LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA
Publicado en Diario Información el 26 de marzo de 2022
ESPERANDO A GODOT
La primera víctima de la guerra
Estoy convencido de que habrán oído ustedes con mucha recurrencia, en tertulias radiofónicas y televisivas, en artículos de opinión en la prensa diaria, e incluso en conversaciones cotidianas en las que se traten estos asuntos, que en toda guerra la primera víctima siempre es la verdad.
Pero esta frase tan manida, como tantas otras que tertulianos, periodistas y opinadores utilizan de forma cotidiana para reforzar sus argumentos, siempre tienen un autor intelectual. Siempre alguien, único e inimitable, tuvo la ocurrencia de pergeñar una expresión original que, con el paso de los tiempos está en boca de todos, incluso de los que no saben muy bien a que se refieren.
Investigando, precisamente, sobre el origen de esta máxima, he podido hilar dos explicaciones plausibles sobre su origen. La primera de ellas es la que la atribuye al gran escritor inglés Samuel Johnson (1709-1784), una de las figuras literarias más importantes de Inglaterra de todos los tiempos, del que ya hemos hablado en ocasiones anteriores (víd. Esperando a Godot del 11 de mayo de 2018, Cuando un hombre se cansa de Londres).
Según esa teoría, el insigne autor y lexicógrafo acuñó, en uno de los artículos que escribía semanalmente en el diario londinense “The Universal Chronicle”, la siguiente frase: “Among the calamities of War may be justly numbered the diminution of the love of truth, by the falsehoods which interest dictates and credulity encourages” (que en una traducción mía y libérrima vendría a ser algo así como: “De entre las calamidades de la guerra podíamos ciertamente enumerar la disminución del amor por la verdad, por la falsedad que el interés dicta y la credulidad anima”).
Sin embargo, la versión que a mí personalmente me convence más, es la que sitúa el nacimiento de esta idea, como tantas otras que jalonan el pensamiento occidental, en la Antigua Grecia, más concretamente en el dramaturgo Esquilo (Gela, actual Sicilia, 525/524 a. C.—456/455 a. C.). Esquilo vivió en los convulsos tiempos en los que la democracia ateniense, una vez liberada de la tiranía, tuvo que defenderse de dos grandes peligros: uno interno, sus propios políticos, y otro externo, los invasores extranjeros.
El propio Esquilo se involucró en las guerras de su ciudad natal contra los invasores persas. De hecho, los cronistas afirman que participó en la famosa Batalla de Maratón, en el año 490 a. C., en la que los atenienses lograron contener a los persas. Quizás estas vivencias personales le llevaron a pronunciar la sentencia que yo estoy convencido que es de donde viene la frase actual que da título al artículo de hoy: “Dios no es reacio al engaño en una causa justa”.
Dos mil quinientos años después de que Esquilo realizara ésta y otras reflexiones, seguimos teniendo los mismos problemas internos y externos que la Grecia de su época, y la verdad no es ya que tenga poco valor, es que se trata de un término tan abstracto que se ha convertido en una auténtica entelequia. Cómo explicamos si no lo que ha ocurrido en el mundo, en general, y en España, de una forma tan particular como lo somos los españoles, en los últimos dos años.
Si no recuerdo mal, porque los acontecimientos se vienen sucediendo de una forma tan vertiginosa que estos veinticuatro meses parecen décadas, hace justamente dos años, el Gobierno decretaba el primero de una serie de estados de alarma (más tarde declarados inconstitucionales) que nos llevaron a vivir una aciaga época de zozobra, miedo, incertidumbre y falta de libertad, que entonces estuvimos dispuestos a sacrificar por el bien común.
Durante esos meses, Pedro Sánchez, lanzaba sus homilías desde su atril, convertido en púlpito laico, utilizando, cual templario redivivo, un lenguaje mitad de monje, mitad de soldado; si analizan ustedes bien el lenguaje que se utilizaba, todo eran expresiones como “debemos resistir”, “lucharemos juntos”, “vamos a vencer al virus” o, lo que es peor, “hemos vencido al virus”, frase que causó mucha alegría al oírla por primera vez, pero que a nadie engañó la segunda, la tercera, ni la cuarta vez que la escuchamos en boca de una persona que debería tener toda la credibilidad del mundo, pero que a nadie engaña ya: el presidente del Gobierno.
Porque, qué ha pasado ahora con el coronavirus. Pues que ya no está de moda. La actualidad se centra en la guerra y en la economía. Las tasas de incidencia son mucho mayores que en algunos momentos que vivimos serias restricciones en nuestros derechos individuales. Ahora mismo, la población ya no se plegaría a nuevos confinamientos por causa del COVID. Hemos aprendido a convivir con él y la ciencia nos ha dado herramientas para minimizar sus consecuencias, aunque no en todos los casos.
No obstante, la tiranía siempre ama la falta de libertad. Quizás por eso hay rumores de que, en lugar de buscar soluciones a la crisis energética, el Ejecutivo se está planteando un nuevo estado de alarma, con la excusa, esta vez, del desabastecimiento que empieza a provocar el paro de los transportistas.
¿Hasta cuándo vamos a soportar este estado de cosas? ¿Hasta dónde va a alcanzar la paciencia de los ciudadanos?