WELTSCHMERZ

Publicado en Diario Información el 18 de febrero de 2023

Esperando a Godot

 

Weltschmerz


La voz alemana que da título a este artículo se podría traducir literalmente como “dolor del mundo”. Sin embargo, como todos ustedes saben, las traducciones literales entre idiomas no son siempre totalmente precisas. En este caso, la palabra Weltschmerz vendría a significar algo así como “melancolía profunda o gran pesimismo sobre el mundo real, especialmente si lo comparamos con el mundo ideal que imaginamos”, o en palabras del poeta romántico alemán Heinrich Heine “dolor que experimentamos cuando nos damos cuenta de lo transitorio de nuestra vida en la tierra”.

 

El pesimismo que representa el Weltschmerz con su defensa de que la vida no vale la pena ser vivida fue la tendencia dominante en la filosofía alemana de la segunda mitad del siglo XIX. La teoría fue introducida por Schopenhauer y se popularizó sobremanera en la década de 1860. Frente a estas ideas, en esa misma época, surgió también en Alemania una corriente absolutamente opuesta que vino en llamarse “neokantismo”, un movimiento estrictamente epistemológico al principio, pero que eventualmente devendría en la corriente filosófica dominante. Sus precursores, el físico Helmholtz y los filósofos Liebman, Ziegler y Lange intentaban conciliar la ciencia con los aspectos idealistas recogidos en La crítica de la razón pura (1781) de Immanuel Kant.

 

Con todo, el término Weltschmerz no fue acuñado por un filósofo, sino por un escritor romántico, Johann Paul Friedrich Richter (1763-1825), más conocido como Jean Paul. De hecho, ese sentimiento de melancolía y pesimismo coincide exactamente con la definición del romanticismo literario y sus poetas, que se negaban a acomodar su pensamiento a la realidad del mundo que ellos consideraban un impedimento para alcanzar su derecho a la subjetividad y a la libertad del individuo. Se negaban o eran incapaces de hacerlo. En Francia, donde al Weltschmerz se le llamó “mal du siècle”, esta forma de pensar y de concebir la literatura fue expresada por Chateaubriand, Alfred de Vigny, y Alfred de Musset, en Rusia por Aleksandr Pushkin y Mikhail Lermontov y en los Estados Unidos por Nathaniel Hawthorne.

 

Ese sentimiento de Weltschmerz se podría extrapolar perfectamente al mundo de la política actual. En la ley del “Sólo sí es sí”, por ejemplo, los redactores de la norma pretendían que los jueces adaptaran el mundo real al mundo imaginario que habían pergeñado, obviando que la lógica jurídica es tozuda y que los jueces, sea cual sea su ideología, lo único que pueden y deben hacer es aplicar las leyes con rigurosidad atendiendo a su literalidad y dejando el mínimo margen a la subjetividad (y cuando ésta se tenga que producir por una mala redacción, como es el caso, aplicando la interpretación más favorable al reo).

 

Lo mismo puede aplicarse a las manifestaciones que se vienen produciendo en la Comunidad de Madrid para, supuestamente, defender un modelo sanitario público y de calidad. Esas soflamas populistas me recuerdan a los antiguos concursos de Miss Universo, cuando preguntaban a las candidatas por sus aspiraciones para el orbe al que iban a representar con su porte y belleza y ellas abogaban por la “paz en el mundo”. Claro, sus asesores estaban convencidos de que nadie podía objetar lo más mínimo a tal deseo, del mismo modo que el “agitprop” de la izquierda sabe que las gentes de bien, incluidos muchos votantes de partidos de derechas, no pueden permanecer impasibles ante unas reivindicaciones a las que nadie podría objetar nada en abstracto. Ese populismo es igual de abyecto que el que han utilizado algunos para atacar al Consell, con el que no comulgo, por el execrable caso de la niña muerta por peritonitis en la Comunidad Valenciana tras tres visitas a urgencias.

 

Ahora bien, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, a la que admiro en muchas otras facetas de su quehacer político por su coraje y su forma directa de decir las cosas y afrontar los problemas, creo que se está equivocando en este caso. Si en la manifestación de Madrid del domingo pasado había 250.000 personas o 25.000, me da igual el número, pero muchas sí eran, seguro que hay un porcentaje de ellas que no acudieron por espurios motivos políticos, sino porque de verdad están concienciados con un problema que existe (también en el resto de las comunidades autónomas, es cierto) para los profesionales del sector sanitario y para muchos ciudadanos y esas personas merecen un respeto y una respuesta acorde de las personas que eligieron para gobernar.

 

La lástima es que lo ocurrido en Madrid y en la Comunidad Valenciana en el ámbito sanitario es tan solo la punta del iceberg de lo que ocurre en política. Posiciones encontradas entre los seguidores de unos y otros partidos que intentan acomodar la realidad a su maniqueo e imaginario mundo en el que todo es blanco o negro, realidad imaginaria tan triste que el único momento de felicidad que tienen es el que define con exactitud otra palabra alemana, “Schadenfreude”, pues sólo se alegran con el mal ajeno, como define el vocablo, pero nunca persiguen el bien común.

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