SI NO UN PITO, UNA PELOTA

Publicado en Diario Información el 3 de septiembre de 2022


Esperando a Godot

 

Si no un pito, una pelota

 

A finales del siglo XIX existía una gran crisis medioambiental que vino en denominarse “La gran crisis del estiércol del caballo de 1894”. La cuestión radicaba en que las grandes ciudades europeas y norteamericanas estaban, literalmente, sepultadas por las deyecciones sólidas y líquidas de estos animales.

 

Sólo en la ciudad de Londres había en el año 1900 más de once mil carruajes que servían como taxis; eran los conocidos “Hansom Cabs”, llamados así por haber sido diseñados por el arquitecto neoyorquino Joseph Hansom. Hay que tener en cuenta que cada uno de estos taxis necesitaba varios caballos, pues se cambiaban cada cuatro horas para darles descanso, y que cada equino emite una media de entre ocho y dieciocho kilos de estiércol al día.

 

Pero si la situación en Londres era caótica, en Nueva York era absolutamente insostenible. El número de caballos en la metrópoli estadounidense se cifraba en unos 100.000 por aquel entonces, lo que acarreaba unas veinte toneladas cotidianas de residuos. Tal era la preocupación de los ciudadanos ante un problema que preconizaba el fin de la civilización urbana, que las autoridades locales convocaron una conferencia mundial de urbanismo en 1898. El resultado, como el de la mayoría de los foros organizados por las instituciones públicas, fue que no se obtuvo resultado alguno.

 

En cualquier caso, cada vez que el hombre se ha visto impelido por la necesidad, ha pergeñado algún invento que lo sacara del atolladero. El invento que lo logró en esta ocasión fue el motor de combustión interna. Henry Ford creó un sistema de producción en cadena que hizo rentable la fabricación de automóviles; los tranvías eléctricos y los autobuses poblaron las calles, sustituyendo al transporte de tracción animal.

 

De ese modo el problema del estiércol, en apariencia irresoluble, desapareció y, en la década de 1910, en las principales ciudades europeas y norteamericanas, los vehículos autopropulsados ya eran la principal forma de transporte de pasajeros y mercancías. Como es obvio, incluso para los que no estamos versados en urbanismo, este cambio de paradigma también supuso una auténtica revolución en la concepción de lo que debería ser el diseño de las ciudades del siglo XX.

 

El Ayuntamiento de Elche ha debido considerar que estamos, y disculpen ustedes la expresión, que no es sino una metáfora mal traída, de mierda de caballo (o de humo de coches) hasta el cuello y ha decidido que la mejor forma de solucionarlo es regalar unos bonos, por un montante total de 550.000 €, para que los ciudadanos (sic.) “puedan contar con los recursos para optar por el uso de transporte alternativo de manera cotidiana” y “…aliviar la situación económica que está viviendo la ciudadanía por el aumento del precio de los carburantes.”

 

Ustedes me disculparán si mi opinión les parece un tanto desmedida, pero cuando oigo, y veo en las teles locales, al concejal de turno, en este caso a Dña. Esther Díez (a la que una amiga mía, en tono jocoso y con todo el respeto del mundo, llama “Lady Carril”) explicando como va a repartir bicis y patinetes entre los afortunados que consigan su bono el día equis a la hora hache, con el único requisito de ser los más rápidos en pulsar la tecla del ordenador, me viene a la mente la imagen de uno de aquellos feriantes que, desde la tribuna de su tómbola, pregonaba a voz en cuello “siempre toooocaaa, si no un pito, una peloootaaaaa.”

 

Quizás no compartan la hipérbole del párrafo anterior, pero creo que sí convendrán en que una administración pública no puede despilfarrar el dinero del contribuyente en unos patinetes que, en el mejor de los casos, se usarán, en otros no y en algunos, como se ha visto, no sin cierta retranca, en las redes sociales, han acabado siendo ofrecidos como productos de segunda mano “a estrenar y con el embalaje original” en las plataformas de venta online entre particulares.

 

En mi modesta opinión, como les decía, la función de la Administración debe ir más allá. Claro que ir más allá supondría, como decía Winston Churchill, pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones; y para ello, en el caso concreto que nos ocupa, el de la movilidad urbana, hay que tener presente qué modelo de ciudad es la que tendrá éxito en el siglo XXI y qué modelo de ciudad queremos para Elche. ¿Queremos una ciudad de patinetes? ¿O queremos una ciudad con unas infraestructuras que permitan la movilidad en un futuro no tan lejano en el que circulen automóviles eléctricos y de hidrógeno? Debemos pensarlo, porque las infraestructuras actuales no van en ese sentido, más bien lo hacen movidas por unas políticas cortoplacistas que atentan frontalmente contra la máxima atribuida al gran Sir Winston.

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