PERSPECTIVA CABALLERA

Publicado en Diario Información el 26 de noviembre de 2022

Esperando a Godot

 

Perspectiva caballera


La perspectiva caballera es un sistema de representación que utiliza la proyección paralela oblicua, en el que tanto las dimensiones del plano proyectante frontal, como las de los elementos paralelos a él, están dibujadas en su verdadera magnitud. Como todas las perspectivas, nos ayuda a apreciar sobre el plano los volúmenes tridimensionales. En perspectiva caballera, dos dimensiones del volumen a representar, como decíamos, se proyectan en su verdadera magnitud (el alto y el ancho) y la tercera (la profundidad) con un coeficiente de reducción. Las dos dimensiones sin distorsión angular con sus longitudes a escala son la anchura y altura (x, z) mientras que la dimensión que refleja la profundidad (y) se reduce en una proporción determinada, siendo 1:2, 2:3 o 3:4 los coeficientes de reducción más habituales.

 

No sé si habrán comprendido bien el concepto que se exponía en el párrafo anterior; a mí desde luego me cuesta porque de entre los escasos dones con los que la naturaleza ha tenido a bien obsequiarme no se encuentra el de la inteligencia espacial. Sin embargo, por mi formación y por mi experiencia vital, sí puedo entender bastante bien que los problemas, las dificultades o, simplemente, las opiniones a las que nos enfrentamos dependen, casi siempre, del prisma a través del cual las observemos, del ángulo desde el que las contemplemos o, precisamente, de la perspectiva que adoptemos ante ellos.

 

Desde luego, esa máxima que es verdad para todos los órdenes de la vida, no lo es menos para la política. Retomando el asunto que comentábamos en esta misma sección la semana pasada, Irene Montero es, para los dirigentes y algunos votantes de Podemos -cada vez menos-, una persona preparada y bienintencionada, mientras que para la mayoría de los españoles es una cínica incapaz cegada por una ideología anclada en el siglo pasado y que ha sido responsable de muchas desgracias a lo largo de la historia. Pero no nos pongamos profundos, puesto que en temas mucho más mundanos también se aprecian incongruencias similares.

 

Como ejemplo de uno de esos temas mucho más intrascendentes que ahora mismo se han puesto en solfa está el asunto de la iluminación navideña en nuestras ciudades. Ya es tradicional, desde hace unos cuantos años, el despliegue que en ese sentido realiza la ciudad de Vigo, la más populosa de Galicia con casi 300.000 habitantes, con su alcalde, el socialista Abel Caballero a la cabeza. Muchos critican al alcalde de Vigo argumentando el gasto energético que supone el encendido durante dos meses de la iluminación de cuatrocientas calles con once millones de luces led. Otros lo tachan de ser un populista y, valga la expresión en este caso, un iluminado. Algunos, a su vez, creen que el primer edil de la ciudad pontevedresa es poco menos que un orate.

 

Pero basta con analizar algunos datos objetivos para demostrar que el señor Caballero podrá ser cualquier cosa que ustedes quieran, pero desde luego ni es tonto ni está loco. El alcalde de Vigo lo es de forma ininterrumpida desde el año 2007 (en la actualidad su partido tiene 20 de los 27 concejales que conforman el pleno municipal), fue ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones con Felipe González, además de diputado nacional y autonómico en Galicia; asimismo, es doctor en Economía por las Universidades de Cambridge y de Santiago de Compostela y máster de Economía por la Universidad de Essex. En la actualidad, es catedrático de Teoría Económica de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Vigo.

 

La “tontería” de las luces y el “show” que se organiza todos los años el día que se encienden le reportan a Vigo una publicidad que, de tener que pagar, estaría valorada en cientos de miles de euros, a lo que hay que sumar un retorno económico de varios millones de euros más y la satisfacción de la patronal del sector hotelero de la ciudad, encantada con unas cifras de ocupación que el pasado fin de semana, coincidiendo con el evento, rondaban el 100%, situación que se espera se haga extensiva a todo el periodo navideño, dadas las reservas que ya se han confirmado. En definitiva, los que critican el millón de euros que cuesta toda esta parafernalia pueden tener razón en parte, pero visto con perspectiva “caballera” y habida cuenta de los resultados electorales del alcalde, no ha resultado ser una mala idea.

 

Elche, con sus 235.000 habitantes, es una ciudad equiparable a Vigo por escala y potencial (son la 14ª y 19ª ciudades de España por población), aunque la renta media por habitante de Vigo alcanza los 13.164 €, mientras Elche se queda muy atrás con 9.840 € per cápita (Alicante ciudad está en 11.676 y Valencia en 13.873). En Vigo gastan un millón de euros en iluminación navideña, en Elche 163.350.

 

Insisto, todo depende de la perspectiva con la que se mire, pero en Elche los políticos llevan años cacareando el gran potencial que tenemos, pero ese potencial nunca se sustancia en una mejora significativa de las condiciones de vida en la ciudad. Insisto en el leitmotiv de este artículo: todo depende de la perspectiva con la que se mire. Pero en una reducción al absurdo de los datos expuestos podemos colegir dos consecuencias: en Elche somos pobres y tenemos pocas luces, quizás por creernos la perspectiva que nos venden los políticos de aquí y, sobre todo, de Valencia.

 OCLOCRACIA

Publicado en Diario Información el 19 de noviembre de 2022

Esperando a Godot

 

Oclocracia[i]


Esta semana, para documentarme para este artículo, he estado leyendo unos cuantos textos de filósofos y pensadores políticos de diferentes momentos de la historia, como Tito Livio, Maquiavelo, Locke, Montesquieu o Rousseau. Pero, realmente, la frase que más me ha impactado no proviene de ninguno de ellos, sino de un famoso cantautor español, filósofo también a su manera, Joaquín Sabina, que en unas recientes declaraciones en una emisora de radio ha afirmado que “Era de izquierdas, pero ahora no lo soy tanto porque tengo ojos y oídos. Luego que las revoluciones del siglo XX fracasaron todas, el comunismo ha sido un desastre y la deriva de la izquierda latinoamericana me duele enormemente”.

 

En esas dos sencillas frases de Sabina se explica de una manera sucinta, pero palmaria, lo que autores muy sesudos, como Francis Fukuyama, apoyado en las teorías hegelianas, han denominado “el fin de la historia”. De hecho, con el hundimiento del comunismo se abrió en el siglo XX un debate, aún no resuelto, sobre adonde avanza la humanidad, algo que también se planteaba Maquiavelo en la Florencia del Quattrocento y el Cinquecento.

 

El erudito florentino tenía una conciencia similar a la de Fukuyama respecto a las repúblicas italianas de la época, que se habían mostrado absolutamente débiles y desorganizadas, sobre todo si se comparaban con la fortaleza de la República Romana. De hecho, durante toda la edad media se había estudiado con añoranza la grandeza de la Roma Clásica y su vasta herencia cultural, especialmente a través del análisis de obras históricas como “Ab Urbe condita”, de Tito Livio.

 

Precisamente, en su obra “Los discursos sobre la primera década de Tito Livio”, Maquiavelo establece ese paralelismo entre Roma y Florencia en los planos institucional, legislativo y militar, seguramente para servir de referencia y de acicate para la reflexión a los jóvenes dirigentes florentinos, en un momento de grave crisis y de gran zozobra (el fallecimiento de Carlos VIII en Italia había puesto fin al periodo de estabilidad que había caracterizado el panorama italiano de la segunda mitad del siglo XV, con el sur controlado por la Corona de Aragón, el centro por la Iglesia y el norte disfrutando de un largo equilibrio entre las grandes potencias regionales, gracias a la Paz de Lodi, de la que fue garante Lorenzo de Medici “el Magnífico”).

 

Pero antes incluso que Maquiavelo y que el propio Tito Livio, un historiador griego, Polibio (208-122 a. C.), estableció, en el libro VI de sus “Historias de Polibio”, basándose en sus observaciones de la República Romana (gozó de una excelente relación con Publio Cornelio Escipión Emiliano y con Catón y fue el pedagogo de Escipión Emiliano), las formas de gobierno del mundo antiguo y el peligro más grave que las acechaba y que él definió con el término de “anaciclosis”, un ciclo dinámico y decadente a la vez, inevitable a causa de la debilidad inherente a cada forma simple de gobierno que

acababa degenerándose de modo natural.

 

Según la teoría de Polibio, esas formas simples de gobierno eran la monarquía, la aristocracia y la democracia. Estas constituciones, para Polibio, no son las mejores y más perfectas. La constitución perfecta sale del sincretismo de las tres, pues según el historiador griego, la monarquía acaba deviniendo en tiranía, la aristocracia en oligarquía, y la democracia en oclocracia.

 

Los padres fundadores de los Estados Unidos, inspirados en Montesquieu, pero también, aunque no lo citaran de una forma explícita, en Polibio, tomaron buena nota de la deriva que las formas de gobierno pueden tomar y, cuando redactaron su constitución en 1787, tuvieron mucho cuidado en cuanto al establecimiento de un sistema de pesos y contrapesos entre los diferentes poderes del Estado a la hora de diseñar su ordenamiento constitucional.

 

En España, hasta ahora, también teníamos un sistema democrático, una monarquía parlamentaria, que garantizaba la separación de poderes. Los acontecimientos acaecidos esta semana (y otros, que se suceden a tal velocidad que pronto olvidamos y que no son menos graves, como la posible eliminación de la tipificación del delito de sedición y la modificación del de malversación) respecto a la rebaja de condenas a violadores por la absoluta ineptitud del Gobierno, cuya ministra de Igualdad ha intentando tapar acusando a los jueces de machistas prevaricadores, nos hace pensar que nuestra democracia ya se ha convertido de facto, como temía Polibio, en una oclocracia.

 

Por eso no me extraña tampoco la decisión que ha tomado el orwelliano “Instituto Valenciano de la Memoria Democrática, los Derechos Humanos y las Libertades Públicas” publicada en el DOGV como Resolución de la no menos orwelliana “Conselleria de Participación, Transparencia, Cooperación y Calidad Democrática”, de dar al Ayuntamiento un plazo de un mes para derribar la cruz del Paseo de Germanías y cambiar el nombre de un centenar de calles en Carrús.

 

Si es que, a la postre, el análisis de Sabina era el más correcto de todos.



[i] Según el diccionario de la RAE:

Del gr. ὀχλοκρατία ochlokratía.

1. f. Gobierno de la muchedumbre o de la plebe.

 CÁRCEL DE AMOR

Publicado en Diario Información el 12 de noviembre de 2022

Esperando a Godot

 

Cárcel de amor


Como ustedes sabrán y aquí se ha comentado en numerosas ocasiones, la novela, en el sentido que hoy en día le damos, no apareció en el panorama literario hasta finales del siglo XV. Sin embargo, en la Edad Media, tanto los lectores, que eran una escasa minoría de la población, como el público analfabeto que accedía a los textos a través de la tradición oral, como la juglaresca, acogía todas las narraciones interpretando de manera fehaciente que se trataba de ficción, salvo que alguno tuviera alteradas sus facultades mentales, como era el caso del personaje de Alonso Quijano.

 

En la época medieval los relatos, como regla general, se enmarcaban bajo dos grandes epígrafes: el cuento y la ficción larga, siendo la diferencia entre uno y otro no ya la extensión, sino que el primero narra un episodio y el segundo un argumento algo más complejo. Como ejemplo de ficción larga podríamos citar las novelas de caballerías, mientras que los cuentos podían ser didácticos, como El conde Lucanor, cómicos, como el Libro de los engaños, o de entretenimiento, como los Cuentos de Canterbury.

 

Dentro del género de ficción larga que comentábamos, existía un subgénero conocido como ficción sentimental, que consistía en obras cortas de tema amoroso y desenlace triste. En esta categoría podríamos incluir la obra de Diego de San Pedro, considerada ya una novela, aunque se sitúa a caballo entre la Edad Media y el Renacimiento, Cárcel de amor (publicada en 1492). La trama, resumida de una forma muy sucinta, se centra en un caballero, enamorado de una princesa, que es conducido a la “cárcel de amor” por el deseo; el caballero busca un mediador que persuada a la fría y hierática princesa, antes de que su amor acabe por consumirlo.

 

La cárcel que alberga al prisionero se encuentra en una montaña, sobre una roca que representa la fidelidad. Las columnas que sustentan la prisión son la memoria, el entendimiento, la voluntad y la razón; en lo alto de la torre que la corona están la tristeza, la congoja y el trabajo, formando unas cadenas que atenazan el corazón. Sobre la cabeza del reo pesa una corona de tortura, forjada con una aleación de ansia y pasión. Toda una teoría metafísica sobre el amor, basada en la tradición escolástica.

 

Claro que cualquier lector de la época, o cualquiera que se aproximara a esta obra en nuestros días, comprendería que la cárcel que se describe es una alegoría o una metáfora rayana en la hipérbole. De la misma manera, cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, comentó durante el transcurso de una entrevista televisiva concedida a Tele 5 el pasado lunes que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quiere blindarse y también a los suyos y "tener a la oposición en la cárcel, como en Nicaragua". "Eso es lo que están pretendiendo: Hay que destrozar a la oposición porque en las dictaduras no puede haber ni oposición. Hay que matar también a la oposición porque yo me he de perpetuar, no sé con qué proyecto porque Sánchez no ha hecho nada bueno por España", estoy convencido de que la cárcel a la que alude Ayuso de amor no es, pero tampoco es una prisión real sino, como decíamos, una metáfora de un modo de hacer las cosas desde el Gobierno de España que no sólo le chirrían a Ayuso -muchos pensamos lo mismo- pero que ella verbaliza con ese desparpajo que la caracteriza y que, sin duda alguna, es parte de la clave de su éxito electoral en Madrid.

 

En fin, volviendo la mirada hacia nuestra tierra, aunque no me he podido resistir a hablar de Ayuso porque, debo reconocerlo, me gusta su frescura y su falta de complejos a la hora de defender sus ideas, en la Comunidad Valenciana hemos tenido una buena noticia: el anuncio que ha realizado Volkswagen el pasado miércoles, a través de un vídeo difundido por Wayne Griffiths, presidente de SEAT y Cupra, de que finalmente la macro factoría de baterías para coches eléctricos de la multinacional alemana se instalará en Sagunto. Gracias a unas más que generosas ayudas públicas, añado yo sin ánimo de aguar la fiesta.

 

Me alegro sinceramente a que nuestros vecinos valencianos reciban esa inversión que redundará en la creación, directa e indirecta, de miles de puestos de trabajo y en la generación de riqueza para esa provincia. Pero echo de menos que el Consell no ponga el mismo empeño cuando se trata de recabar inversiones para la provincia de Alicante.

 

Ahora mismo, precisamente, nuestras dos principales ciudades, Elche y Alicante, se encuentran inmersas en una competición con otras ciudades de España para intentar conseguir ser sede de la Agencia Espacial Española y de la Agencia Española de Supervisión de la Inteligencia Artificial respectivamente. No digo que en este caso la Generalitat no se haya implicado, pero no observo el mismo entusiasmo que si las candidatas fueran Valencia o incluso Castellón.

 

El Ayuntamiento de Elche está poniendo un gran empeño para que nuestra ciudad logre su objetivo. Espero que lo consiga (y que Alicante también logre el suyo). La competencia es dura, pues se han presentado candidaturas muy potentes en toda España, pero quién sabe, igual conseguimos darle un disgusto a Valencia y liberarnos, por una vez, de la “cárcel de amor” en la que ésta nos mantiene prisioneros.

 PARCHIS, CHIS, CHIS.

Publicado en Diario Información el 5 de noviembre de 2022.


Esperando a Godot

 

Parchis, chis, chis


La semana que está a punto de concluir ha sido terrorífica. No me refiero a la situación política y económica de nuestro país, ni al menosprecio por parte de “Madrid” y de “Valencia” hacia la provincia de Alicante, aunque eso, y perdonen la expresión, sí que acojona. Me refiero a la moda, que recuerden que es importada, aunque se ha popularizado tanto que ya parece una arraigada tradición autóctona, de celebrar el “Halloween”. ¡Cómo va a ser una tradición nuestra si no sabemos ni pronunciarlo! ¡Con lo fácil que es decir Todos los Santos o “Tots Sants”!

 

En cualquier caso, cabría comentar como curiosidad que originariamente Halloween era una antigua festividad celta, que se celebraba en las Islas Británicas y en el norte de Francia, conocida como “Samhain”. Ese día las gentes encendían hogueras y se disfrazaban para ahuyentar a los malos espíritus. Cuando en el siglo VIII el Papa Gregorio III fijó el día 1 de noviembre como el consagrado a honrar a todos los santos y la memoria de nuestros difuntos, en los países anglosajones, al albur de la tradición celta que habían venido celebrando, se incorporaron a la fiesta cristiana algunos elementos propios que eventualmente devinieron en lo que hoy en día conocemos como Halloween.

 

La costumbre cruzó el Atlántico a bordo de los barcos que poblaron los EE. UU., especialmente los que transportaban emigrantes irlandeses, y por arte de birlibirloque, o más bien por la influencia de Hollywood y su potente industria de entretenimiento, hizo el viaje de vuelta para quedarse entre nosotros y desterrar a los huesos de santo y a Don Juan Tenorio. Esperemos que no estemos pronto celebrando el Día de Acción de Gracias, porque una muy buena amiga mía que trabaja para una multinacional ya me ha comentado que su empresa lo va a introducir como estrategia de mercadotecnia.

 

Si eso llegara a producirse yo, que como les he comentado en numerosas ocasiones soy un gran amante de la cultura y las costumbres de la Antigua Roma, pasaré a celebrar la “Fiesta de las Lemuria”, un ritual que tenía lugar los días 9, 11 y 13 de mayo y que, supuestamente, fue instituido por el propio Rómulo para expiar el asesinato de su hermano, durante el que el “Pater Familias” se levantaba a medianoche y tras purificar sus manos arrojaba alubias negras para que los espíritus se reunieran, al tiempo que los exorcizaba con las palabras “Haec ego mitto; his redimo meque meosque fabis” (Lanzo estas habas y con ellas me salvo a mí y a los míos).

 

Claro que, hablando de costumbres autóctonas, qué duda cabe que sí hay una que hunde profundamente sus raíces hasta lo más hondo de nuestro más rancio acervo patrio, ésa es la de reunirnos en familia, con nuestros hijos, para jugar a la oca, al parchís o a cualquier otro juego de mesa. Me he alegrado profundamente al conocer este dato, porque yo estaba convencido de que los hijos de los españoles, especialmente a partir de su etapa preadolescente, abjuraban de la compañía paterna a favor del móvil, el ordenador o las consolas, pero no, la ministra portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, ha puesto un hálito de esperanza en el corazón de muchos padres cuando el pasado día 31 de octubre afirmó, refiriéndose al líder de la oposición que (sic.) “Miren, en estos días de puente seguro que hay muchas familias jugando con sus hijos y sus hijas al parchís, o a otros juegos de mesa. Feijóo ha demostrado que con él no se puede jugar ni a un parchís, porque no respeta las reglas del juego. Y, por tanto, queda desacreditado, desde luego ante la opinión pública, pero yo entiendo que también ante una parte de su electorado.”

 

No voy a realizar un análisis político de la frase de la ministra, más allá de comentar que el parchís es un juego inocente, en el que lo único que se matan son fichas, no como en la ruleta rusa que practicaban otros con los secuestrados; es lo que tiene resaltar aspectos de la historia que ocurrieron hace ochenta años y olvidar otros que ocurrían hace poco más de diez. Tampoco voy a realizar un análisis lingüístico de ese enunciado, porque no hay por donde cogerlo: desde comenzar apelando a los ciudadanos con un imperativo, algo muy significativo, pasando por el desdoblamiento del lenguaje completamente ajeno a la morfología del español (“…sus hijos y sus hijas”) o lo de jugar “a un parchís”, en vez de “al parchís”.

 

Hablando de hechos acaecidos hace ochenta años, el PSOE de Elche, empeñado en hacer un seguidismo absurdo de la política de enfrentamiento que le muestran desde la dirección federal (un error en mi humilde opinión) sigue con su plan de retirar la cruz del Paseo de Germanías. El último episodio de esa historia acaeció en el último pleno cuando, durante el debate de una moción del PP para declarar la cruz Bien de Relevancia Local, la concejal de VOX, Aurora Rodil, dijo que sus abuelos se habían reconciliado, mientras que los nietos y biznietos de los partidos de izquierda querían la guerra, punto en el que el alcalde se molestó e instó al secretario a que la intervención no constara en acta.

 

Mucho se ha comentado el error de Feijóo al citar la novela de George Orwell, 1984 (víd. Esperando a Godot del 20 de julio de 2018), por confundir el titulo del libro con su fecha de publicación. Pero una cosa es confundirse con una obra literaria y otra bien distinta en querer emularla. Se podrá estar de acuerdo o no con lo que diga un concejal durante un pleno (yo he sido concejal y he oído aberraciones, tanto en mi bancada como en la contraria), pero creo que la libertad de expresión está por encima de todo y que no se debe suprimir ninguna intervención de un acta.

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...