ESPERANDO A GODOT
Rebelión en la granja
Animal Farm, de George Orwell (traducida al español como Rebelión en la granja) es una novela en la que el autor utiliza como personajes a los animales de una granja, con la intención, como él mismo admitió, de atacar al líder comunista soviético, Stalin, por abandonar sus ideales.
George Orwell, pseudónimo de Eric Blair (1903-1950), fue un prolífico escritor de novelas, poesía, crítica literaria, artículos de prensa y ensayos. Escribió el manuscrito de Rebelión en la granja tras su experiencia en España durante la Guerra Civil, conflicto que le inspiró otra interesantísima novela, Homenaje a Cataluña, de obligada lectura para los que estén interesados en esa turbulenta etapa de nuestra historia.
Volviendo a Rebelión en la granja, el libro es una alegoría de los hechos acaecidos en Rusia desde los albores de la Revolución de Octubre hasta la década de los años cuarenta del siglo pasado, de tal modo que plasma una acusación formal sobre la deriva del país en general y de su líder, Iósif Stalin, en particular. En este sentido, se puede hacer una lectura de la novela como una causa general contra cualquier dictador o tirano.
En Animal Farm se puede apreciar también la desilusión de Orwell con el comunismo (su paso por la Guerra Civil Española, como voluntario en las filas de la milicia del POUM, también influyó en ese estado de ánimo). En un mundo perfecto, a Orwell le habría satisfecho un régimen comunista, pero su propia experiencia-tuvo que huir de España para evitar la persecución del Partido Comunista- le hizo darse cuenta de que la condición humana es capaz de distorsionar los ideales, y sabía que esa distorsión de los ideales conducía, de forma inexorable, a un régimen totalitario en el que el poder sería sólo del líder.
La Guerra Civil Española, para nuestra desgracia, fue un banco de pruebas de los regímenes totalitarios que Orwell criticaba y que asolaron Europa en el transcurso de la II Guerra Mundial: el fascismo y el comunismo. El desenlace de ambas contiendas trajo como consecuencia una dictadura para España, que duró cuarenta años, y una serie de dictaduras para los países del este de Europa que se disolvieron de forma definitiva tras la caída del muro de Berlín.
El proceso de transición política que se puso en marcha en España tras la muerte del General Franco ha sido puesto como ejemplo para otros procesos iniciados, sobre todo en países de centro y sur américa, y en los ya mencionados países europeos que tuvieron la mala fortuna de quedar atrapados tras el telón de acero al final de la contienda mundial.
Sin embargo, en este país muestro, tan proclive a criticar lo propio y ensalzar lo ajeno, el proceso de transición está siendo cuestionado en los últimos tiempos, en especial en lo referente a la Ley de Amnistía, promulgada el 15 de octubre de 1977, cuyo fin último era propiciar la reconciliación de los dos bandos enfrentados durante la Guerra Civil.
La Ley de la Memoria Histórica, de 2007, comienza su exposición de motivos, precisamente, ensalzando el proceso de transición a la democracia: “El espíritu de reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas, que guió la Transición, nos permitió dotarnos de una Constitución, la de 1978, que tradujo jurídicamente esa voluntad de reencuentro de los españoles, articulando un Estado social y democrático de derecho con clara vocación integradora.”
En la misma norma, “Se establecen, asimismo, una serie de medidas (arts. 15 y 16) en relación con los símbolos y monumentos conmemorativos de la Guerra Civil o de la Dictadura, sustentadas en el principio de evitar toda exaltación de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura, en el convencimiento de que los ciudadanos tienen derecho a que así sea, a que los símbolos públicos sean ocasión de encuentro y no de enfrentamiento, ofensa o agravio.”
Al hilo de esta cuestión, me vienen a la mente las últimas polémicas suscitadas en Elche sobre el cambio de denominación de alguna calle; o sobre la retirada que se produjo en su día de cierto monolito que ahora se va a volver a instalar.
No voy a entrar a valorar el fondo del asunto. Mi filiación política y el hecho de haber sido concejal de nuestra ciudad me harían sospechoso de parcialidad. Pero sí voy a lanzar una pregunta, retórica desde luego, al actual equipo de gobierno, a los pasados y a los futuros: ¿De verdad creen que a los ciudadanos les importan un ápice estas polémicas?
Yo creo que los ciudadanos de Elche, y de cualquier ciudad, lo que esperan de sus ayuntamientos es unos servicios públicos de calidad, una atención próxima, transparencia en la gestión y la defensa de sus intereses ante el resto de administraciones. Una vez conseguido todo esto, en Elche aún estamos lejos, podemos hablar de calles, de monolitos o de omni re scibili.
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