LA PRIMERA VÍCTIMA DE LA GUERRA

Publicado en Diario Información el 26 de marzo de 2022

ESPERANDO A GODOT

La primera víctima de la guerra

Estoy convencido de que habrán oído ustedes con mucha recurrencia, en tertulias radiofónicas y televisivas, en artículos de opinión en la prensa diaria, e incluso en conversaciones cotidianas en las que se traten estos asuntos, que en toda guerra la primera víctima siempre es la verdad.

Pero esta frase tan manida, como tantas otras que tertulianos, periodistas y opinadores utilizan de forma cotidiana para reforzar sus argumentos, siempre tienen un autor intelectual. Siempre alguien, único e inimitable, tuvo la ocurrencia de pergeñar una expresión original que, con el paso de los tiempos está en boca de todos, incluso de los que no saben muy bien a que se refieren.

Investigando, precisamente, sobre el origen de esta máxima, he podido hilar dos explicaciones plausibles sobre su origen. La primera de ellas es la que la atribuye al gran escritor inglés Samuel Johnson (1709-1784), una de las figuras literarias más importantes de Inglaterra de todos los tiempos, del que ya hemos hablado en ocasiones anteriores (víd. Esperando a Godot del 11 de mayo de 2018, Cuando un hombre se cansa de Londres).

Según esa teoría, el insigne autor y lexicógrafo acuñó, en uno de los artículos que escribía semanalmente en el diario londinense “The Universal Chronicle”, la siguiente frase: “Among the calamities of War may be justly numbered the diminution of the love of truth, by the falsehoods which interest dictates and credulity encourages” (que en una traducción mía y libérrima vendría a ser algo así como: “De entre las calamidades de la guerra podíamos ciertamente enumerar la disminución del amor por la verdad, por la falsedad que el interés dicta y la credulidad anima”).

Sin embargo, la versión que a mí personalmente me convence más, es la que sitúa el nacimiento de esta idea, como tantas otras que jalonan el pensamiento occidental, en la Antigua Grecia, más concretamente en el dramaturgo Esquilo (Gela, actual Sicilia, 525/524 a. C.—456/455 a. C.). Esquilo vivió en los convulsos tiempos en los que la democracia ateniense, una vez liberada de la tiranía, tuvo que defenderse de dos grandes peligros: uno interno, sus propios políticos, y otro externo, los invasores extranjeros.

El propio Esquilo se involucró en las guerras de su ciudad natal contra los invasores persas. De hecho, los cronistas afirman que participó en la famosa Batalla de Maratón, en el año 490 a. C., en la que los atenienses lograron contener a los persas. Quizás estas vivencias personales le llevaron a pronunciar la sentencia que yo estoy convencido que es de donde viene la frase actual que da título al artículo de hoy: “Dios no es reacio al engaño en una causa justa”.

Dos mil quinientos años después de que Esquilo realizara ésta y otras reflexiones, seguimos teniendo los mismos problemas internos y externos que la Grecia de su época, y la verdad no es ya que tenga poco valor, es que se trata de un término tan abstracto que se ha convertido en una auténtica entelequia. Cómo explicamos si no lo que ha ocurrido en el mundo, en general, y en España, de una forma tan particular como lo somos los españoles, en los últimos dos años.

Si no recuerdo mal, porque los acontecimientos se vienen sucediendo de una forma tan vertiginosa que estos veinticuatro meses parecen décadas, hace justamente dos años, el Gobierno decretaba el primero de una serie de estados de alarma (más tarde declarados inconstitucionales) que nos llevaron a vivir una aciaga época de zozobra, miedo, incertidumbre y falta de libertad, que entonces estuvimos dispuestos a sacrificar por el bien común.

Durante esos meses, Pedro Sánchez, lanzaba sus homilías desde su atril, convertido en púlpito laico, utilizando, cual templario redivivo, un lenguaje mitad de monje, mitad de soldado; si analizan ustedes bien el lenguaje que se utilizaba, todo eran expresiones como “debemos resistir”, “lucharemos juntos”, “vamos a vencer al virus” o, lo que es peor, “hemos vencido al virus”, frase que causó mucha alegría al oírla por primera vez, pero que a nadie engañó la segunda, la tercera, ni la cuarta vez que la escuchamos en boca de una persona que debería tener toda la credibilidad del mundo, pero que a nadie engaña ya: el presidente del Gobierno.

Porque, qué ha pasado ahora con el coronavirus. Pues que ya no está de moda. La actualidad se centra en la guerra y en la economía. Las tasas de incidencia son mucho mayores que en algunos momentos que vivimos serias restricciones en nuestros derechos individuales. Ahora mismo, la población ya no se plegaría a nuevos confinamientos por causa del COVID. Hemos aprendido a convivir con él y la ciencia nos ha dado herramientas para minimizar sus consecuencias, aunque no en todos los casos.

No obstante, la tiranía siempre ama la falta de libertad. Quizás por eso hay rumores de que, en lugar de buscar soluciones a la crisis energética, el Ejecutivo se está planteando un nuevo estado de alarma, con la excusa, esta vez, del desabastecimiento que empieza a provocar el paro de los transportistas.

¿Hasta cuándo vamos a soportar este estado de cosas? ¿Hasta dónde va a alcanzar la paciencia de los ciudadanos?

 WANDERLUST

Publicado en Diario Información el 19 de marzo de 2022


ESPERANDO A GODOT

Wanderlust

Algunos de ustedes se preguntarán por el motivo y el significado del título de este artículo y les responderé primero desde un punto de vista lingüístico, que me encanta por mi formación como filólogo, y después desde una perspectiva literaria que estoy convencido de que les podrá suponer unas agradables horas de solaz frente a un libro, si tienen a bien seguir las recomendaciones de lectura que les voy a hacer.

La palabra wanderlust es una voz inglesa, tomada directamente del alemán Wanderlust, cuyo significado literal es “deseo de deambular”. El vocablo es un compuesto, a su vez, del verbo wander (desplazarse sin un rumbo fijo), proveniente del germánico occidental wundrōjanan, y del sustantivo lust (deseo, inclinación, apetito sensual), derivado del proto germánico lustuz, aunque otros autores también aluden a una raíz latina lascivus, de la que derivan, también en español, el sustantivo lascivia y el adjetivo lascivo.

Es evidente que ese afán, ese gusto casi lascivo, por viajar ha estado presente en el ser humano desde el principio de los tiempos. Quizás por necesidad, al principio, cuando el hombre paleolítico se organizaba en una sociedad de cazadores y recolectores, pero cada vez más por el mero placer de hacerlo. Lógicamente esa querencia se ha visto reflejada en la literatura de todas las épocas y en todas las lenguas, dando lugar a un subgénero literario denominado por algunos como “libros de viajes”.

Existen muchos libros de viajes, pero para no extenderme demasiado, les citaré cuatro muy conocidos y de lectura casi obligatoria. El primero de ellos es La Odisea, poema épico atribuido al poeta griego Homero (928 a. C.). El poema narra la historia de Ulises, rey de Ítaca, y su viaje de diez años, aunque el poema realmente describe las últimas seis semanas, intentando volver a casa tras la Guerra de Troya. Cuando finalmente lo consigue, sólo su hijo Telémaco y una esclava lo reconocen; Ulises tiene que enfrentarse a los pretendientes que querían desposar a su mujer y usurpar su reinado, siendo restituido finalmente en su trono.

La segunda es un clásico de los años treinta del siglo pasado, Mientras agonizo (As I Lay Dying), de William Faulkner, una novela introspectiva que relata el camino emprendido por la familia Bundren para acompañar el cadáver de la matriarca a su localidad natal de Jefferson, Mississippi. Bajo el sol canicular de julio, junto a un ataúd en el que se descomponen los restos de Addie Bundren, los miembros de una particular familia avanzan irremisiblemente para ahondar en los diferentes grados de locura que padecen, poniendo de manifiesto el extraño paralelismo entre el nacimiento y la muerte que cualquiera que haya leído la novela se planteará con total seguridad.

Por supuesto, hablando de literatura de viajes, no podíamos dejar de citar Viaje a la Alcarria, escrita en 1948 por el insigne Camilo José Cela, del que hace poco comentábamos una divertida anécdota que protagonizó en una visita que realizó a Elche en los años 60. La novela narra el viaje de un habitante de Madrid que, zurrón al hombro, realiza un periplo por la comarca de Guadalajara, próxima a la capital de España.

Mi última recomendación es una novela postapocalíptica, de la que ya hemos hablado anteriormente, escrita en 2006 por Cormac McCarthy, ganador del Premio Pulitzer 2007: La carretera (The Road). Se trata de un viaje de un padre y su hijo, atravesando los EE. UU., que tienen que sobrevivir no ya solo a la intemperie, la devastación y las alimañas, sino también al mayor peligro que acecha al hombre: sus propios congéneres.

Sea como fuere, la lectura de estos libros invita a viajar; invitación que se ve truncada cuando vamos a repostar y comprobamos el precio de los carburantes. Es evidente que de los viajes de placer podemos prescindir o reducirlos, pero las personas que utilizamos el coche para ir al trabajo, o como herramienta laboral, tenemos un grave problema. No hay más que comprobar que los profesionales del transporte están iniciando movilizaciones que terminarán afectando a otros sectores, como ya está ocurriendo de hecho con el lácteo.

El Gobierno, entretanto, está intentado interponer una barrera entre la actual escalada inflacionista, que no lo es sólo de la energía, y su imagen como ejecutivo. La subida de los precios en España es la mayor de la Unión Europea y comenzó mucho antes de estallar el conflicto en Ucrania, pero para Pedro Sánchez, todo es culpa de Putin, mientras que la parte comunista del Consejo de Ministros nos insta a unos esfuerzos de contención y fiscales que no se aplican a sí mismos.

Parece ser que Podemos y los Sindicatos se niegan a bajar los impuestos porque, para ellos, es mejor pagarlos y después recibir dádivas de los que los recaudan. Argumentan que, si descienden los ingresos, el déficit y los servicios públicos se verían trastocados. Esa tonadilla de la bondad de los impuestos me suena. También la he oído en Elche en boca de destacados miembros del Equipo de Gobierno del Ayuntamiento.

Sin embargo, ante la ecuación impuestos versus gasto público, hay otra variable que, paradojas de la vida, estos políticos nunca contemplan: bajar el gasto. Reduzcan ministerios, despidan “asesores” de todas las administraciones, dejen de impulsar políticas absurdas y verán como hay margen para bajar impuestos en España, en la Comunidad Valenciana y, por supuesto, en Elche.

 PIPPI LåNGSTRUMP

Publicado en Diario Información el 12 de marzo de 2022


ESPERANDO A GODOT

Pippi Långstrump

Vayan por delante mis más humildes disculpas si lo que les voy a contar raya en la inmodestia, pero todas las semanas recibo alguna dosis de retroalimentación por parte de algunos lectores que hacen comentarios sobre mis artículos. A algunos les gusta más la parte que contiene cierta crítica social y política, a otros les entretiene la que se dedica a comentarios literarios. Precisamente a estos últimos debo pedir perdón, puesto que alguno me ha indicado que en el artículo de la semana pasada se había obviado esa parte, leitmotiv de esta serie de artículos, desde que comenzó hace casi cinco años.

Por eso, esta semana les voy a hablar de una escritora sueca, autora de numerosos libros infantiles, Astrid Lindgren. Quizás su nombre no les suene, pero la identificarán de inmediato si les hablo de su serie de novelas más famosa, que fue llevada a la televisión en los años setenta del siglo XX (en realidad el primer episodio se emitió el 8 de febrero de 1969): Pippi Långstrump, o Pippi Calzaslargas.

La primera entrega de la saga de Pippi se publicó en 1945. Como recordarán los más veteranos, Pippi era una peculiar niña que vestía de una forma muy estrafalaria y vivía sola en una gran casa con su caballo y su mono; se caracterizaba, además, por gozar de una pasmosa fuerza física y por su riqueza, pues poseía un baúl lleno de monedas de oro que la hacían independiente económicamente. Estos rasgos la convertían en un personaje completamente ajeno a los estereotipos sociales de un niño normal, pero al tiempo representaban de una manera arquetípica los sueños de libertad y poder de cualquier pequeño.

La popularidad que alcanzó el personaje literario, sobrepasado más tarde por el que apareció en la pequeña pantalla, llevó a que las novelas de Lindgren fueran traducidas a infinidad de idiomas. Baste citar, por ejemplo, que existen versiones de Pippi Calzaslargas en japonés (Nagakutsushita-no-Pippi) o en hebreo (Bilbec Bat-Gerev). Del mismo modo, también se han producido varios largometrajes en los que la simpar niña sueca es la protagonista.

Pero si los niños y adolescentes del último tercio del siglo XX tuvieron por la niña más famosa a Pippi Långstrump, los del primer tercio del siglo en curso conocen mejor a otra sueca, Greta Thunberg. Ahora bien, se trata de dos modelos tan contrapuestos como los mundos de los que provienen una y otra. Pippi es una niña nacida tras la Segunda Guerra Mundial, que tiene ante sí, y de ese modo lo trasmite, todo un futuro plagado de esperanza. Atrás había quedado la barbarie y la desolación y enfrente se avistaba una forma de vida en Europa occidental plagada de oportunidades y de perspectivas de mejora de la calidad de vida. Greta, por el contrario, supone un modelo antipático, una niña repelente que constantemente proyecta en los demás sus frustraciones, seguramente fruto de una infancia desdichada, conminándonos a vivir peor cada vez, para cumplir una agenda ideológica que ella preconiza desde una atalaya de bienestar que ha heredado de generaciones anteriores a las que ahora critica de forma tan inmisericorde como injusta.

En los tiempos azarosos que corren, yo me quedo con Pippi (y con su baúl de monedas de oro, que no nos vendría mal) frente a Greta. Al menos la primera representa un sueño. La segunda, igual que los gobernantes occidentales que, de una forma absolutamente ridícula, le han rendido pleitesía, representan la pesadilla en medio de la que nos hemos despertado. Esa pesadilla no es otra que un mundo supuestamente libre, pero que depende de la dictadura rusa y de las satrapías de oriente medio para su suministro energético.

Claro que ese “bla, bla, bla” Greta no nos lo había contado. Cuando la señora Merkel, paradigma de los valores de la Unión Europea, decidió continuar con la política iniciada por los socialdemócratas alemanes y desmantelar sus centrales nucleares quizás, sin saberlo, disparó la primera bala del actual conflicto que se está librando ahora mismo en Ucrania. La dependencia energética de Alemania y de otros países europeos es el principal factor que ha llevado a Putin a pensar que nos tiene subyugados, y quizás esté en lo cierto.

A mí, cada vez que oigo hablar de emergencia climática, Agenda 2030 u objetivos de desarrollo sostenible se me ponen los pelos de punta, pues mi cabeza liberal lo traduce automáticamente por subida de impuestos, empobrecimiento y menoscabo de los fundamentos de nuestra forma de vida. No me malinterpreten, por favor. No soy ningún dinosaurio antediluviano, ni pretendo volver a una época en la que se esquilmaban los recursos del planeta por nuestro beneficio egoísta. Pero sin ser un experto en la materia me atrevo a decir que la política energética basada únicamente en las renovables, eólicas y solares, es un fracaso absoluto.

La solución, por supuesto, no pasa por una vuelta masiva a los combustibles fósiles, pero tendremos que convivir con ellos unos años más, al tiempo que desarrollamos una alternativa basada en dos conceptos complementarios: recuperar la energía nuclear, con reactores pequeños y seguros repartidos por toda la geografía europea, al tiempo que desarrollamos lo que podría ser la propuesta definitiva, basada en el elemento químico más abundante del universo, el hidrógeno.

El hidrógeno puede ser obtenido de dos formas, por electrólisis o por termólisis, y su producción es completamente inocua en términos de producción de CO2. Además, se puede presentar en forma de gas o de líquido, por lo que su transporte es sencillo a través de los gasoductos existentes o en barcos cisterna. El único problema es que los procedimientos para obtenerlo requieren, a su vez, un alto consumo energético. Pero si esa energía la obtenemos de fuentes limpias, eólicas, solares y, por qué no, nucleares, habremos solventado de un plumazo los dos principales problemas que existen con las fuentes de energía: la contaminación y el almacenamiento y transporte, al tiempo que nos libraremos de nuestra dependencia energética exterior.

 HOLODOMOR

Publicado en Diario Información el 5 de marzo de 2022

ESPERANDO A GODOT

Holodomor

Ucrania, no hace falta que yo les cuente nada que no sepan ya, está viviendo una etapa absolutamente trágica, que se suma a otros episodios extremadamente truculentos que ha tenido que soportar a lo largo de su historia; el más terrible de ellos es el conocido como “holodomor”, expresión formada por la combinación de las palabras que en ucraniano significan hambre (holod) y exterminio (mor).

El holodomor, en efecto, fue una hambruna que asoló la República Socialista Soviética de Ucrania entre 1932 y 1933, pero que no llegó hasta la opinión pública hasta que, en 1986, el poeta ucraniano Ivan Drach se atreviera a hablar públicamente de aquellos sucesos, al comparar la opacidad con que se habían tratado con la que manifestaron las autoridades soviéticas al negar, al menos durante las primeras horas y días, la magnitud del desastre de la central nuclear de Chernóbil.

Las causas del holodomor hay que buscarlas en la decisión adoptada por el entonces líder soviético, Joseph Stalin, de colectivizar toda la producción agraria desde 1929, lo que condujo a una caída en picado de la producción, a una caótica desorganización de la economía rural y a una escasez de alimentos alarmante, así como a una serie de conatos de rebelión, incluyendo algunos episodios de lucha armada entre los campesinos, lo que despertó la ira del Kremlin.

La preocupación de Stalin con esas revueltas no era baladí. No en vano, se desplegaban en provincias que tan solo una década atrás habían tomado partido por los mencheviques en su pugna por el poder con el Ejército Rojo durante la Guerra Civil Rusa, tras la revolución de 1917. En definitiva, el líder supremo temía perder Ucrania, con el mismo fervor que Putin quiere ahora recuperarla para su “Gran Rusia” un patético remedo de lo que fue la Unión Soviética, pero no menos autoritario y peligroso.

La campaña de Stalin trajo como consecuencia un auténtico holocausto: entre 1931 y 1934 murieron de hambre, literalmente, alrededor de cuatro millones de ucranianos. Los archivos policiales de la época, que salieron a la luz tras la desintegración de la Unión Soviética, describen escenas absolutamente dantescas, incluyendo frecuentes episodios de canibalismo entre la población, ausencia absoluta de un marco social y jurídico digno de tal nombre, pillaje y linchamientos. Los cuerpos eran enterrados en fosas comunes y no era infrecuente ver cadáveres abandonados por las calles de las principales ciudades.

Hasta tal punto alcanzó la represión que Stalin mandó ejecutar a todos los funcionarios que habían trabajado en la elaboración del censo de 1937, pues en ese documento se reflejaba la bajada de la población causada por el diezmo que en ella se había producido a consecuencia del hambre.

Pero el genocidio de Stalin no se limitó a dejar morir de hambre a la población civil. Su objetivo último era borrar de la faz de Ucrania el sentimiento nacional de su población, y para ello no dudó en utilizar, con toda la crueldad que sólo él, el mayor asesino que ha producido la historia de la humanidad, era capaz, todos los mecanismos que el Estado ponía a su disposición: mientras la población perecía irremisiblemente, la policía secreta, amparada por la situación de miseria absoluta, se dedicó a exterminar también a todos los líderes políticos, sociales y religiosos que pudieran suponer el más mínimo peligro para su causa.

Tras esta suerte de limpieza étnica, Stalin completó su plan, igual que hizo en otras antiguas repúblicas soviéticas, repoblando el territorio con población rusófona, de modo que en la actualidad ésta alcanza los cinco millones y medio de personas y es uno de los motivos aducidos por Vladimir Putin para su criminal e injustificada invasión de Ucrania. En definitiva, el sátrapa ruso sigue al dedillo las enseñanzas de Stalin, seguramente adquiridas durante su etapa de miembro de la KGB.

Sorprendentemente, en España todavía queda quien es capaz de defender esas políticas asesinas de soviéticos entonces y del régimen ruso ahora; son los mismos que se oponían a la Guerra de Irak, calificándola de agresión al margen de la legalidad internacional y que ahora piden una negociación entre una potencia invasora y un pueblo que defiende su integridad territorial. Son los mismos que ponen en plano de igualdad a las víctimas de ETA y a sus verdugos. Afortunadamente, son pocos. Por desgracia forman parte del Gobierno de España.

En cualquier caso, si el Gobierno no está a la altura de las circunstancias en esta ocasión, el pueblo de España sí lo está. A nuestra zona comienzan a llegar numerosos refugiados que se unen a la amplia colonia ucraniana que ya residía en la zona costera de la Vega Baja y de Las Marinas, y la respuesta de la población, también de las administraciones locales de todo signo político, está siendo para sentirse muy orgulloso. Esperemos que todo acabe pronto y no siga siendo necesaria nuestra solidaridad, aunque las noticias que nos llegan no inviten precisamente al optimismo.

 13 RUE DEL PERCEBE

Publicado en Diario Información el 26 de febrero de 2022


ESPERANDO A GODOT

13 Rue del Percebe

En un artículo publicado en esta misma sección el 20 de abril de 2018 (víd. Esperando a Godot, Bar Baridad), reflexionábamos sobre la disputa existente entre los críticos literarios respecto a la consideración, o no, del cómic como un género literario independiente, con el resultado de que, tras leer algunos ensayos sobre el asunto, habíamos llegado a la conclusión de que reputados expertos en la materia, como Northrop Frye o Umberto Eco, habían concluido que sí lo es.

Aquella disquisición dio pie a una serie de comparaciones entre algunos cómics, o tebeos como eran conocidos desde siempre, muy en especial los del insigne Francisco Ibáñez, y la actualidad local. Por aquel entonces, los personajes que salieron a colación fueron los celebérrimos Mortadelo y Filemón, junto a sus compañeros de viñetas el Superintendente Vicente, la señorita Ofelia o el Profesor Bacterio.

Los acontecimientos vividos en Génova 13, sede nacional del Partido Popular, en los últimos días, me han traído a la mente otro de esos tebeos, precisamente aquél que habla del número 13 de una calle, no de Génova, sino de la Rue del Percebe. Se podrá discutir sobre la idoneidad o no del liderazgo de Pablo Casado para llevar a la derecha a una victoria electoral sobre el “sanchismo” y el populismo de izquierdas; seguramente no reunía el perfil adecuado para lograrlo. Pero lo que es innegable es que episodios como los que hemos presenciado nos muestran con toda crudeza la miseria de la política, que no es otra que la miseria de la condición humana destilada en dosis letales.

Al final, todo lo sucedido ha recorrido, desde el punto de vista literario, todo el espectro de lo cómico, a lo tragicómico, para acabar siendo directamente trágico. Basta con fijarse en el que es considerado el mejor dramaturgo de todos los tiempos (sin desmerecer a los clásicos ni, por supuesto, a los autores españoles del Siglo de Oro): William Shakespeare. Los héroes de las tragedias shakespearianas siempre tienen una debilidad que precipita su caída, aunque esa caída, que es más dura y dramática cuanto más alta es la posición del protagonista, también viene propiciada por una serie de factores internos y externos, entre los que suele destacar la participación de personajes arteros y manipuladores que terminan precipitándolo al abismo de su desgracia.

En el caso que nos ocupa, de las diez tragedias que se atribuyen al bardo inmortal, la que más se asemeja al guion de la crisis del PP es Julio César. Aunque su trama es de sobra conocida, en esta obra Shakespeare relata el asesinato de César a manos de sus más leales amigos y consejeros, quienes ponen como pretexto su temor de que se esté convirtiendo en un tirano, aunque el trasfondo real es una lucha por el poder en la que Casio quiere prevalecer. Casio convence hasta al mejor amigo de César, Bruto, para que participe en la conjura que desembocará en el magnicidio; pero, tras comprobar la futilidad de su acción, Casio y Bruto se enzarzan en una lucha entre ellos que terminará con la muerte de este último, enterrado con todos los honores por orden del nuevo emperador Octavio.

En innumerables ocasiones, creo que la última vez fue la semana pasada, les he intentado trasmitir que el hombre no ha cambiado prácticamente nada en miles de años. El magnífico relato de unos hechos históricos acaecidos en los idus de marzo (día 15) del año 44 a. C. realizado por William Shakespeare refuerza mi tesis. Si comparan la breve sinopsis de la tragedia que les he expuesto en el párrafo anterior con el asesinato político de Pablo Casado a manos de los que pocas horas antes le juraban lealtad y fidelidad eterna, comprobarán que la similitud en el comportamiento de unos y otros es asombrosa.

En clave local, parece ser que todo este tsunami no ha tenido graves consecuencias, pero como ocurre durante esos fenómenos naturales, los efectos devastadores comienzan en el epicentro del terremoto, pero sus consecuencias pueden llegar a asolar, en forma de ola gigante, costas que parecían demasiado remotas y resguardadas para verse afectadas. A nadie se le escapa la cercanía de Pablo Ruz a su tocayo Casado; bien es cierto que, del mismo modo que muchos, Almeida es un caso paradigmático, se están quitando de en medio, en Elche también lo harán y aclamarán al nuevo líder, presumiblemente Feijóo, que surja del congreso extraordinario del partido.

Ruz derrotó en buena lid a Mercedes Alonso en la asamblea local del PP de julio de 2017 y acaba de revalidar su cargo de presidente local sin oposición alguna, por lo que, independientemente de los movimientos que se den en Madrid, su posición es firme. Pero no contar con un respaldo inequívoco de “arriba” le puede acarrear varios problemas. El más inmediato una menor libertad a la hora de elaborar las listas para los próximos comicios locales. Problema que tendrá una importancia relativa para él si gana esas elecciones. Pero ¿y si las pierde?

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...