UNA NOCHE EN LA ÓPERA

Publicado en Diario Información el 22 de abril de 2023

Esperando a Godot

 

Una noche en la ópera


– Haga el favor de poner atención en la primera cláusula porque es muy importante. Dice que… la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte. Qué tal, está muy bien, ¿eh?

– No, eso no está bien. Quisiera volver a oírlo.

– Dice que… la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte.

– Esta vez creo que suena mejor.

– Si quiere se lo leo otra vez.

– Tan solo la primera parte.

– ¿Sobre la parte contratante de la primera parte?

– No, sólo la parte de la parte contratante de la primera parte.

– Oiga, ¿por qué hemos de pelearnos por una tontería como ésta? La cortamos.

 

El hilarante y surrealista diálogo con que he comenzado el artículo de esta semana es, como casi todos habrán reconocido, parte de la película de los Hermanos Marx Una noche en la ópera. El filme, de 1935, primero de los celebérrimos hermanos producido por Paramount Pictures y sin la participación de Zeppo, es considerado por la crítica como el mejor de su filmografía.

 

La desternillante comedia es una sátira de los amantes de la ópera y de los nuevos ricos, en la que Otis B. Driftwood, un agente teatral de dudosa moralidad, interpretado por Groucho Marx, es contratado por la señora Claypool, a la que da vida en la pantalla Margaret Dumont, una mujer que quiere ascender en la escala social. Para conseguirlo, el primero le sugiere que invierta en una compañía operística, cuyo éxito dependerá de la contratación del famoso tenor italiano Lasparri. Todo ello da lugar a un sinfín de graciosas escenas como la más famosa de ellas que reproducíamos al principio.

 

Estamos en 2023 y hasta ahora nadie había sido capaz de superar el humor absurdo de los Hermanos Marx… Nadie hasta el pasado día 12 de abril, cuando el abogado Robert Gutiérrez publicaba en su perfil de Twitter (y toda la prensa española se hacía eco a raíz de ello) que los ministerios de Igualdad y de Trabajo habían promulgado el mismo día en el B.O.E. la Ley de Empleo y la ley trans (Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans y para la Garantía de los Derechos de las Personas LGTBI). Dichas normas, ambas con rango de ley, como su propio nombre indica, modificaban el artículo 16.1.c) de la Ley sobre Infracciones y Sanciones en el Orden Social (LISOS), pero con dos redacciones distintas e igualmente válidas.

 

El principio de jerarquía normativa consagrado en nuestro ordenamiento jurídico y establecido en la propia Constitución establece que la propia Constitución es superior a cualquier otra norma jurídica, que una norma de rango inferior no puede contradecir a una de rango superior y que una norma posterior deroga a una norma anterior de igual rango. Pero en el caso que nos ocupa la parte contratante de la primera parte (Yolanda Díaz, ministra de Empleo) y la otra parte contratante de la primera parte (Irene Montero, ministra de Igualdad) al publicar esas dos normas contradictorias con el mismo rango y el mismo día, el pasado 28 de febrero, han suscitado un conflicto sin precedentes en la jurisprudencia española que, en opinión de los expertos legales, sólo se podrá solventar si el Gobierno rehace esas normas mediante un Decreto ley u otra forma jurídica apropiada.

 

Algo similar, pero con resultados nada cómicos en esta ocasión, ha ocurrido con la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual. (“sólo sí es sí”). En este caso las partes contratantes han sido Irene Montero, de nuevo, y Pedro Sánchez. Todos los expertos jurídicos habían advertido de los efectos que finalmente se han producido, es decir, la reducción de penas a numerosos violadores y abusadores sexuales y la excarcelación de algunos de ellos. Pero Pedro Sánchez hizo caso omiso de las advertencias por contentar a sus socios y éstos son tan extremistas que les da igual las consecuencias de sus acciones con tal de cumplir su agenda ideológica. No ha sido hasta que las encuestas han predicho una pérdida de votos por este asunto que el presidente se ha decidido a enmendar a Podemos y a él mismo. Hecho bastante frecuente, por otra parte.

 

En verdad, este Gobierno está haciendo honor a la frase que, por cierto, se atribuye a Groucho Marx según la que “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.” Pero no sólo el Gobierno es “Marxista” (de Groucho, no de Karl). Estén atentos porque estamos en campaña electoral para los comicios locales y autonómicos y las ocurrencias, en forma de promesas estrafalarias y de fichajes para las listas nos van a dar mucho juego. De hecho, estoy por garantizarles que frente a lo que vamos a oír de aquí al 28 de mayo las películas de los Hermanos Marx, más que comedias, van a parecer documentales de National Geographic.

EL AÑO SIN VERANO

Publicado en Diario Información el 16 de abril de 2023

Esperando a Godot

 

El año sin verano


La semana pasada les comentaba como el mal tiempo reinante en Suiza el verano de 1816 había sido en parte la causa de que Mary Shelley diera a luz al más célebre monstruo, con el permiso de Drácula, de la literatura universal. Lo que no reparé en explicarles, y lo hago ahora gracias al comentario que me hizo una grandísima amiga tras leer mi artículo (ha de ser muy buena amiga, pues lo hace todas las semanas) fue el origen de ese inusitado y adverso clima.

 

Todo comenzó en la isla indonesia de Sunbawa. El diez de abril de 1815 se produjo allí la erupción del monte Tambora, un volcán de 2850 metros de altura que arrojó durante días millones y millones de toneladas cúbicas de lava, rocas, polvo y gases sobre la isla y a la atmósfera. Las consecuencias para sus habitantes supusieron la muerte, casi en el acto, de diez mil personas; pero también hubo consecuencias a escala global. La gran cantidad de material arrojado a la atmósfera provocó un ensombrecimiento del cielo de tal magnitud que grandes partes del planeta, con especial incidencia en el hemisferio norte, se enfriaron, provocando que 1816 fuera conocido como “el año sin verano” (“cambio climático” lo llamarían ahora los “progres”).

 

Esa era precisamente la situación que les describía de aquel verano suizo en el que los Shelley, John Polidori y Lord Byron competían escribiendo para entretenerse en casa, ante la imposibilidad que provocaba la lluvia incesante de solazarse en el exterior. De ese verano también surgió El vampiro, de John Polidori y uno de los poemas (que también me apuntó la amiga a la que me refería, que es filóloga como yo) más bellos jamás escritos en lengua inglesa: Darkness (Oscuridad). Una obra concebida como una advertencia sobre las desigualdades que asomaban en la sociedad de aquella época y una predicción sobre un futuro distópico que acecharía a la humanidad si ésta no ponía todo su empeño en enderezar su rumbo. Los cinco primeros versos, que transcribo a continuación, dan una idea del pesimismo de Byron y de la influencia en su estado de ánimo del tiempo brumoso de aquella época:

 

“I had a dream, which was not all a dream.

Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.

The bright sun was extinguish’d, and the stars

El brillante sol se apagaba, y los astros

Did wander darkling in the eternal space,

vagaban diluyéndose en el espacio eterno,

Rayless, and pathless, and the icy earth

sin rayos, sin senderos, y la helada tierra

Swung blind and blackening in the moonless air;

oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;”

 

“Darkness” (pueden buscarlo en Google y leerlo íntegro en español, son sólo cuarenta y dos versos), plantea una sólida tesis sobre la postrera inanidad del ser humano. En el sueño del narrador se verbaliza un mundo postapocalíptico en el que el sol se ha extinguido y ninguna de las instituciones, desde la monarquía a la religión, ha conseguido sobrevivir. Del poema inferimos que la civilización no es tan sólida como pensamos, que la vastedad del universo la puede derrotar con facilidad, y que la dignidad humana se derrumba del mismo modo bajo la presión de la desesperanza.

 

Aunque para colapso de la dignidad humana, y perdonen que abunde en el tema, está la cuestión de lo que ha venido en denominarse “el espacio a la izquierda del PSOE”. La semana pasada ya comentábamos como Yolanda Díaz era una creación tipo “Frankenstein”, aunque en su caso con rostro amable y con una operación de mercadotecnia impecable: dice lo que la gente quiere oír y en un tono que tranquiliza a las masas frente al lenguaje agresivo, rayano en lo obsceno, que utilizan muchos políticos.

 

Frente a ese estilo de Yolanda Díaz, Podemos, molesto por el roto electoral que Sumar les puede provocar, está intentando otra operación similar con la intención de potenciar a Irene Montero. Sin embargo, el modo en que lo están haciendo es absolutamente aberrante. Últimamente se dedican a presentarla en entrañables fotos domésticas junto al todavía líder in pectore, Pablo Iglesias. En la última, aparecida el sábado de la semana pasada, algunos idiotas, no se les puede dar otro nombre, quisieron ver en la cremallera de un neceser una raya de cocaína; eso provocó el efecto contrario al que pretendían, desviando la atención de lo que realmente se debía haber criticado en esa foto: una mujer que predica en público el empoderamiento femenino rindiendo fiel pleitesía y sumisión al padre de sus tres hijos que, al parecer, ni siquiera vive ya con ellos.

 

Ese episodio es un claro ejemplo de la querencia de la izquierda española por las fotografías y el espectáculo mediático (especialmente donde no gobiernan), como el protagonizado por una diputada autonómica andaluza de Adelante Andalucía (que no sé yo si son de Yolanda, de Irene o mediopensionistas) durante el debate sobre la ampliación de regadíos en el entorno de Doñana, arrojando arena sobre el escaño del presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla. Arena que, evidentemente, luego tuvieron que recoger las trabajadoras de limpieza de la cámara. En otros tiempos, quizás lo recuerden, eran los socios del actual gobierno, Herri Batasuna, los que arrojaban cal viva sobre los escaños del PSOE en el Parlamento Vasco.

 

Muy lamentable todo. Menos mal que los agricultores del Camp d’Elx y de la Vega Baja son muchísimo más educados y civilizados que todos estos personajes, porque motivos para echar arena sobre los escaños de los que en nuestra tierra nos niegan el agua no les faltarían.

 FRANKENSTEIN

Publicado en Diario Información el 9 de abril de 2023

Esperando a Godot

 

Frankenstein


Corría el verano de 1818 y Mary Shelley, que por aquel entonces tenía diecinueve años, se encontraba pasando las vacaciones estivales en Ginebra, acompañada de su marido, Percy Bysshe Shelley, de Lord Byron y del doctor John Polidori. El clima no era propicio y las diversiones en esas condiciones y en aquellos tiempos escaseaban. De modo que la incesante lluvia los movió a proponer una competición que consistía en escribir una novela de terror. La propuesta de Mary fue “Frankenstein o el moderno Prometeo”, la historia de Víctor Frankenstein, un científico obsesionado con encontrar la manera de recrear la vida humana (argumento que puede tener que ver con la biografía de la madre de la autora, que intentó suicidarse dos años antes de que ella naciera, pero fue “resucitada” por unos marineros que vieron como se lanzaba al río; aunque terminó falleciendo de una infección puerperal tras alumbrar a Mary).

 

La publicación de la novela supuso un considerable éxito comercial, dada la popularidad en aquella época romántica de las novelas góticas, pero la crítica literaria no la acogió con demasiado entusiasmo. No se discutía la poderosa imaginación de la autora, ni sus habilidades narrativas, pero algunos llegaban a cuestionar su estabilidad mental. No fue hasta bien entrado el siglo XX cuando la novela empezó a estudiarse desde múltiples prismas: psicológicos, sociológicos, políticos e incluso feministas. Del mismo modo, se han rastreado las fuentes literarias que usó y los precedentes que influyeron sobre ella, como ”Fausto”, de Goethe, o “La balada del viejo marinero” de Samuel Taylor Coleridge, dando a la novela la importancia que realmente tiene e intentando extraer el verdadero trasunto filosófico que encierra.

 

La idea principal que trasciende a la novela es de orden moral. El protagonista, Víctor Frankenstein, es incapaz de comprender que sus acciones tienen consecuencias, que no puede concentrarse únicamente en conseguir sus objetivos sin sopesar el daño que puede causar a las personas que están a su alrededor. Por eso, cuando finalmente logra dar vida al monstruo y el resultado no le gusta, simplemente lo rechaza y abandona su laboratorio. Elude su responsabilidad moral en esa ocasión y también cuando el monstruo le pide que cree una compañera para él y el científico no cumple lo pactado, dando lugar a una escalada de violencia como venganza de la criatura hacia su creador. En ese momento, aunque no en la forma que él hubiera deseado, el monstruo consigue lo que perseguía: atraer la atención del Dr. Frankenstein.

 

Decíamos que uno de los enfoques de los estudios sobre la novela de Frankenstein a partir de la segunda década del siglo pasado había sido el político. No en vano, si analizamos la historia reciente e incluso la situación actual, nos vienen a la mente varios ejemplos de creaciones, no necesariamente monstruosas, o sí, que han terminado teniendo una relación con su creador casi tan tormentosa como la del científico de la novela de Mary Shelley con la suya. En España este hecho es muy frecuente debido a la secular tradición de todos los dirigentes políticos, sean del signo que sean, de ungir a sus sucesores pensando que el señalado seguirá sus designios, cosa que absolutamente todos dejan de hacer a los cinco minutos de ocupar la poltrona correspondiente.

 

Un ejemplo muy claro de ello es el caso de Yolanda Díaz. El pasado fin de semana lanzó su apuesta, ¡qué sorpresa!, de encabezar una candidatura a la presidencia del Gobierno que no es tal, sino un intento de cambiar la denostada imagen que muestra Podemos para aglutinar el voto a la izquierda del PSOE y permitir que Pedro Sánchez tenga una mayoría suficiente para su investidura tras las elecciones generales de diciembre de este mismo año. Yolanda es un monstruo con rostro amable creado por Pablo Iglesias, al que ahora quiere matar (políticamente hablando), que ha sido reprogramado por Sánchez para satisfacer su ambición de poder. La diferencia es que Yolanda se ha deshecho, o está en el proceso de hacerlo, de su creador, pero no va a conseguir lo mismo con Sánchez, al que sólo sobrevive él mismo.

 

Es evidente que todos estos movimientos que se están desarrollando de cara a las generales también tendrán su repercusión a escala local y autonómica. En Elche no serán especialmente importantes, puesto que podemos nunca ha entrado en el consistorio, por lo que esos votos ya se daban por amortizados. Si acaso, podría beneficiar al PSOE, por aquello del voto útil de la izquierda y, en menor medida a Compromís. Otra cuestión muy diferente se puede producir en la lucha por el Consell. Podemos forma parte del actual “Botànic”; un escenario en el que esa formación no alcanzara el listón del 5% beneficiaría de forma significativa a la fuerza más votada (presumiblemente el Partido Popular, tras la práctica absorción de lo que queda de Ciudadanos) por lo que las serias posibilidades de Carlos Mazón de ser el próximo President de la Generalitat se verían claramente incrementadas.

 MORE PRICKS THAN KICKS

Publicado en Diario Información el 1 de abril de 2023

Esperando a Godot

 

More Pricks than Kicks


El otro día, paseando por Elche, me encontré con un amigo, nos tomamos un café y estuvimos comentando asuntos de política local y nacional. En un momento de la conversación, mi interlocutor introdujo el tema de la dimisión de la concejal Eva Crisol. Al parecer y siempre según mi contertulio, pues yo no estoy muy al corriente porque estos temas me resultan totalmente tediosos, esta señora, después de tejemanejes varios en interés propio, decidió dimitir como edil del Ayuntamiento de Elche, gesto que fue muy aplaudido por todos los miembros de la corporación, salvo uno (su propio compañero de grupo, que al parecer la conoce mejor que nadie). Claro que la buena señora no había reparado en que cuando uno deja un trabajo, el de concejal no es una excepción, de forma voluntaria, no tiene derecho a la percepción de la prestación por desempleo; de modo que no ha hecho efectiva la entrega del acta, para sorpresa de propios y extraños y especialmente de los que la aplaudían cuando verbalizó las intenciones que ahora no ha cumplido. Imagino que una vez agotado el mandato (y cobrados los emolumentos correspondientes a los tres últimos meses del mismo) acudirá a las oficinas del SEPE para tramitar la correspondiente prestación. Ya le preguntaré a mi amigo.

 

En cualquier caso, vamos a dejar este tema, del que se podrían citar varios ejemplos más, seguramente (aunque también se podrían citar casos contarios, es decir, de personas que pierden dinero y emplean su tiempo dedicándose a la política y lo hacen por vocación de servicio), porque no es el objeto ordinario de esta sección, que no es otro que hablar de literatura y también hacer cierta crítica política y social, pero siempre dentro de un respeto por todas las personas y por nuestros representantes públicos, que al fin y al cabo merecen la debida consideración por haber sido elegidos democráticamente por los ciudadanos.

 

En esta ocasión, me gustaría profundizar un poco en la figura del escritor cuya obra da título a esta serie de artículos. Me refiero a Samuel Beckett. El irlandés es un escritor absolutamente poliédrico y fascinante. Su forma de escribir refleja sus vastos conocimientos al referirse continuamente a variadas fuentes literarias y a filósofos y teólogos de diferentes épocas y corrientes. Aunque no cabe duda de que sus principales influencias se deben al poeta italiano Dante y al filósofo francés René Descartes y a su pupilo holandés del siglo XVII Arnold Geulincx. Éste último se preguntaba la cuestión del modo en el que interactúan la parte física y la intelectual del ser humano. A todas estas influencias, por supuesto, se debe añadir la más importante de todas: la de su idolatrado paisano James Joyce.

 

Sin embargo, la crítica y la prensa populares han generalizado la idea de que el trabajo de Beckett se centra de manera prioritaria en los aspectos más sórdidos del ser humano. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que los personajes de su obra no se nos muestran en situaciones extremas para destacar su mezquindad, sino como un pretexto para investigar sobre las causas que mueven las relaciones sociales entre los individuos, su manera de interactuar para granjearse una posición, o la conquista de sus objetivos sexuales. En este contexto, las preguntas básicas que se planteaba eran: “¿Cómo podemos asumir el hecho de que hemos sido traídos a este mundo sin que siquiera nos preguntaran?”, “¿Cuál es la verdadera naturaleza de nuestro ser?” o “¿Qué quiere decir un ser humano cuando dice “yo”?”.

 

Baste como ejemplo su primera obra de ficción publicada “More Pricks tan Kicks”, que yo hubiera traducido como “matar moscas a cañonazos”, pero que mi padre, que sabe más que yo de esto (y de todo, como todos los padres), me ha indicado que encajaría mejor en una expresión tan española como “tanto trabajo para nada”. Esta obra es una serie de diez historias interconectadas (víd. “Dante y la langosta” en Esperando a Godot, 17 de julio de 2021). Con Dublín como marco espacial, esta concatenación de relatos nos cuenta las peripecias de una especie de antihéroe, Belacqua Shuah, y sus choques con todas las mujeres que conoce a causa de su solipsismo (el solipsismo es una corriente filosófica que preconiza que únicamente mi conciencia existe y la realidad que aparentemente le rodea es incognoscible, y puede, por un lado, no ser más que parte de los estados mentales del propio yo).

 

Por cierto, hablando de las influencias de Beckett, el nombre de Belacqua Shuah está tomada de uno de los personajes del Purgatorio de Dante, un lutier florentino castigado por el pecado de una pereza que le lleva al punto de no querer esforzarse por alcanzar el paraíso y que está absolutamente en consonancia con la absoluta indolencia que muestra el personaje del Belacqua de Beckett.

 

Pero, como decía mi amigo (con el que me encontré y tomé café al inicio de este relato), si quieren encontrar personajes sórdidos y perezosos, no busquen en la ficción, ni siquiera en la de un autor famoso por su filosofía del absurdo como Samuel Beckett. Busquen en la vida real y especialmente entre algunos políticos, o vividores, porque también hay muchos políticos honrados.

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...