DE RE RUSTICA
Publicado en Diario Información el 8 de octubre de 2022
Esperando
a Godot
De Re Rustica
Tendemos a pensar que el ser humano ha evolucionado,
en cuanto a sus conocimientos sobre diversas facetas del saber se refiere, de
una forma exponencial en los últimos decenios, especialmente en los últimos
años del siglo XX y en el escaso cuarto de centuria que ha transcurrido del
XXI. Sin embargo, ese pensamiento es una auténtica falacia; lo que ha avanzado
de manera vertiginosa es la tecnología, especialmente en sus facetas de la
información y la comunicación, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que el
hombre actual sea más inteligente, más culto o más educado de lo que era hace
dos mil años.
Por dar un ejemplo, aunque cualquier otro habría
servido, les voy hablar de un libro, un tratado de agricultura en realidad, “De
Re Rustica”, que fue escrito por Marco Porcio Catón, un terrateniente,
político y militar romano, que vivió entre los años 234 y 149 a. C. Catón el
Viejo, o el Censor, como se le denomina para diferenciarlo de su nieto, fue un
hombre que se caracterizó por llevar una vida austera, a pesar de no haber
padecido nunca estrecheces económicas, y por defender con vehemencia las
costumbres y las leyes de Roma contra las tendencias helenísticas de algunos de
sus compatriotas y los intentos de otros por destruir la República para
instaurar una dictadura.
Pero si traigo a colación la obra de Catón que da
título a este artículo, es para respaldar la tesis que exponía en su comienzo.
Si ustedes leen algún pasaje de “De Re Rustica”, única obra completa de
Marco Porcio que, por desgracia, se ha conservado hasta nuestros días, podrán
comprobar que, si bien los medios técnicos de que disponían en la época se
limitaban a las bestias de tiro y carga y a los esclavos, los conocimientos que
los romanos tenían sobre las buenas prácticas agrícolas y el cuidado de sus
haciendas les dejaría totalmente anonadados.
Sin ánimo de desvelar mi gusto por el vino, puesto que
ya lo he hecho en otros artículos de esta misma columna semanal, me gustaría
transcribir los comentarios que se pueden leer en “De Re Rustica” sobre
la vendimia, para que comprueben por sí mismos lo exquisitos, a la vez que
profundos, eran los conocimientos de Catón sobre ese particular: “Si añades
polvo de mármol, añádase una libra por odre; añádase esto en una urna, mézclese
con el mosto; añádase esto a la tinaja. Si añades resina, añádase por cada odre
de mosto tres libras, bien desmenuzado (el mosto), en una cestilla y hágase que
cuelgue en la tinaja de mosto; agítese (la cestilla) frecuentemente, para que
la resina se haga líquida.” (N.B. El vino predilecto de los romanos era el
blanco, por esta razón muchos tintos se clarificaban añadiendo polvo de mármol,
clara de huevo, o tiza).
En definitiva, como planteaba, el hombre moderno no es
más inteligente que nuestros antepasados, sino que somos el fruto de una
acumulación de saberes que hemos ido asimilando, generación tras generación,
porque se nos ha ido trasmitiendo, bien por la fuerza de la costumbre y de la
imitación, bien por vías formales, como la escuela.
Precisamente la escuela, o más bien la evolución de
los resultados que arroja nuestro sistema educativo, han sido objeto de
comentario en numerosos medios de comunicación por haberse dado a conocer unos
datos muy esclarecedores sobre su salud. Según esos datos, en España, el 28% de
los jóvenes entre 25 y 34 años no posee ningún título de la segunda etapa de la
enseñanza secundaria (Bachillerato o Formación Profesional de Grado Medio), el
doble de la media de la OCDE y sólo por detrás de Colombia y Turquía.
Algunos comentaristas han querido matizar estas cifras
argumentando que en el caso de la educación terciaria (FP de Grado Superior y
estudios universitarios) la tasa que se alcanza en España en esa misma franja
de edad es superior a la media de la OCDE (49% en nuestro país frente a una
media del 46’9%).
En mi modesta opinión tan malo es situarnos por debajo
de la media en las tasas de egresados en secundaria superior, como estar por
encima en la de alumnos con títulos universitarios. La explicación es muy
sencilla. En primer lugar, la tasa de paro juvenil en España, el doble de la
media de los países europeos y la más alta de entre ellos, sólo por detrás de
Grecia, con una cifra que se sitúa en el entorno del 28%, demuestra que el
actual paradigma es insostenible. Por otra parte, la inflación de graduados
universitarios supone un dispendio económico inasumible y un auténtico fraude
para los jóvenes que, tras muchos años de esfuerzo y sacrificio, ven truncadas
todas sus expectativas vitales al enfrentarse a un mercado laboral que no
precisa de los conocimientos que han adquirido, sino de otro tipo de
habilidades bien diferentes.
Los gurús educativos (los de la LOMLOE, que son los mismos que los de la LOGSE), se llenan la boca de grandilocuentes palabras, pero nada han podido solucionar en treinta años. Yo creo que las claves de la educación son mucho más sencillas: una buena educación en el sentido tradicional (la que se imparte en casa e implica urbanidad, respeto y resistencia a la frustración) y un sistema educativo en el que se fomente una cultura del esfuerzo adaptada a los tiempos que corren y, sobre todo, una buena orientación a los alumnos con una clara apuesta por la formación profesional y una reducción drástica de plazas universitarias.
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