión se deba a lo complicado que es aludir a una obra que ha sido estudiada y comentada por tantos y tan eruditos críticos literarios a lo largo de la historia.

Sea como fuere, algunos acontecimientos acaecidos en los últimos días en Elche y comentados en este mismo diario, me han traído a la mente un episodio del Quijote, en concreto aquél, del capítulo VII, de la segunda parte, en el que Sancho, instado por su mujer Teresa se dirige a Don Quijote para que “...vuesa merced me señale salario conocido de lo que me ha de dar cada mes el tiempo que le sirviere, y que el tal salario se me pague de su hacienda...”.

A lo que Don Quijote le replica: “Mira Sancho, yo bien te señalaría salario, si hubiera hallado en alguna de las historias de caballeros andantes ejemplo que me descubriese y mostrase por algún pequeño resquicio qué es lo que solían ganar cada mes, o cada año; pero yo he leído todas o las más de sus historias, y no me acuerdo haber leído que ningún caballero andante haya señalado conocido salario a su escudero. Sólo sé que todos servían a merced, y que cuando menos se lo pensaban, si a sus señores les había corrido buena suerte, se hallaban premiados con una ínsula, o con otra cosa equivalente, y, por lo menos, quedaban con título y señoría. Si con estas esperanzas y aditamentos vos, Sancho, gustáis de volver a servirme, sea en buena hora; que pensar que yo he de sacar de sus términos y quicios la antigua usanza de la caballería andante es pensar en lo escusado. Así que, Sancho mío, volveos a vuestra casa, y declarad a vuestra Teresa mi intención, y si ella gustare y vos gustáredes de estar a merced conmigo, bene quidem, y si no, tan amigos como antes; que si al palomar no le falta cebo, no le faltarán palomas. Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión”.

Esta conversación entre amo y escudero hay que intentar comprenderla a la luz de los acontecimientos históricos y de los avatares económicos de la época. El Quijote fue publicado por primera vez el año 1605; por aquel entonces se daba la paradoja de que siendo el rey español, Felipe II, monarca de medio mundo, la hacienda pública tuvo que declararse en bancarrota el año 1575. El principal motivo fue que, a pesar de la riada de plata que llegaba del Nuevo Mundo, ésta no era suficiente para pagar a tiempo a los prestamistas europeos que financiaban las campañas bélicas que se habían emprendido. Además, el exceso de oro y plata provocó, como efecto colateral, que las manufacturas se importaran, provocando una subida de los precios y el declive de los artesanos locales.

Por otra parte, este diálogo entre Don Quijote y Sancho, también refleja una contraposición entre dos mundos. El escudero quiere salir de su situación de pobreza cobrando un “salario conocido”, es decir, quiere pasar de la condición de siervo a la de asalariado, lo que implica un salto hacia la modernidad. Pero su amo, con hábil oratoria, lo convence para que le siga acompañando como vasallo, perpetuando las formas y maneras habituales de un antiguo régimen medieval.

Hoy en día nadie se sorprende si cualquier trabajador reclama, como Sancho, un “salario conocido” como contraprestación a su esfuerzo. Lo que sí llama poderosamente la atención son las noticias aparecidas, a las que aludía al comienzo de este artículo, sobre las negociaciones iniciadas, y las aplazadas, entre los diversos grupos políticos para configurar un futuro Gobierno municipal. Nada sabemos de la respuesta que esa futura mayoría pretende dar a la multitud de retos que tiene pendientes nuestra ciudad; sólo intuimos que las conversaciones emprendidas no tienen otro fin que un reparto de poder, y de puestos, que deje satisfechos a los muchos que pretenden subirse, o no apearse, de las prebendas propias de mantenerse próximo al abrigo que confiere el poder.

Pero en el bando de los perdedores también hay movimientos, en este caso por el reparto de las dedicaciones exclusivas que el Alcalde pueda conceder a los grupos de la oposición; movimientos tan burdos que el Diario Información ponía nombre y apellidos a los que se disputan esos emolumentos. De nuevo, el destino de la ciudad y sus habitantes parecen algo muy ajeno a estos políticos que, en el gobierno o en la oposición, llevan décadas cobrando del erario público. “Cada uno es tal como Dios le hizo, y aún peor muchas veces”.

 LA SUMMA

Publicado en Diario Información el 31 de mayo de 2019

ESPERANDO A GODOT

La Summa

Por el título de este artículo, quizás hayan ustedes barruntado que les voy a aburrir haciendo un sesudo análisis de los resultados que las elecciones municipales tuvieron en Elche el pasado domingo, de la posible configuración del nuevo gobierno municipal, así como de las consecuencias que de ello se pueden derivar en los partidos que han sido derrotados en las urnas con claridad. Quizás lo intente más adelante, pero primero me van a permitir explicarles el verdadero motivo que me ha inspirado el epígrafe de esta columna.

La cuestión es que el pasado lunes fui invitado a una charla para comentar los resultados de las pasadas elecciones, a la que también acudieron como ponentes Manuel Rodríguez, antiguo Alcalde de Elche, Emilio Martínez, periodista, Victoria Rodríguez, profesora del Área de Ciencia Política y de la Administración en la UMH de Elche, y Emiliano Rodríguez, abogado. Todos ellos hicieron una disección de esos resultados desde las diferentes perspectivas que su diversa formación y vivencias personales y profesionales les otorgan, pero con un denominador común: la sagacidad de sus apreciaciones y lo ameno de sus intervenciones.

En el caso de nuestro ex Alcalde, sin duda el más erudito de cuantos hemos tenido, nos hizo, desde su gran experiencia política y su vasta cultura académica, una magnífica disertación sobre la ética política, en clave aristotélica y con referencias clásicas y bíblicas que, al sentarme frente al teclado, me han traído a la mente la principal obra de Santo Tomás de Aquino, la Summa Theologiae, Suma Teológica, o simplemente “La Summa”.

La Summa se divide en tres partes, cuyo objetivo es instruir, tanto a los iniciados como a los neófitos, en todas las áreas del cristianismo. En ella se discute sobre asuntos centrales de la moral cristiana, la ética, el derecho y la vida de Cristo, aportando soluciones filosóficas y teológicas para muchas de las discusiones y las dudas que se pueden suscitar en torno a la fe Cristiana. Esta obra, escrita entre 1265 y 1274, muestra, de una forma meridianamente clara, que sus raíces se hunden en los principios filosóficos preconizados por Aristóteles y adquiridos a través de San Agustín.

Pero no se preocupen, que la filosofía termina aquí y comienza mi modesto análisis de las cifras que arrojaron las urnas en nuestra ciudad. En primer lugar, en Elche sólo hubo un claro ganador, al que no se puede sino felicitar por su contundente victoria: el PSOE, encabezado por Carlos González, aunque Alejandro Soler también quiera atribuirse, y sin duda será justo reconocérsela, parte de esa gloria. Los doce concejales obtenidos y los 37.351 votos son un magnífico resultado, sobre todo teniendo en cuenta que suponen un incremento neto de electores en comparación con los 33.762 y los 36.914 cosechados, respectivamente, en las autonómicas y generales celebradas hace un mes.

En segundo término, hay dos partidos que pueden darse por contentos o, al menos, no deben estar del todo insatisfechos: el primero, sin duda, es Vox. Este partido, a pesar de dejarse en el corto trecho que va de las autonómicas y generales a las municipales más de la mitad de sus apoyos, irrumpe en el consistorio con dos representantes. El otro es el PP, que ha aumentado su respaldo popular en más de tres mil papeletas en comparación con los comicios celebrados en abril y mantiene sus nueve concejales.

Por último, hay cinco formaciones políticas que han cosechado unos muy malos resultados sin paliativos. Por una parte, Podemos, que se queda sin concejal por no superar la barrera del 5% de los votos. Por otra, las formaciones “localistas”, Ilicitanos por Elche y Partido de Elche, que se han quedado sin representación municipal. Quizás para el primero de ellos no haya sido una sorpresa, pero en el caso de Jesús Pareja, estoy convencido de que ni él mismo se esperaba quedarse en 2.887 votos y sin el sillón que ha ocupado durante ocho años en el Salón de Plenos, los tres últimos como miembro del Equipo de Gobierno. Los otros dos perjudicados del 26M son, sin ningún género de dudas, Compromís y Ciudadanos. 

El caso de Compromís se podría interpretar en el marco de la bajada generalizada de esa formación en la provincia de Alicante, por factores que cabría analizar de una forma pormenorizada en otra ocasión, pero también es cierto que la lista encabezada por Mireia Mollá se ha dejado 4.900 votos por el camino en treinta días. El de Ciudadanos merece una reflexión muy en profundidad por parte de quien corresponda: los 16.000 votos perdidos en un mes no se pueden justificar, salvo en una mínima parte, por la abstención; pero la caída en más de diez puntos porcentuales ha de tener otras causas más de fondo. Además, existe otra comparativa que llama poderosamente la atención: el partido naranja obtuvo en las municipales 8.950 votos, mientras que en las europeas, celebradas al mismo tiempo, se alzó con 15.213 sufragios.

Sea como fuere, espero que tanto los perdedores como los ganadores sepan administrar su derrota y su victoria con humildad porque, como decía Santo Tomás en su Summa Theologiae, parafraseando un versículo del Eclesiastés, “initium omnis peccati est superbia.”

 POR IMPERATIVO LEGAL

Publicado en Diario Información el 24 de mayo de 2019

ESPERANDO A GODOT

Por imperativo legal

El pasado martes estuve siguiendo con mucha atención, a través de diferentes medios de comunicación, las noticias sobre la constitución de las Cortes Generales en ésta, su decimotercera legislatura, o decimocuarta si contamos como tal la anterior a la promulgación de la Constitución de 1978.

De entre todo lo visto y comentado al respecto en prensa, radio y televisión, destacan dos cuestiones que me han molestado sobremanera. La primera ha sido el hecho de que numerosos analistas, contertulios, politólogos y supuestos expertos, se hayan empeñado en resaltar que arrancábamos la “trece o catorce” legislatura. Si tan doctos prohombres, y “promujeres”, que no quiero molestar a los defensores del lenguaje inclusivo de género y políticamente correcto, ni tan siquiera saben utilizar los números ordinales, empezamos la legislatura con mal pie.

La segunda ha sido la forma tan estrambótica que han utilizado algunos para jurar o prometer su acatamiento a la Constitución. Yo que fui concejal del Ayuntamiento de Elche no hace mucho (disculpen, pero todos tenemos un pasado oscuro), sé que el Real Decreto 707/1979, de 5 de abril, por el que se determina la fórmula de juramento o promesa para la toma de posesión de cargos o funciones públicas establece, en su Artículo 1, que la frase exacta que se debe pronunciar ha de ser la de “Juro o prometo por mi conciencia y honor cumplir fielmente las obligaciones del cargo de (…), con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución, como norma fundamental del Estado”; o responder con un lacónico “sí juro” o “sí prometo” cuando la modalidad elegida es la de responder a la pregunta, en lugar de pronunciar el enunciado anteriormente expuesto.

Por algunos de mis artículos publicados con anterioridad, como El paraíso políglota (19 de mayo de 2017), El dardo en la palabra (9 de junio de 2017), Cómo ser tonto en cinco idiomas (10 de noviembre de 2017), o El nuevo dardo en la palabra (14 de septiembre de 2018), sabrán que soy un férreo defensor de una correcta utilización de nuestro idioma. Por muchos otros, que no voy a enumerar, podrán también inferir que mi posición política, ideologías aparte, pues todas son legítimas siempre y cuando se expongan en los límites impuestos por el imperio de la ley, es la defensa del bien común frente a una postura, que empieza a ser mayoritaria en todos los partidos políticos, de utilizar los cargos y prebendas derivados de las urnas como único medio de vida.

Precisamente, el pasado martes, en el Congreso de los Diputados, pudimos ser testigos de dos ejemplos paradigmáticos de políticos que se encuentran a un lado y al otro de la correcta utilización del idioma español, y a un lado y al otro también del respeto a las instituciones y al pueblo que dicen representar.

En el lado, a mi entender, correcto, se situó el presidente de la Mesa de Edad, el diputado socialista por Burgos Agustín Javier Zamarrón, quien no sólo cumplió de forma exquisita con el cometido que el Reglamento de la Cámara le atribuía, sino que además lo hizo haciendo gala de oraciones que impresionaron a propios y extraños, como cuando se dirigió a los diputados diciéndoles “Dejen expedito el pasillo del tercio izquierda, que tenemos que ir con la sacra urna a ver al señor Echenique.”

La posición contraria, es decir, la de vapulear el idioma, la legalidad y el sentido común, estuvo representada por los cuatro políticos catalanes, reos preventivos acusados de graves delitos. Si tomamos como ejemplo al más significado de entre ellos, el señor Junqueras, aunque no pudimos oír su intervención debido al pataleo de protesta de algunos diputados, sí pudimos apreciar a través de las cámaras de televisión lo que pretendía decir, pues lo había anotado en un trozo de papel. La literalidad de la frase, faltas de ortografía incluidas, era la siguiente:"Des del compromiso republicano, como preso político y por imperativo legal, si prometo."

En primer lugar, España es un Estado democrático y de derecho por lo que no puede haber presos políticos. En consecuencia, si Oriol Junqueras prometió su acatamiento a la Constitución como “preso político”, no debería haberse dado por válida esa fórmula, por lo que no habría adquirido la plena condición de diputado. En segundo, si en una frase de trece palabras este señor comete dos faltas de ortografía graves (“des del” por “desde el”, y “si” en vez de “sí”- con tilde), podemos ver, a todas luces, el nivel de los políticos que han llevado a Cataluña al borde del precipicio.

Pero me deben disculpar, embebido como estoy en estas reflexiones, no les he hablado de literatura esta semana. De modo que, aprovechando la cita electoral del próximo domingo, les recomendaré un libro de José Saramago titulado Ensayo sobre la lucidez. En él, el genial luso plantea la siguiente hipótesis: “¿Qué ocurriría si en unas elecciones municipales el 83% de los electores votara en blanco?” No les cuento más, pues no quiero hacerles “spoiler”, como se dice hoy en día utilizando un anglicismo perfectamente evitable.

 MUROS INSALVABLES

Publicado en Diario Información el 17 de mayo de 2019

ESPERANDO A GODOT

Muros insalvables

Los regímenes totalitarios, fascistas y comunistas, que asolaron gran parte de Europa en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, y que tuvieron su continuidad hasta prácticamente finales de ese mismo siglo en los países en que se implantaron modelos de estado fundamentados en lo que vino en llamarse el “socialismo real”, al otro lado del “telón de acero”, supusieron una de las mayores vergüenzas de la historia de la humanidad en términos de sufrimiento y de pérdida de vidas humanas.

A lo largo de todos esos años, muchos fueron los episodios que nos mostraron la crueldad y el sinsentido de esos regímenes, en la órbita de la Unión Soviética. Dos de esos episodios, bien conocidos por todos, fueron La revolución húngara, en 1956, y La primavera de Praga, en 1968. Ambos tuvieron como fin zafarse del yugo bolchevique. Los dos tuvieron el mismo resultado: la represión por la fuerza, con el auspicio de la URSS y del Pacto de Varsovia.

Pero si hubo un hecho y un régimen que pudieran epitomar esos años plomizos de la historia de Europa, éstos fueron la creación, en 1949, de la República Democrática Alemana, en la zona ocupada que había quedado bajo el influjo de Moscú, y la erección del Muro de Berlín. La ciudad había quedado dividida en cuatro sectores, administrados por cada una de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, y a diario había un trasiego de ciudadanos entre la zona soviética y la occidental. Sin embargo, en la madrugada del 13 de agosto de 1961, unidades del ejército germano oriental comenzaron a cerrar la frontera entre Berlín Este y Berlín Oeste. Las tropas dividieron las calles que separaban ambas zonas con alambre de espino y con la posterior construcción del infranqueable muro, que no caería hasta la histórica noche del 9 de noviembre de 1989.

El principal propósito de ese “muro de la vergüenza”, como lo llamaba Willy Brandt, Alcalde de Berlín Oeste por aquel entonces, no era otro que convertir el territorio de la RDA en una prisión para que sus propios ciudadanos no pudieran salir del país. El muro, y toda la frontera, permanecieron esos veintiocho años fuertemente custodiados por soldados que tenían órdenes expresas de disparar contra cualquiera que intentara franquearlos. Se calcula que, en ese período, unas cinco mil personas intentaron huir, de las que unas seiscientas perdieron la vida en el intento.

Estos trágicos acontecimientos han dado lugar a numerosas historias de ficción, entre las que me gustaría recomendarles dos. La primera es una novela que acabo de leer, más bien de devorar, pues es una de esas lecturas de las que, una vez empezadas, no puedes descansar hasta terminar la última página. Se trata de La sospecha de Sofía, de la madrileña Paloma Sánchez-Garnica. No voy a revelar muchos aspectos de la trama, para que ustedes mismos la puedan disfrutar, pero sí les diré que, partiendo de unos hechos acaecidos en plena Guerra Civil Española, la autora nos traslada, a través de un intrincado pero perfectamente estructurado hilo argumental, hasta la Alemania Oriental, describiendo, a través de sus personajes, toda la crudeza con que el régimen trataba a sus ciudadanos, privados de los más elementales derechos humanos y alienados por un sistema que decidía desde quien podía o no estudiar tal o cual cosa, o donde debía vivir cada uno, hasta el punto de privar a muchos, de una forma totalmente arbitraria, de su más íntima libertad de pensamiento e incluso de su propia vida.

La otra obra de ficción sobre la RDA y el Muro de Berlín a que me refería es una película, dirigida por el cineasta alemán Wolfgang Becker, en el año 2003, y titulada Good bye Lenin. En este caso se trata de una parodia ambientada durante los acontecimientos que se sucedieron en noviembre de 1989 en Alemania. La protagonista es una mujer adepta al régimen y militante del Partido Socialista Unificado, que entra en coma poco antes de la reunificación. Cuando despierta, ocho meses más tarde, las cosas han cambiado radicalmente, por lo que sus hijos, para evitarle el disgusto que el triunfo del capitalismo le acarrearía, urden un plan para recrear, a los ojos de su madre, la vida previa a la caída del muro. Una gran película que, aparte de entretener con divertidos episodios, nos hace reflexionar sobre esa etapa histórica.

Siempre está bien acercarse a estos hechos, aunque sea a través de la ficción, porque los que siempre hemos vivido en democracia, en ocasiones, no sabemos valorar nuestra suerte. Por ese motivo, cuando leo noticias que, en principio parecen buenas, siempre me gusta hacerlo desde una perspectiva crítica. Me refiero, en concreto, a una noticia publicada en este mismo diario, el pasado miércoles, en la que se hablaba de la experiencia de los “patios coeducativos” que llevan a cabo dos colegios de Elche. En ellos, los docentes proponen diferentes actividades durante los recreos de los escolares. Lo que me chocó es que, a menos que yo entendiera mal la noticia, que será lo más probable, se hablaba de que los niños pueden o no pueden jugar a determinadas cosas, al fútbol por ejemplo.

Conozco varias experiencias, muy enriquecedoras todas ellas, en las que algunos colegios e institutos han propuesto diversas actividades durante los períodos de asueto de los discentes. Esas actividades han contribuido, de forma muy positiva por cierto, a la mejora de la convivencia escolar. Pero de ahí  a decirles a los niños a qué pueden jugar y a qué no me parece atravesar una delgada línea. La que separa la educación en valores de la de intentar inculcar a los pequeños los valores de los adultos a los que están encomendados.

 LA CONQUISTA DE LA FELICIDAD

Publicado en Diario Información el 10 de mayo de 2019

ESPERANDO A GODOT

La conquista de la felicidad

La forma en la que la mente humana va hilvanando el pensamiento es muy curiosa; o eso, o es que yo tengo una manera de pensar francamente retorcida, que también es posible. De hecho, debo confesarles que el tiempo que transcurre desde los viernes, día en que se publican mis artículos en esta sección del Diario Información, hasta el miércoles por la tarde, que es cuando, por regla general, envío el siguiente a la redacción del periódico, dedico mucho tiempo a ir pergeñando en mi cabeza el tema sobre el que he de escribir. Tanto es así que muchas veces, cuando me siento delante del ordenador, el artículo fluye, porque estaba previamente estructurado en algún recóndito rincón de mi psique.

Esta semana, buceando en ese profundo y proceloso océano de mi consciencia, ésta me indicaba que debía escribir algo sobre las elecciones municipales en Elche, dado que, precisamente hoy, ha comenzado la campaña con la tan tradicional, como absurda, “pegada de carteles”. Sin embargo, mi parte subconsciente se rebelaba contra esa idea, rechazando el tema por manido, inane y, sobre todo, aburrido.

En cualquier caso, y abundando en esas asociaciones mentales extrañas que a veces nos acuden, también me dio por pensar que el aburrimiento, tantas veces denostado, en el fondo es un estado de ánimo que lejos de ser susceptible de ser censurable, puede llegar a ser hasta necesario para nuestra salud mental; a decir verdad, han sido muchos los pensadores que han teorizado sobre el aburrimiento, entre los que cabría reseñar a dos: el filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-1855), considerado como el padre del existencialismo, y el británico Bertrand Russell (1872-1970), filósofo, lógico y ganador del Nobel de Literatura en 1950.

Las aportaciones de Russell a la lógica, la epistemología y la filosofía de las matemáticas lo encumbraron como uno de los principales pensadores del siglo XX, aunque para la mayoría es más conocido por su faceta como activista en pro de los movimientos pacifistas, así como por sus escritos sobre temas sociales, políticos y morales. Durante su larga, fructífera y, en ocasiones, controvertida existencia, publicó más de setenta libros y dos mil artículos, se casó cuatro veces, se vio involucrado en multitud de polémicas, y fue ensalzado por unos, en la misma medida que vilipendiado por otros.

Precisamente, en una de las obras de Russell, La conquista de la felicidad, escrita en 1930, el iconoclasta filósofo intenta desvelar la miríada de factores que causan la infelicidad del hombre moderno, con una agudeza que noventa años más tarde sigue siendo actual. En un pasaje de ese libro podemos encontrar una frase que se ha convertido en una de sus más célebres citas, cuando afirma que “Una generación incapaz de soportar el aburrimiento será una generación de hombres pequeños, de hombres excesivamente disociados de los lentos procesos de la naturaleza, de hombres en los que todos los impulsos vitales se marchitan poco a poco, como las flores cortadas en un jarrón.”

En efecto, el hombre moderno, y esto era tan cierto en 1930 como lo sigue siendo ahora, está, en palabras del propio Russell, menos aburrido de lo que estaban nuestros antepasados, pero teme más al aburrimiento. En el capítulo del libro bajo el epígrafe de Fastidio y excitación, se nos presenta una disección sobre el aburrimiento presentado bajo una óptica diferente a las utilizadas hasta ese momento: conforme ascendemos en el escalafón social, cuando tenemos dinero para permitirnos no trabajar, o trabajar menos, la búsqueda hedonista del entretenimiento se hace cada vez más intensa para huir del aburrimiento. En cambio, los que necesitan trabajar más para ganarse la vida, ya obtienen su parte de tedio, por obligación, durante las horas que deben permanecer en sus puestos laborales.

En consecuencia, el aburrimiento, como decía anteriormente, no es algo malo per se, como se nos está intentando hacer ver, sino que su cultivo, desde la más tierna infancia, fortalece el sistema inmune del cerebro de los niños para que se conviertan en adultos psicológicamente sanos. Sin embargo, los padres modernos nos sentimos culpables si nuestros hijos se aburren, por lo que tendemos a ofrecerles multitud de estímulos, como un teléfono móvil, en el peor de los casos. Con ello, lo único que conseguimos es evitar a los niños el necesario y fructífero proceso de aburrirse, mediante el que se estimula su imaginación y su inventiva.

Incluso el mejor de los libros contiene párrafos aburridos. Observemos pues esta campaña electoral que hoy comienza desde un aburrimiento crítico y acudamos a votar el próximo día 26 de mayo, aunque nos aburran ya tantos comicios, y nos hastíen los erráticos mensajes de los candidatos locales. Porque si consideramos aburrida la democracia, imaginen lo que tuvo que ser la dictadura.

 LA ÚLTIMA CENA

Publicado en Diario Información el 3 de mayo de 2019

ESPERANDO A GODOT

La última cena

Les voy a confesar una debilidad-todos tenemos muchas, aunque no las explicitemos de forma expresa. La mía, o al menos la más confesable de todas, es una pasión desmedida por Italia. Siempre que el tiempo y la disponibilidad económica me lo permiten viajo a ese país. Para tal fin, me han sido de gran ayuda las compañías de bajo coste que operan un buen número de vuelos entre los aeropuertos de Alicante-Elche y de Valencia y numerosos destinos italianos. Por eso detesto a las personas que usan estas aerolíneas y se quejan constantemente del trato recibido. No sé porqué no vuelan en primera clase de empresas de bandera. Yo, sinceramente, estoy encantado de pasar un par de horas con las piernas encogidas y de tener que transportar mi maletín por toda la terminal, con tal de volar hasta destinos impensables hace pocos años y a precios que, de otra forma, no podría asumir.

Mi último viaje por Italia, y motivo por el que falté a la cita con ustedes el pasado viernes, lo emprendí la semana de Pascua por la región de Apulia, o Puglia en Italiano. Me fascinó, como muchos otros lugares de Italia y, además, me sirvió para abstraerme de la campaña electoral en España, hecho que, debo confesar, redundó de forma francamente positiva en mi salud mental. Apulia es una región pobre, pero que atesora un enorme patrimonio cultural, muy diferente del de las regiones del norte de Italia, pero igualmente interesante; además, todo sea dicho, de una contundente gastronomía, muy similar a la nuestra, basada en su magnífico aceite, el vino, los productos hortofrutícolas y el pescado del Adriático.

Pero, si me preguntaran por tres lugares, monumentos, u obras de arte imprescindibles y que se encuentran en Italia, a pesar de lo dificilísimo de la elección, apostaría por los siguientes: la Galeria degli Uffizi, ubicada en Florencia, y que es la pinacoteca más visitada de Italia; el Panteón de Agripa, en Roma, una iglesia católica en la actualidad, pero cuya construcción fue encargada por Marco Agripa, en tiempos de Augusto, y finalizada por el emperador Adriano en el año 126; y el convento de Santa Maria delle Grazie, de Milán, porque alberga en su refectorio, conocido ahora como Cenacolo Vinciano, una de las grandes obras maestras de la pintura de todos los tiempos: La última cena, del inmortal Leonardo da Vinci.

Precisamente ayer, dos de mayo, se cumplieron quinientos años del fallecimiento de Leonardo. Por ese motivo, y en justo reconocimiento a su figura, esta semana me gustaría comentarles, en lugar de la habitual obra literaria que suele servir de texto, y de pretexto, para esta serie de artículos, la celebérrima obra que se encuentra en Santa María de las Gracias. Leonardo pintó La última cena en el refectorio, utilizando una técnica mixta de témpera y óleo, entre 1495 y 1497, por encargo de Ludovico Sforza, Duque de Milán y mecenas del genio. El tema de la última cena de Cristo con sus apóstoles, durante la celebración de la Pascua judía, ya había sido tratado por numerosos artistas. Pero, ninguno de ellos había cambiado jamás la iconografía. En los lienzos anteriores, Cristo siempre estaba representado en el momento de impartir el sacramento de la Eucaristía, rodeado de los apóstoles y con Judas aislado frente a él, al otro lado de la mesa.

Leonardo, contra toda tradición, lo que representa es el momento inmediatamente posterior al anuncio de la traición de Judas, y los doce apóstoles se encuentran todos en el mismo lado de la mesa. Con ello, lo que pretende no es tanto la exposición de un momento referente a la fe, como la representación de un hecho profundamente humano: la traición de un amigo. Las palabras de Jesús se propagan de un extremo al otro de la mesa, generando una sensación de angustia y estupor entre los discípulos, cuyas figuras se van alejando de él, dejando aislada la de Cristo, en una soledad que siempre acompaña a las personas en los momentos más cruciales de sus vidas. Por eso Jesús no aparece con una aureola, símbolo de su divinidad. Sólo la luminosidad del cielo sobresale sobre las onduladas colinas que se divisan en la ventana que se abre tras de él.

Es curioso que hasta Jesús, a la hora de escoger a sus discípulos, cometiera un error, aunque en su caso, si nos atenemos a su naturaleza divina, fuera a propósito. Por eso, no nos debe sorprender que los dirigentes políticos se equivoquen a la hora de seleccionar a sus asesores. No es el caso de Pedro Sánchez, a quien Iván Redondo ha aupado, mantenido y consolidado en La Moncloa. Por el tenor de mis escritos sabrán que el Presidente no es santo de mi devoción, pero reconozco que su victoria ha sido fruto de una estrategia impecable y no puedo sino felicitarlo a él y a todos los militantes socialistas de España y de Elche.

Lo cierto es que lo que ha hecho Pedro Sánchez con Iván Redondo no es habitual. Redondo había trabajado antes para el PP, pero Sánchez no se dejó influir por ello, sino por su valía. Transcurridas estas elecciones, y las locales que están a punto de celebrarse, los partidos ganadores, incluso los de la oposición, comenzarán a colocar en puestos de confianza a los que denominan “los suyos”. Si esas contrataciones se hicieran ateniendo al mérito y capacidad de los asesores, y no a intereses espurios, como la filiación política, la amistad, u otros, estoy convencido que la calidad democrática y el funcionamiento de nuestras instituciones mejoraría de forma palmaria.

 EL OCASO DE LOS DIOSES

Publicado en Diario Información el 19 de abril de 2019

ESPERANDO A GODOT

El ocaso de los dioses

El hombre de todas las épocas siempre ha incluido entre sus creencias el pálpito de que el fin de los días llegará en un futuro más o menos lejano. Esa debacle está recogida de una forma muy poética en la antigua mitología escandinava. Según ésta, llegará un momento en el que se cernirá sobre la tierra un largo y crudo invierno, el mayor que el mundo haya conocido, que ellos llamaban el Fimbulvetr en nórdico antiguo. Ese invierno durará tres años seguidos. La humanidad se sumirá en el caos, tan desesperada por procurarse alimentos y otras necesidades básicas que todas las leyes y la moral quedarán aparcadas, existiendo sólo la pura y dura lucha por la supervivencia; los hermanos matarán a los hermanos, los padres a los hijos y los hijos a los padres.

Llegado ese momento, los dioses emprenderán una guerra contra las fuerzas del mal, aún a sabiendas de que las profecías ya han avanzado el resultado negativo de la contienda. Una vez armados y pertrechados se enfrentarán al enemigo en la batalla final, o Vigrid. Odín luchará contra Fenrir, auxiliado por los guerreros humanos escogidos y que aguardaban este momento en el Valhalla, algo así como el cielo de los vikingos; pero finalmente todos sucumbirán y el mundo entero se hundirá en el mar, con lo que todos los elementos de la creación, y todos los hechos acaecidos desde ella, darán paso al vacío más absoluto, como si nada hubiera ocurrido o existido jamás.

El compositor alemán Richard Wagner (1813-1883) concibió, entre otras muchas obras, una tetralogía operística cuyo título original era Der Ring des Nibelungen, traducida como El anillo del Nibelungo. La última de las óperas de esta tetralogía, Götterdämmerung o El ocaso de los dioses, tiene como título en alemán la palabra que en esa lengua expresa lo que los antiguos nórdicos llamaban Ragnarök, que es el mitológico fin de los días que se describe en el párrafo anterior. A mí, para serles sincero, la ópera que me gusta es la italiana: Rossini, Puccini o Verdi se encuentran entre mis compositores favoritos de este género. Pero debo reconocer que, mientras escribo estas líneas, estoy escuchando El ocaso de los dioses y me está enganchando. Ahora bien, ¡espero acabar el artículo antes de que concluya la ópera, pues ésta dura cinco horas y me esperan para cenar!

Hoy en día, en alemán moderno, y en inglés como préstamo lingüístico, el concepto de Götterdämmerung ya no se emplea para referirse al fin del mundo, sino más bien al colapso, por lo general violento, de una sociedad, régimen o institución. Eso me recuerda que, hace unos cuatro años, el líder de un partido político afirmaba que “El cielo no se toma por consenso, sino por asalto”, frase también empleada en su día, precisamente, por un alemán: Karl Marx. Es curioso que el “revolucionario” líder español viva ahora en una gran mansión, rodeado de otros opulentos vecinos. Dado que ahora es padre de familia, le deseo lo mejor, entre otras cosas que sus hijos puedan vivir en un país en el que nuestros gobernantes no nos conduzcan al Götterdämmerung.

Lo mismo deseo también para Elche. La verdad es que cada vez me preocupa más nuestra ciudad y, al mismo tiempo, cada vez me gusta más, a pesar de sus contradicciones. Pero algunas cosas que veo suceder en ella me dan mucha pena y otras me originan una gran zozobra.

Les voy a ilustrar lo que les quiero decir, si me lo permiten, con una anécdota personal. El pasado lunes una amiga que trabaja como inspectora de la producción de calzado, que posteriormente se importa, en fábricas de China y de la India, nos propuso a mi mujer y a mí salir a ver las procesiones y a cenar después con un fabricante indio y su esposa, que acababan de llegar a nuestra ciudad procedentes de Nueva Delhi. Me encantó el plan, porque me daba la oportunidad de conocer personas de otra cultura y de practicar inglés, dos cosas que me encantan; bueno, y de salir a cenar por Elche, que tampoco es cuestión baladí.

En muchas ocasiones, cuando uno acompaña a visitar su propia ciudad a personas extranjeras, máxime si provienen de una cultura tan diferente, la ve con otros ojos. Lo primero que me sorprendió gratamente fue como les gustó presenciar la procesión; es obvio que ellos no compartían el hecho religioso, pero tampoco lo hacen muchos de los propios ilicitanos que las presencian. Lo malo llegó cuando me preguntaron dónde se encontraba el centro comercial, pregunta que me formularon mientras paseábamos por la Corredora. Afortunadamente, pasada la Glorieta, miraron a la izquierda y vieron la tienda de Zara, momento en el que pude sacar pecho, pues no sabían que la marca es originaria de España.

Más tarde nos dirigimos a un restaurante en la Plaza de las Flores, donde de nuevo pudimos presumir, pues la cena fue sobresaliente. Pero de nuevo, esas contradicciones que tiene Elche: al salir del local nos topamos con el desastre del Mercado Central. ¿Cómo explicar eso a alguien de fuera? Creo que es imposible, tampoco lo acabamos de entender los ilicitanos.

Pero no se preocupen, dentro de poco hay elecciones, de modo que, si hacemos caso de las promesas de los partidos, el asunto del mercado se solucionará, los niños estudiarán en edificios jalonados de mármoles, las infraestructuras viarias y ferroviarias serán casi como las de Valencia capital y ataremos los perros con longanizas. Creo que vamos a ser una de las ciudades de España en la que más candidaturas se presenten, así que por la cantidad de la oferta no será. Otra cosa, bien distinta, será la calidad de ésta.

 AL MAESTRO, CON CARIÑO

Publicado en Diario Información el 12 de abril de 2019

ESPERANDO A GODOT

Al maestro, con cariño

La semana pasada se hizo viral, como dice la juventud urbana, un pequeño vídeo correspondiente a un fragmento del interrogatorio a un señor alemán, que no sé qué demonios pintaba ahí, por cierto, en el marco del juicio que se sigue contra los presuntos golpistas catalanes en el Tribunal Supremo. En ese vídeo, el teutón contestaba a la pregunta que se le formulaba con una larguísima perorata. Al dirigirse el Presidente de la Sala al traductor para solicitarle la versión en español, éste la despachó con un lacónico “dice que no”.

Esta anécdota me trajo a la mente lo curioso que resulta el modo en que se traducen, o se inventan más exactamente, al español, los títulos de las películas rodadas en otros idiomas, singularmente en inglés. Pero aún más curioso resulta el hecho de que esos títulos, en ocasiones, no son los mismos cuando la misma película se proyecta en España o en Hispanoamérica. Tal es el caso de la película que da título a esta columna y que era, a su vez, el que adoptó en los países americanos de habla española la que tenía por título original en inglés To Sir, with love. Sin embargo, la misma película se tituló Rebelión en las aulas en España. Como pueden comprobar, nada que ver.

Al maestro con cariño (coincidirán conmigo en que la traducción americana es mucho más acertada) es una película británica de 1967, estrenada en España en 1968 y protagonizada por Sidney Poitier. Poitier hace el papel de un ingeniero de color, Mark Thackeray, originario de la Guayana británica, que aterriza como profesor en un colegio londinense cercano a la zona portuaria. Allí se encuentra con un grupo de estudiantes desordenados e impúdicos, más aquejados de una mala educación que de unos rasgos verdaderamente antisociales.

El señor Thackeray se enfrenta a la insolencia de estos jóvenes y, en especial, a la arrogancia de uno de ellos, Bert Denham (interpretado por Christian Roberts), que se comporta de la forma más procaz y disruptiva de la que es capaz. Para subvertir este orden de cosas, el profesor pergeña un plan que consiste en lanzar un reto a sus alumnos: si quieren ser tratados como adultos, cosa que están próximos a ser, deben comportarse como tales. Al tiempo, pone en práctica conceptos revolucionarios para la época, como llevar a los alumnos de excursión a museos, o contarles su propia experiencia, como un niño y joven desfavorecido.

El resultado de estos métodos es espectacular. Los alumnos se tornan corteses, se dirigen a él como “sir” (señor, tratamiento habitual para los profesores en el Reino Unido, incluso hoy en día) y entran al aula en perfecto orden; todos salvo el díscolo Denham, quien no se da cuenta de la situación hasta que un día, haciendo boxeo en una clase de educación física, recibe un buen puñetazo del profesor en la boca del estómago.

Como verán, esta semana no hay literatura en este artículo, aunque ¿qué es el cine, sino una expresión literaria en movimiento? Al fin y a la postre, todas las películas, buenas o malas, están basadas en un guion, que no deja de ser literatura. Pero tampoco va a haber en este artículo política, bastante saturados estamos ya con esta eterna campaña electoral que nos asfixia desde hace meses y parece que no tenga fin. No, en esta ocasión, como ya les adelantaba que iría haciendo en el Esperando a Godot, del pasado día 29 de marzo, voy a intentar compartir con ustedes algunas reflexiones en torno a la educación.

"La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismorrea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros". No lo digo yo, por eso lo entrecomillo, sino que esta aseveración la hizo el filósofo griego Sócrates, uno de los padres del pensamiento occidental, que vivió entre los años 470 y 339 a.C., es decir, hace dos mil quinientos años.

Igual que en la película de Poitier, salvando obviamente las diferencias insondables que nuestras sociedades han experimentado en los últimos cincuenta años, e igual que decía Sócrates hace veinticinco siglos, la queja fundamental, sobre todo entre los docentes, es que el comportamiento disruptivo de muchos alumnos es la causa fundamental de los malos resultados del conjunto en todas las pruebas, externas e internas, a que son sometidos. La diferencia fundamental en nuestros días, con respecto a épocas tan pretéritas, es la quiebra de confianza entre las familias y las instituciones docentes, totalmente injustificada desde mi modesto punto de vista.

Entre profesores y maestros, como en todas las profesiones, hay personas que realizan su trabajo con mayor o menor dedicación, pero les puedo asegurar que en el colectivo docente, la implicación con los alumnos y sus familias es máxima en la mayoría de los casos. Salta a la vista que no todos tenemos el empaque de un Sidney Poitier pero, por favor, la próxima vez que recoja a su hijo del colegio o del instituto y éste les diga que ha sido castigado o reprendido por su profesor, no le digan “se va a enterar”, sino “te vas a enterar”. Ese sencillo gesto mejorará la educación de su retoño más que todas las reformas educativas emprendidas en los últimos treinta años juntas.

 EL DILEMA DEL PRISIONERO

Publicado en Diario Información el 5 de abril de 2020

ESPERANDO A GODOT

El dilema del prisionero

Existe una forma de simulación matemática, cuyo objetivo es la toma de decisiones de una manera racional, que se llama la Teoría de juegos. La Teoría de juegos fue enunciada de una forma axiomática por el matemático norteamericano John von Neumann (1903, Budapest, Hungría-1957, Bethesda, Estados Unidos). Esta teoría intenta determinar de forma matemática y lógica las acciones que los participantes deben tomar para asegurarse el mejor resultado en una amplia variedad de juegos; juegos que deben tener una característica en común: que el resultado obtenido por cada individuo dependa de la estrategia de todos los jugadores.

Los juegos propuestos para ilustrar esta teoría pueden ser, fundamentalmente, de dos tipos: juegos de información perfecta o juegos de información imperfecta. Dentro de los primeros, podríamos encontrar algunos tales como el ajedrez o las damas. En el caso del ajedrez, por ejemplo, sólo habría tres posibles resultados: las blancas ganan, las negras ganan o tablas. En principio, podría parecer que un ordenador lo suficientemente potente podría calcular todos los movimientos existentes en un momento dado de una partida y predecir, con ello, el resultado de la misma. Sin embargo, se dan situaciones reales en el ajedrez en las que el número de posibles jugadas es tan elevado, que no se ha diseñado todavía un ordenador capaz de sustituir a la mente humana.

El caso de los juegos de información imperfecta se puede explicar con un símil político. Supongamos que dos partidos políticos, X e Y, deben explicar al electorado como van a tratar una cuestión controvertida. Ambos tendrían, ante esta disyuntiva, tres opciones: apoyar la cuestión, oponerse a ella, o evadirla siendo ambiguos. La decisión que los partidos tomen repercutirá en el porcentaje de votos que reciban. Como es evidente, cada partido quiere recibir la mayor cantidad posible de votantes, pero es complicado porque la decisión que uno tome sobre esa cuestión, dependerá de la estrategia del otro sobre la misma. Por lo general, los analistas de los partidos lo que hacen es intentar determinar los valores máximos y mínimos de una función, que representarán el porcentaje más alto o más bajo de votos que se podrían obtener en virtud de la decisión adoptada. Pero, como decíamos, el resultado final de la estrategia de cada uno dependerá de la que haya adoptado el otro, por lo que no siempre se pueden controlar las variables.

Precisamente, en un libro titulado El dilema del prisionero: John von Neumann, la teoría de juegos y la bomba, su autor, el norteamericano William Poundstone, nos presenta la biografía de von Neumann, la Teoría de juegos y, sobre todo, la forma en que esa teoría intentaba explicar el equilibrio entre los dos grandes bloques antagónicos surgidos tras la II Guera Mundial, y cuyo frágil statu quo dependía de la estrategia de disuasión nuclear que cada uno exhibía frente al otro.  Un claro exponente de ello es su explicación de las relaciones entre los soviéticos y los norteamericanos en torno a la llamada “Crisis de los misiles”, que surgió cuando los Estados Unidos descubrieron que la Unión Soviética estaba instalando bases de misiles nucleares en Cuba, cosa que los americanos no podían permitir, pues hubiera supuesto un claro quebranto de ese statu quo.

Pero, sin lugar a dudas, el juego que mejor ejemplifica esta teoría de toma de decisiones es el conocido como el Dilema del Prisionero. Se trata de una situación imaginaria que se podría resumir de la siguiente forma: Dos reos son imputados por un crimen. Si uno de ellos confiesa y el otro no, el que confiesa será puesto en libertad tras un año de cárcel, mientras que el otro será condenado a veinte años de prisión. Si ninguno de los dos confiesa, el juez no podrá reunir pruebas de cargo suficientes, por lo que ambos estarán solamente unos meses encarcelados. Si ambos confiesan, los dos serán imputados por el mismo delito y condenados a quince años de reclusión cada uno. El problema, para los dos, radica en que se encuentran incomunicados, por lo que ninguno conoce la decisión del otro. Paradójicamente, si cada uno actúa pensando en su propio interés, ambos saldrán perjudicados, mientras que si son generosos, los dos resultarán beneficiados en última instancia.

En el fondo, la Teoría de juegos no deja de ser una abstrusa rama de las matemáticas, pero que tiene implicaciones en la vida cotidiana. Todos los días nos enfrentamos a una continua toma de decisiones en las que, muchas veces, hay un trasfondo moral. No sé si siempre basamos esas decisiones en un análisis racional de la situación y con el convencimiento de que, en ocasiones, la generosidad y la cooperación revierten en un beneficio común.

La situación política, social y económica de Elche deja mucho que desear. Eso no es un juego, pero recomiendo a los que han de tomar decisiones que nos afectan a todos que no miren sólo sus intereses, como en el caso del juego del Dilema del prisionero, pues quod erat demonstrandum ello redundaría en el bien de toda la colectividad.

 EDUCAR

Publicado en Diario Información el 29 de marzo de 2019

ESPERANDO A GODOT

Educar

Esta semana, durante el ejercicio de las funciones de mi profesión de Inspector de Educación, asistí a una clase de formación profesional en un instituto público de la Vega Baja. En el aula había catorce jóvenes, chicos y chicas de veinte y pocos años de media, de primer curso de un ciclo formativo de grado superior, que mostraban un gran interés por la materia que la profesora impartía en ese momento y un alto grado de motivación y participación en sus estudios.

La sesión docente transcurrió, como les comento, dentro de unos parámetros de buen ambiente, de trabajo y de respeto y colaboración mutuos entre la profesora y sus alumnos. Pero, con todo, lo que más me gustó de mi tarea- soy de los románticos que piensan que en el trabajo uno puede, y hasta debe, disfrutar- fue la breve conversación que tuve con los alumnos al concluir la clase.

Como los discentes eran más que suficientemente adultos, les expliqué el objeto de mi visita, que era la supervisión de la práctica docente de su profesora, para evaluarla de cara a su futura carrera profesional. Los jóvenes, demostrando un alto grado de madurez, y de conocimiento de lo que debe ser una buena práctica educativa, me preguntaron si estos procedimientos eran habituales, pues así opinaban ellos que debería ser; yo les contesté que no tanto como a los inspectores, encargados habitualmente de trámites burocráticos o de solucionar incidencias puntuales, nos gustaría.

En definitiva, esa tarde en el instituto el que recibió la mayor lección fui yo mismo y por ello, desde aquí, se lo quiero agradecer a esos jóvenes, y a su profesora, con los que compartí un rato de su período formativo. Además, sé que les va a llegar este pequeño mensaje de gratitud porque uno de ellos, y perdonen si peco de inmodestia al decirlo, se confesó seguidor de esta sección semanal que comparto con ustedes, en este diario, todos los viernes.

Lo cierto es que, aunque toda mi vida profesional ha estado ligada al mundo de la educación, no son muchos los artículos que he dedicado a esa parcela. Quizás, de una manera inconsciente, evito el tema por prudencia. Pero hoy, como se dice vulgarmente, me voy a mojar. Pero no sin antes, como es habitual, introducir el tema mediante una obra literaria, en este caso un poema de Gabriel Celaya (Hernani, Guipúzcoa, 1911-Madrid, 1991). El poema, que les reproduzco a continuación, tiene precisamente por título Educar. Dice así:

Educar es lo mismo / que poner un motor a una barca, / hay que medir, pensar, equilibrar, / y poner todo en marcha.

Pero para eso, / uno tiene que llevar en el alma / un poco de marino, / un poco de pirata, / un poco de poeta, / y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar, / mientras uno trabaja, / que esa barca, ese niño / irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío / llevará nuestra carga de palabras / hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día / esté durmiendo nuestro propio barco, / en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada.

Gabriel Celaya fue uno de los máximos representantes de lo que vino a llamarse la poesía social de posguerra; no una poesía estrictamente política, ni de protesta, pero sí una poesía comprometida con los problemas de la sociedad en la que el autor está inmerso. Por eso, Celaya no escribía como un fin en sí mismo, sino para convertirse en un portavoz de los demás, en la línea de los grandes poetas que le inspiraron, como Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer o San Juan de la Cruz.

Un poco de marino, un poco de pirata, un poco de poeta, y un kilo y medio de paciencia concentrada, son las cualidades que Celaya consideraba propias del que se quisiera dedicar a la docencia. No quiero contradecir a Celaya, de hecho estoy muy de acuerdo con su preciosa descripción, pero es que los peligros que hoy en día acechan a la educación no provienen de los docentes. Muchos expertos argumentan, con diferentes matices, que la forma de seleccionar al profesorado debe cambiar. Es cierto, pero eso no supone, como muchos infieren de esa afirmación, que los docentes actuales no sean buenos. Siempre hay excepciones que confirman la regla, pero lo habitual es contar, en nuestra red de centros, públicos y concertados, con excelentes profesionales que actúan más allá de sus estrictas competencias, llegando a suplir la educación y, sobre todo, el afecto, que los niños y adolescentes no reciben en sus propios hogares.

No son, como decía, los docentes responsables de los males (que tampoco son tantos como se pregona) de nuestro sistema educativo. Los verdaderos culpables son los políticos. Ahora estamos en campaña electoral, una campaña interminable. Muchos intentarán atraerles a las urnas con cantos de sirena respecto a la educación, pues es un tema muy sensible socialmente. Unos dirán que habrá comedor gratis, como si las cosas gratis existieran; otros que acabarán con las deficiencias estructurales en las dotaciones educativas, cuando no lo han hecho cuando gobernaron.

Yo sólo creería a alguien que planteara unos objetivos reales, prioritarios y verificables en el corto, medio y largo plazo. Intentaré desgranar esas prioridades en futuros artículos sobre este tema, pero les adelanto que esos planteamientos tienen que estar basados en la libertad de las familias, en la autonomía de los centros, y en la evaluación del sistema y del proceso educativo.

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...