ALGÚN DÍA, HOY

PUBLICADO EN DIARIO INFORMACIÓN EL 27 DE SEPTIEMBRE DE 2019


ESPERANDO A GODOT

Algún día, hoy

Sin duda habrán oído ustedes hablar de la corriente, eminentemente literaria, pero con repercusiones notables en expresiones artísticas como la pintura y el cine, denominada realismo mágico. Cuando hablamos de realismo mágico, nos viene inmediatamente a la memoria Gabriel García Márquez y sus dos novelas, arquetipo de ese estilo, Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada; pero también encontramos rasgos inequívocos de realismo mágico en obras de otros autores hispanoamericanos, como Arturo Uslar Pietri, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Juan Rulfo, e incluso en otros  novelistas de procedencias tan dispares como Günter Grass, Milan Kundera o Salman Rushdie.

Pero Colombia no sólo cuenta con el máximo exponente del realismo mágico, sino que también es la cuna de Ángela Becerra, una de las principales impulsoras de lo que se ha venido en llamar el “idealismo mágico”. La diferencia entre uno y otro estilo estriba en que mientras el realismo mágico consiste, básicamente, en una narración realista que introduce elementos mágicos, irreales o surrealistas a los que los personajes son ajenos por considerarlos perfectamente compatibles con su mundo, el idealismo mágico es, en palabras de la propia Becerra, “la magia al servicio de las emociones” o “emociones que salen de los personajes y terminan siendo plausibles.”

Precisamente, combinando ese idealismo mágico y un estilo propio de un país en el que las historias mezclan de forma natural la ficción y la realidad, todo ello con una prosa digna de los grandes escritores de la América hispana, Ángela Becerra nos deleita en su última novela, Algún día, hoy, Premio de Novela Fernando Lara 2019, con un relato, en gran parte real, pero con un componente fantástico, basado en los sentimientos que emanan de los personajes, que llega a parecernos tan o más verídico que la propia historia en que está basado.

Los sucesos reales en que se basa la novela nos cuentan la historia de Betsabé Espinal, una humilde campesina de la localidad de Bello, cercana a Medellín, que como muchas otras mujeres de principios del siglo XX en aquella zona, había comenzado a trabajar en una de las fábricas de productos textiles que impulsaban en Colombia una incipiente revolución industrial. Las condiciones en aquellas fábricas eran terribles: los propietarios sometían a las trabajadoras, que constituían el 80% de la mano de obra, a unas condiciones laborales totalmente injustas, y los capataces abusaban de sus cuerpos a su antojo. Pero el 4 de marzo de 1920, un grupo de ellas, encabezadas por la protagonista de la novela de Ángela Becerra, iniciaron una huelga, que duraría veintiún días, para intentar poner remedio a esta situación.

Como pueden ustedes imaginar, en aquella época resultaba harto extraño y novedoso que un grupo de mujeres, lideradas por otra mujer además, tomaran la determinación de plantar cara a todo un sistema extremadamente conservador para luchar por sus legítimos derechos. La ola iniciada por aquellas mujeres dirigidas por Betsabé Espinal despertó un fuerte sentimiento de apoyo y solidaridad en todo el departamento de Antioquía y en Colombia entera, llevando a los caciques propietarios de la industria textil a plegarse a sus reivindicaciones, otorgándoles una subida salarial del 40%, una jornada laboral de diez horas con tiempo para descansar, y el despido de los capataces que habían abusado de ellas.

No obstante, como con muchos otros hitos logrados por mujeres luchadoras a lo largo de los tiempos, la historia no ha tratado a Betsabé Espinal como merece. De hecho, poco, o casi nada, se sabe de su vida antes y después de los acontecimientos de la huelga textil de Bello. Afortunadamente, la magnífica novela de Ángela Becerra ha venido a cubrir, aunque sea tirando de su fecunda imaginación y del idealismo mágico, esa injusta laguna histórica.

El hecho de que historias como las de Betsabé Espinal no hayan trascendido resulta chocante si lo comparamos con casos que ocurren hoy en día. Por ejemplo, el de la mediática “activista climática” adolescente Greta Thunberg, que ha osado afirmar que le han robado sus sueños y su juventud. Me gustaría saber qué opinaría al respecto Malala Yousafzal, la chica paquistaní que en 2014 se convirtió en la persona más joven en ganar el Premio Nobel de la Paz por utilizar la educación para enfrentarse a los talibanes, o qué hubiera opinado Betsabé Espinal.

Me tendrán que disculpar esta semana porque mi ensimismamiento con esta novela no me ha dejado casi espacio para hablar de Elche; pero ya que hablamos de mujeres, quisiera tocar, aunque sea de soslayo, el tema de Puri Vives, Concejal de Transparencia en el Ayuntamiento. La Sra. Vives ya fue edil en el pasado mandato, pero hubo de dimitir como consecuencia del escándalo desatado cuando, siendo ella responsable de Aperturas, se descubrió que la empresa de su marido carecía de licencia. Entonces, el Alcalde dijo que la dimisión se debía a cuestiones relativas a la “esfera personal y familiar de Vives”. En lo de familiar estaba en lo cierto el Sr. Alcalde. En lo que no estuvo muy acertado fue cuando consintió que le impusieran a Dña. Purificación de nuevo en las listas de 2019; los “problemas de índole familiar y personal” vuelven a surgir, veremos en qué acaba la cosa. Seguramente en nada, porque los partidos de la oposición también tienen sus propios muertos en el ropero y, por si acaso, callan y dan por buenas las escasas explicaciones dadas.

 

 


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