EL AÑO SIN VERANO
Publicado en Diario Información el 16 de abril de 2023
Esperando
a Godot
El año sin verano
La semana pasada les comentaba como el mal tiempo
reinante en Suiza el verano de 1816 había sido en parte la causa de que Mary
Shelley diera a luz al más célebre monstruo, con el permiso de Drácula, de la
literatura universal. Lo que no reparé en explicarles, y lo hago ahora gracias
al comentario que me hizo una grandísima amiga tras leer mi artículo (ha de ser
muy buena amiga, pues lo hace todas las semanas) fue el origen de ese inusitado
y adverso clima.
Todo comenzó en la isla indonesia de Sunbawa. El diez
de abril de 1815 se produjo allí la erupción del monte Tambora, un volcán de
2850 metros de altura que arrojó durante días millones y millones de toneladas
cúbicas de lava, rocas, polvo y gases sobre la isla y a la atmósfera. Las
consecuencias para sus habitantes supusieron la muerte, casi en el acto, de
diez mil personas; pero también hubo consecuencias a escala global. La gran
cantidad de material arrojado a la atmósfera provocó un ensombrecimiento del
cielo de tal magnitud que grandes partes del planeta, con especial incidencia
en el hemisferio norte, se enfriaron, provocando que 1816 fuera conocido como
“el año sin verano” (“cambio climático” lo llamarían ahora los “progres”).
Esa era precisamente la situación que les describía de
aquel verano suizo en el que los Shelley, John Polidori y Lord Byron competían
escribiendo para entretenerse en casa, ante la imposibilidad que provocaba la
lluvia incesante de solazarse en el exterior. De ese verano también surgió El
vampiro, de John Polidori y uno de los poemas (que también me apuntó la
amiga a la que me refería, que es filóloga como yo) más bellos jamás escritos
en lengua inglesa: Darkness (Oscuridad). Una obra concebida como una
advertencia sobre las desigualdades que asomaban en la sociedad de aquella
época y una predicción sobre un futuro distópico que acecharía a la humanidad
si ésta no ponía todo su empeño en enderezar su rumbo. Los cinco primeros
versos, que transcribo a continuación, dan una idea del pesimismo de Byron y de
la influencia en su estado de ánimo del tiempo brumoso de aquella época:
“I had a
dream, which was not all a dream.
Tuve un sueño, que no era del todo un
sueño.
The bright
sun was extinguish’d, and the stars
El brillante sol se apagaba, y los astros
Did wander
darkling in the eternal space,
vagaban diluyéndose en el espacio eterno,
Rayless, and
pathless, and the icy earth
sin rayos, sin senderos, y la helada
tierra
Swung blind
and blackening in the moonless air;
oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire
sin luna;”
“Darkness” (pueden buscarlo en Google y leerlo íntegro
en español, son sólo cuarenta y dos versos), plantea una sólida tesis sobre la
postrera inanidad del ser humano. En el sueño del narrador se verbaliza un
mundo postapocalíptico en el que el sol se ha extinguido y ninguna de las
instituciones, desde la monarquía a la religión, ha conseguido sobrevivir. Del
poema inferimos que la civilización no es tan sólida como pensamos, que la
vastedad del universo la puede derrotar con facilidad, y que la dignidad humana
se derrumba del mismo modo bajo la presión de la desesperanza.
Aunque para colapso de la dignidad humana, y perdonen
que abunde en el tema, está la cuestión de lo que ha venido en denominarse “el
espacio a la izquierda del PSOE”. La semana pasada ya comentábamos como Yolanda
Díaz era una creación tipo “Frankenstein”, aunque en su caso con rostro amable
y con una operación de mercadotecnia impecable: dice lo que la gente quiere oír
y en un tono que tranquiliza a las masas frente al lenguaje agresivo, rayano en
lo obsceno, que utilizan muchos políticos.
Frente a ese estilo de Yolanda Díaz, Podemos, molesto
por el roto electoral que Sumar les puede provocar, está intentando otra
operación similar con la intención de potenciar a Irene Montero. Sin embargo,
el modo en que lo están haciendo es absolutamente aberrante. Últimamente se
dedican a presentarla en entrañables fotos domésticas junto al todavía líder in
pectore, Pablo Iglesias. En la última, aparecida el sábado de la semana pasada,
algunos idiotas, no se les puede dar otro nombre, quisieron ver en la
cremallera de un neceser una raya de cocaína; eso provocó el efecto contrario
al que pretendían, desviando la atención de lo que realmente se debía haber
criticado en esa foto: una mujer que predica en público el empoderamiento
femenino rindiendo fiel pleitesía y sumisión al padre de sus tres hijos que, al
parecer, ni siquiera vive ya con ellos.
Ese episodio es un claro ejemplo de la querencia de la
izquierda española por las fotografías y el espectáculo mediático
(especialmente donde no gobiernan), como el protagonizado por una diputada
autonómica andaluza de Adelante Andalucía (que no sé yo si son de Yolanda, de
Irene o mediopensionistas) durante el debate sobre la ampliación de regadíos en
el entorno de Doñana, arrojando arena sobre el escaño del presidente de la
Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla. Arena que, evidentemente, luego tuvieron que
recoger las trabajadoras de limpieza de la cámara. En otros tiempos, quizás lo
recuerden, eran los socios del actual gobierno, Herri Batasuna, los que
arrojaban cal viva sobre los escaños del PSOE en el Parlamento Vasco.
Muy lamentable todo. Menos mal que los agricultores del Camp d’Elx y de la Vega Baja son muchísimo más educados y civilizados que todos estos personajes, porque motivos para echar arena sobre los escaños de los que en nuestra tierra nos niegan el agua no les faltarían.
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