LOS MUCHACHOS DE ZINC
Publicado en Diario Información el 6 de mayo de 2023
Esperando
a Godot
Los muchachos de zinc
Estas últimas semanas he estado haciendo un trabajo de
evaluación de docentes que aspiran a pertenecer al cuerpo de Catedráticos de Enseñanza
Secundaria. Una de las tareas que ello supone es acudir a una de sus clases
para verificar su desempeño en el aula. Es un cometido gratificante, pues uno
se sorprende de forma muy positiva del modo en que los profesores desarrollan
su labor en el aula. Precisamente, esta misma semana, en una magnífica clase de
Física y Química de 1º de Bachillerato he descubierto a una escritora
bielorrusa, Svetlana Aleksiévich, ganadora del
Premio Nobel de Literatura en 2015. En concreto, el libro que salió a colación
ese día fue Los muchachos de zinc, publicado
en 2019.
Se preguntarán ustedes qué tiene que ver la literatura
con la química. Tendrán que esperar un poco antes de que se lo desvele, pero se
asombrarán de la buena idea que tuvo la profesora de estos alumnos. Primero les
quiero hablar de la obra de Aleksiévich a la que me refería y que narra la
guerra en la que se empeñó la Unión Soviética en Afganistán y que causó la
muerte de cientos de miles de personas de ambos bandos (las cifras oficiales
hablan de 50.000 bajas entre muertos y heridos del lado soviético, pero son
cifras que jamás se han podido confirmar). Los dirigentes del Kremlin querían
imponer el relato de que la contienda no era tal, sino una misión de
mantenimiento de la paz, fruto de su “deber internacionalista”; la realidad es
que pronto empezaron a llegar los cadáveres de muchos chicos, que no eran
soldados profesionales, en ataúdes de zinc.
Los muchachos de zinc narra
la historia de lo que allí ocurrió a través de los testimonios de los soldados,
los oficiales y las enfermeras destinados en Afganistán, así como de las
madres, las esposas y los hermanos de los que nunca regresaron. Engarzando esas
historias, Svetlana Aleksiévich nos muestra la cruda realidad de las
perdurables consecuencias de aquel conflicto, la pérdida de la inocencia de
muchos jóvenes, la vergüenza de los veteranos retornados y abandonados a su
suerte, la preocupación por los que tuvieron que dejar atrás sobre aquel terreno
hostil… A lo que habría que añadir la controversia que suscitó la propia
publicación de la obra, puesto que muchos no querían aceptar la realidad de lo
que había sucedido en Afganistán.
La relación entre el relato de Aleksiévich y la
química comienza con el propio título. ¿Por qué los ataúdes de esos
infortunados eran de zinc y no de madera o de cualquier otro material más
habitual para tal fin? En primer lugar, porque es un metal muy abundante y
relativamente barato, pero también por sus características, especialmente
porque es maleable, dúctil y duro. Además, el zinc tiene unas propiedades que
lo convierten en un magnífico antiséptico (las cremas para el culito de los
bebés lo utilizan) por lo que su uso para transportar cadáveres y restos
humanos descuartizados, como ocurría en muchos casos, prevenía posibles
infecciones de quien tuviera que manipularlos durante su traslado (como
curiosidad, este elemento también es necesario para nuestro organismo,
resultando vital para la formación de tejidos musculares y huesos, la
transmisión sináptica entre neuronas y en numerosos procesos enzimáticos,
además de para potenciar la libido).
La pregunta que indefectiblemente surge tras este
relato es por qué los Estados Unidos se han empeñado tantos años en intentar
contralar ese país después del fiasco que habían sufrido los soviéticos al
tratar de hacer lo mismo. La respuesta también tiene que ver con la física y la
química: los ingentes recursos minerales de tierras raras que posee ese país.
El nombre de tierras raras induce a error, pues de lo que realmente se trata es
de 17 elementos químicos (escandio, itrio y los quince elementos del grupo de
los lantánidos). Para que se hagan una idea de la importancia de estos
elementos les daré un par de ejemplos: el almacenado de datos informáticos, que
cada vez se hace en equipos más pequeños y con mayor capacidad, debe parte de
sus avances a las extraordinarias propiedades magnéticas del iterbio y del
terbio; para evitar las falsificaciones de los billetes de euro se usa el
europio, que tiene la peculiaridad de volverse luminiscente bajo una luz
ultravioleta.
En la actualidad, abandonado Afganistán por los
americanos, son los chinos los que están tras el 1’4 millones de toneladas de
lantano, cerio, neodimio y litio, entre otros muchos recursos minerales, que
encierra el subsuelo del país asiático y que están valorados en unos 2’5
billones de euros. China, sin disparar una sola bala, controla ya el 90% de la
producción y procesamiento de tierras raras, imprescindibles para la industria
tecnológica de occidente; si a ello unimos el hecho de que su política
energética no está supeditada a las restricciones que en Europa nos hemos auto
impuesto como consecuencia de la Agenda 2030, auténtica religión laica que nos
llevará a la ruina, hará que en pocos años dependamos del gigante asiático
absolutamente para todo, si es que no lo hacemos ya.
Entretanto, en España tenemos unas políticas absolutamente erráticas en los tres pilares fundamentales para nuestro desarrollo: la política de producción de los minerales mencionados, la política energética y la política hídrica. En el primero de ellos, contamos con recursos sin explotar debido a las restricciones de todo tipo que imponen las administraciones. En el segundo, y en Elche tenemos un claro ejemplo con la proliferación de campos de placas solares, estamos abandonando lo que debería ser la apuesta más firme -las mini centrales nucleares, limpias y seguras- en aras de un falso y absurdo ecologismo. En el tercero, problema también acuciante en nuestra zona, se abandonó hace años la solución más factible -los trasvases entre cuencas- para satisfacer las exigencias de los nacionalistas catalanes.
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