TRES, SEIS, VEINTICINCO

Publicado en Diario Información el 27 de noviembre de 2021


ESPERANDO A GODOT

Tres, seis, veinticinco

Espero que no interpreten ustedes el título de este artículo como un ejercicio cabalístico, pues estoy convencido de que, cuando les explique su génesis, comprenderán perfectamente a dónde quería ir a parar cuando lo pergeñé.

Pero antes, permítanme que les introduzca una interesante efemérides que acaeció el pasado miércoles, 24 de noviembre, día en que se cumplió el aniversario de la publicación, en 1859, de un libro que revolucionó el pensamiento científico de su época, y que aún es discutido por algunos: El Origen de las especies, de Charles Darwin.

El contenido de este libro, al menos el sentido general de la teoría que Darwin plasma en él, es bien conocido por todos y aceptado, con las matizaciones introducidas por los estudios posteriores y por la evolución de la ciencia en los campos de la biología y la genética en los dos últimos siglos, por la mayoría. Sin embargo, pocos conocen cuál era el título completo original de la obra, y muchos menos aún cuál era el que Darwin había pensado en un principio y posteriormente desechó.

On the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life (El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida), era el título original que les comentaba, título que el autor fue acortando en las sucesivas reediciones. Pero el título que Darwin había elegido en un principio era todavía más enrevesado: An Abstract of an Essay on the Origin of Species and Varieties Through Natural Selection (Resumen de un ensayo sobre el origen de las especies y la variedades a través de la selección natural).

Como es obvio, el editor mostró serias objeciones a un título tan farragoso y le pidió que eliminara las palabras “resumen”, “ensayo” y “variedades”; arguyó también que el asunto de la “selección natural” era un concepto con el que los lectores no estaban familiarizados, por lo que asimismo debería desaparecer. La consecuencia fue el cambio total del título por el que conocemos hoy en día y que es mundialmente famoso.

Yo quería titular mi artículo de hoy “Estoy hasta la mismísima coronilla de que los ciudadanos tengamos que cumplir las normas a rajatabla, mientras muchos políticos y algunas administraciones se las pasan por el forro, sentencias judiciales incluidas”. En Diario Información siempre he sido libérrimo tanto en el título como en el contenido de mis artículos, pero éste me parecía demasiado largo, por eso lo dejé en un simbólico “Tres, seis, veinticinco” que son los guarismos que representan el “tres per cent” que Maragall acusó a Pujol de cobrar como comisión en toda la obra pública que se ejecutaba en Cataluña, el seis por ciento de contenido audiovisual en catalán que Esquerra Republicana ha puesto como condición para la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, y el 25% de clases en español que el Tribunal Supremo ha establecido como mínimo para ser impartido en los colegios de Cataluña.

Pido disculpas por anticipado, pues mi indignación quizás me lleve a escribir esta semana palabras más gruesas de las que estoy acostumbrado a utilizar, pero es que unas declaraciones del president de la Generalitat Pere Aragonès i Garcia, Pedrito para sus abuelos de Almería, sobre la reciente sentencia del Tribunal Supremo, a la que hacía referencia en el párrafo anterior, ha conseguido enervarme hasta el paroxismo.

En esas declaraciones, Aragonès afirmaba que si Cataluña fuera independiente no tendrían que cumplir las sentencias judiciales. Espero, por el bien de los ciudadanos que allí residen que nunca se cumpla esa circunstancia porque, habida cuenta de lo que piensan sus representantes, aquello sería una dictadura, si no lo es ya, porque resulta que los padres que quieren escolarizar a sus hijos en español, cosa inaudita en España, no van a poder hacerlo porque la Generalitat no va a acatar siquiera la sentencia que fija ese magro 25%.

Abundando en la paradoja en la que vive sumida el asombroso mundo independista, el president también ha afirmado que “…la lengua es una manera de expresar un país diverso, plural y una determinada visión del mundo (…) y el Govern trabajará en la defensa y promoción del uso social del catalán.” Ein Volk, eine Sprache!, hubiera podido añadir sin pestañear el ínclito personaje.

Como decía el tristemente desaparecido profesor Lodares (víd. Esperando a Godot: “El paraíso políglota”, 19 de mayo de 2017), “Cuando hablamos de supuestos conflictos lingüísticos, o de cuestiones como la mal llamada “normalización” lingüística, nos vemos abocados a incurrir en el anatema de luchar contra los mitos de lo políticamente correcto.”

Las lenguas, al fin y al cabo, son como las especies animales. Nacen, se desarrollan, alcanzando un número mayor o menor de hablantes, y mueren. Le ocurrió al latín cuando finalmente devino en las diferentes lenguas romances que ahora existen. Al final, utilizamos un idioma en función de lo práctico que nos resulte. Si en Cataluña se habla más castellano que catalán, a pesar de la asfixiante presión que se ejerce en el sentido contrario, es porque el primero resulta más útil para conseguir el objetivo último, que es comunicarnos de una manera fluida y precisa. Ninguna política autocrática podrá cambiar este hecho.

 ¿EN QUÉ MOMENTO SE JODIÓ LA EDUCACIÓN?

Publicado en Diario Información el 27 de noviembre de 2021

ESPERANDO A GODOT

¿En qué momento se jodió la educación?

Aquéllos de ustedes que sigan esta serie de artículos desde sus inicios, en marzo de 2017, habrán reparado en que Mario Vargas Llosa es uno de los autores que he citado de forma más recurrente. No en vano es uno de mis escritores favoritos. La primera ocasión en que lo hice fue el 26 de mayo de 2017, en un artículo que titulé con la primera frase de la novela del Premio Nobel de Literatura 2010, Conversación en la catedral, que decía ¿En qué momento se jodió el Perú?

Parafraseando al insigne prosista, he querido llamar su atención sobre un tema del que se ha hablado mucho a lo largo de esta semana, y que ha sido objeto de buenas noticias, a nivel local, y de pésimas, a nivel nacional: la educación. La parte positiva ha sido la finalización de las obras de un nuevo centro de enseñanza secundaria en Elche. La negativa, aunque esperada, pues es parte del desarrollo reglamentario de la LOMLOE (la enésima ley educativa de nuestro país), la publicación del Real Decreto 984/2021, que regula la promoción en primaria, secundaria, bachillerato y formación profesional, así como la titulación en estas tres últimas enseñanzas.

Efectivamente, que Elche cuente con un nuevo instituto es una magnífica noticia sin paliativos, a la que sólo se puede objetar que hayan tenido que transcurrir seis años desde que los mismos partidos gobiernan la Generalitat y el Ayuntamiento para que hayamos visto un nuevo centro educativo en Elche. Centro que, como se ha dicho, tendrá una repercusión positiva, fundamentalmente en dos vertientes: una nueva redistribución en la adscripción de colegios a institutos, para que los alumnos del barrio de El Plá no tengan que desplazarse hasta los centros ubicados junto al barrio de Los Palmerales, y poder dejar libre el edificio del actual IES La Torreta para convertirlo en un centro integrado de formación profesional.

Ahora cabe actuar con inteligencia para que ese nuevo centro integrado aumente su oferta, realizando un estudio en profundidad para, por una parte, redistribuir la oferta de formación profesional en la localidad y, por otra, aumentar el número de familias profesionales y ciclos formativos que se imparten en La Torreta, haciendo especial hincapié en la formación profesional básica, que constituye una magnífica forma de que muchos jóvenes permanezcan en el sistema educativo, y cuyo número de plazas es absolutamente deficitario.

En cualquier caso, los profesionales de la educación, y la sociedad en general, a tenor de la polémica suscitada por la publicación del Real Decreto que les refería anteriormente, se muestran seriamente preocupados por la deriva que está tomando la educación en nuestro país. Es evidente que, salvo los que nos dedicamos a este proceloso mundo, casi nadie lee la legislación en materia educativa, por lo que normalmente los ciudadanos se nutren de las noticias publicadas por los medios de comunicación y las declaraciones que hacen los políticos.

No les descubro nada nuevo si les digo que lo que publican los medios hay que tomarlo cum grano salis, aunque en esta ocasión muchos han reflejado la esencia de lo que la LOMLOE pretende con cierta precisión; por lo que a los políticos se refiere, también es harto evidente que cada cual aplica una visión sesgada y una interpretación acrítica de las medidas que aprueba el contrario. Sucedió con la LOMCE, que ni siquiera llegó a aplicarse en su totalidad, y sucede ahora con la LOMLOE.

Pero, lo que sí resulta absolutamente paradójico es que las declaraciones de la persona que más y mejor debería defender la norma que su predecesora sacó adelante, la ministra de Educación, intente defender la LOMLOE con expresiones que para mí resultan desconcertantes. Sin ir más lejos, esta misma semana, al albur de las críticas recibidas desde numerosos sectores políticos y algunos grupos de docentes, la Sra. Alegría afirmaba que la principal diferencia entre la LOMCE y la LOMLOE radica en que “… (nosotros, es decir el gobierno) trabajamos en promover un esfuerzo basado en la motivación, no en el castigo.”

Estoy convencido de que ningún profesor, antes de la aprobación de la LOMLOE, promovía entre sus alumnos la cultura del esfuerzo a base de castigos. Lo que sí es obvio es que, a partir de ahora, como la responsabilidad de la promoción y titulación va a recaer sobre los hombros de los equipos docentes, los pedagogos de salón aducirán que aquellos alumnos que no aprueben no habrán fracasado por su demérito, sino por la escasa capacidad de sus profesores para “motivarlos”. Argumento que planteado al revés resulta muy peligroso: si nadie suspende por demérito propio, nadie considerará tampoco necesario hacer méritos para aprobar.

Por cierto, que esos pedagogos de salón que no han pisado un aula en su vida, pero nos pretenden convencer de las bondades de sus propuestas, son los mismos que ya pululaban por aquí en el momento en que se jodió la educación: el 4 de octubre de 1990, día en que se publicó la LOGSE en el Boletín Oficial del Estado.

 DEMOCRACIA

Publicado en Diario Información el 13 de noviembre de 2021

Democracia

Gracias a las obras de historiadores griegos, como Heródoto, Tucídides y Jenofonte, de los textos que han llegado hasta nosotros de discursos, como los más de ciento cincuenta que se conservan del gran orador que fue Demóstenes, e incluso de comedias escritas por dramaturgos como Aristófanes, conocemos como fue la forma de gobierno en la Antigua Grecia, especialmente en Atenas, considerada la cuna de la democracia occidental.

No obstante, entre la democracia ateniense y la nuestra media una gran diferencia: mientras la nuestra es representativa, es decir, que elegimos en las urnas unos representantes para que tomen las decisiones en nuestro nombre, en Atenas todos los ciudadanos (los varones libres, únicamente, claro) gozaban de los mismos derechos políticos, de libertad de expresión, y la posibilidad de participar de forma directa en política. De hecho, esa participación era obligatoria, siendo parte de los miembros de las asambleas elegidos y otra parte nombrados directamente mediante un sorteo entre los hombres atenienses mayores de veinte años.

Comparto con ustedes esta reseña histórica sobre la democracia ateniense porque dos hechos acaecidos esta semana me han hecho reflexionar sobre el funcionamiento de nuestro sistema político, una democracia representativa, como les decía: la entrevista a Isabel Díaz Ayuso en el programa de Antena 3 “El Hormiguero” y la polémica surgida en torno a la elección de cuatro miembros del Tribunal Constitucional y seis del Tribunal de Cuentas.

Sobre la entrevista a la señora Ayuso se han escrito ríos de tinta en la prensa y en las redes sociales, pero lo más curioso del caso es que se dice que se ha proclamado vencedora sobre sus enemigos (los de su propio partido, los de los partidos opuestos son meros adversarios), porque su cuota de pantalla fue superior a la de otros cargos populares que han acudido al mismo espacio televisivo. Curiosa forma postmoderna de establecer una victoria.

Yo creo que, efectivamente, la presidenta de la Comunidad de Madrid salió airosa de esa entrevista, pero gracias a su frescura y espontaneidad, atributos de los que la mayoría de los cargos públicos, de cualquier partido, carecen. Además, pronunció una frase lapidaria dirigida a la dirección de su partido: “Soy una mujer libre. Las urnas me dan más libertad que los despachos.”

La otra cuestión, la de la elección de miembros del Tribunal Constitucional y del Tribunal de Cuentas, aún no se había dilucidado en el momento de escribir este artículo, pero me atrevo a hacer un vaticinio: ningún diputado va a romper la disciplina de voto de su partido y la elección se va a producir en los términos pactados por las cúpulas del PSOE, del PP y de Podemos (que en esto ha quedado su “regeneración democrática”).

De hecho, el PSOE ha enviado una instrucción a los miembros de su grupo parlamentario en el Congreso, instrucción que parece ser que es habitual en muchas votaciones, indicando que el voto “secreto” de cada diputado debe ser mostrado a un asistente quien, tras comprobar que el voto es “correcto”, envía una confirmación del voto emitido junto al nombre del diputado de que se trata. Al parecer, esta práctica no la realizan ni el PP ni Podemos, pero no creo que ningún diputado de sus filas se desvíe tampoco de las instrucciones recibidas a este respecto.

Entonces, si nuestro sistema político es, como hemos repetido, una democracia representativa, a mí se me plantea una terrible duda: ¿A quién representan los diputados que elegimos en las urnas? Pregunta cuya respuesta es pavorosa, pues me temo que esos diputados hace mucho que han dejado de representar al cuerpo electoral al que se deben, para ejercer esa función en nombre de sus respectivos partidos, a los que deben su inclusión en las listas.

El problema es serio, pues es extrapolable a otros órganos legislativos y de representación, como las asambleas autonómicas o los ayuntamientos. En el nuestro, sin ir más lejos, un repaso a los currículums de los concejales nos podría llevar a la conclusión de que muchos de ellos, no todos por fortuna, ejercen la actividad política como su única profesión. Ese hecho provoca que tomen decisiones, en algunos casos, movidos por su ansia de agradar a los que los pusieron en las listas, en lugar de a los ciudadanos de Elche.

 APAGÓN

Publicado en Diario Información el 6 de noviembre de 2021


ESPERANDO A GODOT

Apagón

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz «día», y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero." (Génesis 1:1-5).

Ya sea uno creyente o no, hay que reconocer que estos primeros versículos de la Biblia encierran una gran carga poética y resultan muy emotivos. Sin ánimo de realizar un estudio hermenéutico, me gustaría subrayar la fuerza que evoca el simbolismo de la luz en las escrituras; la luz, como contraposición a la oscuridad, es el hilo conductor de la historia bíblica y la teología, puesto que representan la dicotomía entre el bien y el mal. La oscuridad evoca todo lo contrario a Dios: la maldad, el juicio y la muerte; la luz, por el contrario, se usa como metáfora de la vida, la salvación y la presencia de Dios.

La ciencia, por su parte, también trata de explicar el comienzo del universo, y la luz es una parte integrante y muy importante del mismo. La teoría del “Big Bang” parece ahora mismo la más aceptada entre la comunidad científica, especialmente tras los últimos estudios que han encontrado pruebas irrefutables de la existencia de ondas gravitacionales, formadas por un movimiento súbito de ingentes masas (algo similar a las ondas que se crean en un estanque al arrojar una piedra). La existencia de esas ondas fue predicha de forma teórica por Albert Einstein, dentro de su teoría de la relatividad general, que propugnaba que esas ondas probaban que lo que era el universo, una bola de luz concentrada, explotó, convirtiéndose en algo más grande cuando sólo tenía una edad de 10-35 segundos.

En cualquier caso, y dado que no tengo los suficientes conocimientos cabalísticos ni científicos para explicar mejor ninguna de las dos teorías, ni tampoco pretendo convencerlos para atraerlos a alguna de ellas, bajemos a la tierra para seguir hablando del mismo asunto con el que hemos comenzado: la luz, aunque en su aspecto más mundano.

No voy a entrar a explicarles la escalada de los precios de la energía en nuestro país, porque es un asunto por todos conocido, ya que lo sufrimos en nuestros bolsillos en forma de una inflación desbocada. Ni tampoco intentaré desvelar los entresijos del porqué de esa escalada, puesto que ni los expertos en la materia son capaces de hacerlo. No, la reflexión que quiero compartir con ustedes va más allá y es la del nuevo espectro que se cierne sobre nosotros: el apagón.

Los últimos tiempos que nos ha tocado vivir han estado presididos, por desgracia, por la incertidumbre, la zozobra y, en definitiva, el miedo, instalado en una sociedad que se sentía invulnerable gracias a los grandes avances científicos y tecnológicos de los últimos años. Pero la realidad es muy tozuda y a base de imponderables, coronados por la pandemia de coronavirus, esa confianza de la sociedad occidental se ha tornado en un temor casi patológico.

Los que mandan, y no me refiero sólo a los políticos, aunque éstos son los que mejor saben aprovechar este tipo de circunstancias, se han dado cuenta de que una sociedad presidida por el terror es más dúctil y fácil de manejar. Por eso, con el imprescindible concurso de los medios de comunicación, parece que se pasen el día pergeñando historias mefistofélicas, para las que luego inventan soluciones que pasan, indefectiblemente, por el recorte de nuestras libertades, una subida de impuestos o, en el peor y más frecuente de los casos, ambas cosas a la vez.

La teoría del apagón que ahora vaticinan para este invierno entra en esa categoría de problema creado para ofrecernos luego una solución, cuando el pavor nos penetre hasta la médula; de ese modo, ya no veremos con malos ojos el precio de la electricidad, puesto que, al menos, tendremos luz con la que calentar nuestros hogares y seguir con la actividad cotidiana, aunque sea a un precio inadmisible.

Seguramente habrán oído hablar de la historia de Edipo. Edipo era el hijo de Layo y Yocasta, reyes de Tebas. Cuando la reina estaba embarazada de él, los monarcas se dirigieron al Oráculo de Delfos, donde les predijeron que su hijo mataría a su padre y se casaría con su madre; todos los intentos de los actores de esta historia (narrada de una forma soberbia por Sófocles en su tragedia “Edipo Rey”) para evitar que la profecía se cumpliera provocaron que se hiciera realidad.

Esperemos que las acciones, inacciones, errores y estulticia de nuestros gobernantes no conviertan también el asunto del apagón en una profecía autocumplida.

 MUJERCITAS

Publicado en Diario Información el 30 de octubre de 2021

ESPERANDO A GODOT

Mujercitas

Ciertos acontecimientos, que han tenido alguna repercusión en los medios de comunicación y en las redes sociales esta semana, me han traído a la mente, ya saben ustedes mi gusto por hilar historias que, en principio, no parecen tener relación, una novela de una autora norteamericana, llevada al cine en siete ocasiones (la última el año pasado); se trata de Little Women (Mujercitas), una novela para niños que la norteamericana Louisa May Alcott escribió en dos partes, en 1868 y 1869.

La novela tiene una fuerte carga autobiográfica, pues la autora vivió una infancia similar a la de las protagonistas, las hermanas Meg, Jo, Beth y Amy March. Las cuatro chicas vivían, junto a su madre, en una tranquila ciudad de Massachusetts, mientras su padre servía como capellán militar durante la Guerra de Secesión. La muerte del padre y las subsiguientes vicisitudes que las cinco mujeres tuvieron que atravesar para sobrevivir en un mundo dominado por los hombres, constituyen la línea argumental de la obra.

Ese hecho, unido a ciertos datos biográficos de la autora, ha llevado a plantearse a muchos críticos la cuestión de si la novela de Alcott es una historia feminista. Lo cierto es que Louisa May apoyó durante su vida muchas causas por los derechos de las mujeres y contra la esclavitud. Cuando, en 1880, se aprobó una ley en Massachusetts que permitía que las mujeres votaran (sólo sobre ciertas cuestiones limitadas), no sólo fue la primera que se inscribió para votar (en los EE. UU. hay que inscribirse para poder ejercer el sufragio activo), sino que convenció a otras muchas mujeres a seguir su ejemplo.

“Me parece un pobre argumento afirmar que las mujeres deben votar porque son buenas. Los hombres no votan por ser buenos; votan por su condición masculina, y las mujeres deberían votar no porque nosotras somos ángeles y los hombres son bestias, sino porque todos somos seres humanos y ciudadanos de esta nación”. Éstas fueron las palabras textuales que en cierta ocasión pronunció Louisa May Alcott, respecto al sufragio femenino, por lo que no les sorprenderá si les digo que mujeres como la propia Simone de Beauvoir han reconocido que la escritora norteamericana tuvo una gran influencia sobre ellas cuando eran niñas.

En la España de 2021, por el contrario, dos supuestos humoristas que trabajan en TV3, la cadena de televisión que pagamos todos los españoles para que nos insulten, vejen nuestras instituciones y socaven nuestro Estado de derecho, publicaban en sus redes sociales un vídeo en el que incluían referencias sexuales, de muy mal gusto, a la Reina de España y sus hijas. La Reina es una persona mayor de edad, con lo que el rechazo social que han recibido los dos energúmenos en cuestión puede que sea suficiente para hacerles reflexionar (aunque dudo que su capacidad de discernimiento se lo permita). Pero publicar injurias sexuales contra menores de edad es un delito en el que la Fiscalía puede y debe actuar de oficio. La suerte que tienen esos dos degenerados es que las menores insultadas sean quienes son y la Casa Real no quiera crear más polémica, pero si hubieran sido cualesquiera otras, esos bárbaros que no merecen llamarse personas estarían ya respondiendo ante la justicia.

Todo esto nos conduce a una reflexión sobre cuál es el modelo de mujer que nos gustaría para una sociedad totalmente igualitaria en derechos y deberes para todos los ciudadanos, para todos los seres humanos, como preconizaba Alcott; por un lado, tenemos el modelo de las ministras de extrema izquierda, Irene Montero y Ione Belarra (Yolanda Díaz me despista, yo creo que es como ellas, pero más lista y con mejor mercadotecnia). Irene Montero, gran defensora del feminismo, llegó a ministra por ser la señora de. Ione Belarra por ser amiga de la señora de. Me gustaría que me explicaran la diferencia entre este tipo de ascenso social y de igualdad real entre hombres y mujeres y el que existía en los tiempos más oscuros del franquismo. El otro modelo es el de dos “mujercitas” la Princesa Leonor y la Infanta Sofía; independientemente de lo que representan, y de que se esté o no de acuerdo con ello, son dos jóvenes formadas, educadas y que cumplen a la perfección con el papel institucional que se les ha asignado (aunque podrán ustedes argumentar, y yo tendría que darles la razón, que las hijas del Rey tienen un privilegio por cuna que otras mujeres no han tenido).

En Elche, esta semana también ha habido una polémica protagonizada, a su pesar, por una mujer. La cuestión ha estado centrada en la realización, durante más de dos meses, de unos trabajos de exhumación de cadáveres de la Guerra Civil en el Cementerio Viejo por una empresa que trabajaba sin la necesaria relación contractual previa con el Ayuntamiento. La edil explicó en rueda de prensa que “fue un error administrativo”, error del que, por supuesto, ella no asume ninguna responsabilidad, que carga sobre los funcionarios. Mala gestión y mala jefa con sus funcionarios. Pero, lo más curioso es que en la rueda de prensa que dio para ofrecer estas pobres explicaciones, la tuvo que acompañar un concejal varón.

Al fin hemos conseguido la igualdad real en Elche, al menos entre los concejales: su incapacidad a la hora de gestionar y, sobre todo, de pronunciar el verbo dimitir.

 ELOGIO DE LA FÁBULA

Publicado en Diario Información el día 23 de octubre de 2021


ESPERANDO A GODOT

Elogio de la fábula

El pasado martes, 19 de octubre, se cumplió el trigésimo segundo aniversario de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Camilo José Cela. Si pudieran ustedes escucharme mientras escribo, habrían oído como no he podido dejar de pronunciar en alto las palabras “trigésimo segundo”, regodeándome en cada sílaba, al tiempo que pienso en la pena que supone el empobrecimiento del idioma español perpetrado, especialmente, por los políticos y los medios de comunicación para los que, entre otras cosas, los números ordinales han dejado existir.

El discurso que pronunció Cela el día que recibió el galardón se titulaba como este artículo y comenzaba así: “Mi viejo amigo y maestro Pio Baroja, que se quedó sin el Premio Nobel porque la candelita del acierto no siempre alumbra la cabeza del justo, tenía un reloj de pared en cuya esfera lucían unas palabras aleccionadoras, un lema estremecedor que señalaba el paso de la horas: Todas hieren, la última mata. Pues bien: han sonado ya muchas campanadas en mi alma y en mi corazón, las dos manillas de ese reloj que ignora la marcha atrás, y hoy, con un pie en la mucha vida que ya he dejado atrás y el otro en la esperanza, comparezco ante ustedes para hablar con palabras de la palabra y discurrir, con buena voluntad y ya veremos si también con suerte, de la libertad y la literatura…”.

Un exquisito comienzo de una alocución que les recomiendo que busquen y lean entera, del mismo modo que les recomiendo, si no las han leído todavía, obras de Cela que son ya clásicos de la literatura mundial, como La familia de Pascual Duarte (1942), La colmena (1951), o Mazurca para dos muertos (1983), entre otras muchas. Pero, de ese primer párrafo del discurso de aceptación hay una circunstancia muy relevante, tal es el recuerdo y la reivindicación que hace Don Camilo de su maestro Pio Baroja, lamentando que no fuera agraciado con la misma distinción que él acaba de recibir.

Méritos no le faltaban, desde luego, a Pio Baroja para haber cumplido el deseo de su pupilo. Sin embargo, la Academia Sueca siempre se ha mostrado un tanto cicatera a la hora de conceder el premio a escritores de habla española en general, y de nacionalidad española en particular. De hecho, son once los autores de habla hispana que han recibido el Premio Nobel de Literatura. De ellos, cinco son españoles (José Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977), Camilo José Cela (1989)) y seis hispanoamericanos (los chilenos Gabriela Mistral (1945) y Pablo Neruda (1971), el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967), el colombiano Gabriel García Márquez (1982), el mexicano Octavio Paz (1990) y el peruano Mario Vargas Llosa (2010)). Como contrapunto, les puedo decir que los galardonados de lengua inglesa han sido veintinueve, y que los de lengua francesa y alemana empatan a quince.

Pero, volviendo al discurso de Camilo José Cela, me gustaría transcribirles otro fragmento que me gusta especialmente: “No es difícil escribir en español, ese regalo de los dioses del que los españoles no tenemos sino muy vaga noticia, y me reconforta la idea de que se haya querido premiar a una lengua gloriosa y no a un humilde oficiante de ella y servidor de lo que con ella puede expresarse: para gozo y lección de todos los hombres, que la literatura es un arte de todos y para todos, aunque se escriba sin obedecer a nadie y sin escuchar más que el sordo y anónimo rumor de nuestro rincón y nuestro tiempo…”.

Me encanta la concepción de Cela de nuestro idioma como “un regalo de los dioses”; realmente lo es. El problema, en mi humilde opinión, es que cuando nos regalan algo tendemos a valorarlo menos que si debemos ganarlo con nuestro esfuerzo. Lo que no puedo compartir con él es la afirmación de que no es difícil escribir en español. Seguramente no lo sería para Cela, pero les puedo asegurar que, para mí, escribir unas modestas líneas como las que les dedico todos los sábados me supone un esfuerzo ímprobo y una buenas dosis de pasar páginas del diccionario, metafóricamente hablando, pues ahora lo hago en la magnífica aplicación del diccionario de la Real Academia.

La cuestión es que un idioma como el nuestro, además de ser un regalo de los dioses, debería ser uno de nuestros principales activos culturales y económicos. Los ingleses lo tienen muy claro y lo explotan hasta la saciedad, mientras que nosotros no somos conscientes de hechos tan simples y constatables como que los hablantes de español que hay en el mundo tienen un poder de compra conjunto de alrededor del 9 % del PIB mundial, o que si la comunidad hispana de los Estados Unidos fuera un país independiente, su economía sería la octava más grande del mundo, por delante de la española; o que en los países donde el español es el idioma oficial se genera casi el 7 % del PIB mundial, o que el español es el segundo idioma más relevante en el sector del turismo idiomático.

Sin embargo, en España estamos empeñados en dilapidar este legado, bien por desidia, utilizando de una forma paupérrima el idioma, bien por estulticia, con extrañas ingenierías sociales que tratan de “normalizar” lo que nunca lo ha sido o, directamente, imponen lenguas inventadas como sucedió con el euskera y quieren hacer ahora con la llingua asturiana.

En definitiva, y utilizando palabras también del propio Cela, “No usemos la lengua para la guerra, y menos para la guerra de las lenguas, sino para la paz, y sobre todo para la paz entre las lenguas. De la defensa de la lengua, de todas las lenguas, sale su fortaleza, y en su cultivo literario y siempre progresivo se fundamenta su auge y su elástica y elegante vigencia.

 EL JUEGO DEL CALAMAR

Publicado en Diario Información el 16 de octubre de 2021

ESPERANDO A GODOT

El juego del calamar

En 1953, Corea padeció una guerra que duró tres años y finalizó con la división del país entre la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) y la República de Corea (Corea del Sur). La contienda se cobró un saldo aproximado de dos millones de vidas humanas y arrasó por completo un país que acababa de salir de otro conflicto, la II Guerra Mundial, durante el que padeció la ocupación de las fuerzas del Imperio Japonés.

Los dos países resultantes ya eran pobres antes de la guerra y ninguno de los dos presentaba unas perspectivas muy halagüeñas para el futuro. Sin embargo, en los primeros ocho años de paz, Corea del Norte experimentó una asombrosa recuperación, bajo la tutela de un gobierno muy bien organizado, que parecía estar sentando las bases de una economía moderna e industrializada (aunque ha terminado como todos ustedes saben). Por el contrario, durante esos años Corea del Sur se caracterizó por constantes episodios de corrupción política e inestabilidad que nada hacían presagiar que en 1961 el país estaba a las puertas de una de las más asombrosas transformaciones económicas de la historia.

Ese año, un golpe de estado, encabezado por el general Park, formó un gobierno que heredó una nación pobre y que dependía por entero de la ayuda de los Estados Unidos para sobrevivir; ayuda prestada, por otra parte, sólo para poder tener un contrapeso en la región frente a la creciente influencia de China, a través de Corea del Norte. En consecuencia, el principal objetivo del régimen militar instaurado fue liberar al país de su secular pobreza. Su principal virtud fue darse cuenta de que uno de los pilares fundamentales que debían sustentar la consecución de ese logro era la educación.

Pero no sólo el gobierno era consciente de ese hecho, sino que era una concepción asumida por todo el pueblo coreano. De hecho, tras la liberación del país del yugo nipón en 1945, se produjo una explosión del número de escuelas y de matriculaciones de niños que no se interrumpió ni siquiera durante la Guerra de Corea. Es cierto que muchos colegios fueron destruidos, pero las clases se impartían en cualquier lugar: desde fábricas abandonadas hasta tiendas de campaña. Entre 1945 y 1960 las matrículas en primaria se multiplicaron por tres, las de secundaria por ocho y las universitarias por diez. En 1960 Corea del Sur estaba próxima a alcanzar la universalidad para la educación primaria de niños de ambos sexos, y el porcentaje de abandonos era el más bajo de entre todos los países que podían ofrecer estadísticas fiables en aquella época.

En la actualidad, Corea del Sur goza de un sistema democrático avanzado y su economía se encuentra entre las más boyantes de todo el mundo. Su producto interior bruto se sitúa en el puesto número 11 de las principales economías y está entre los 10 países que más productos exportan. Yo estoy convencido de que la educación de su población, cuyas bases se asentaron en los años sesenta, es uno de los factores de ese éxito, reforzado por factores económicos como la facilidad para crear empresas (según los rankings internacionales es el cuarto país donde más sencillo es hacerlo, mientras España es el trigésimo). Además, el país asiático ha prestado una especial atención al desarrollo tecnológico y a la innovación, invirtiendo un porcentaje muy elevado de su PIB, mayor que el de países como Japón o Estados Unidos, en investigación y desarrollo.

Imagino que, a estas alturas del relato, aquéllos de ustedes que tienen la amabilidad y la paciencia de seguir esta sección semanal, sabrán de mi gusto por los relatos teleológicos y, por lo tanto, se estarán preguntado a dónde quiero llegar. La respuesta es sencilla. Esta semana he pasado varias horas preparando una charla que tengo que dar el lunes para directores y futuros directores de centros educativos y, mientras buscaba material para ilustrar de una manera más o menos amena los ásperos temas de índole legislativa que debo exponer, encontré una polémica surgida en torno a uno de los productos que Corea del Sur comienza a exportar con cierto éxito a occidente: su producción audiovisual.

En concreto, me refiero a una serie que emite la plataforma Netflix y cuyo título en español es “El juego del calamar”. Se trata de un thriller extremadamente violento que se ha convertido en todo un éxito de audiencia. En síntesis, nos narra la historia de 456 personas en una situación económica y existencial desesperada que aceptan tomar parte en una serie de juegos infantiles en los que apuestan sus propias vidas para ganar el premio de 45,6 mil millones de wons coreanos (33,5 millones de euros). El género no tiene nada de novedoso, pero su impactante puesta es escena, la verosimilitud de sus protagonistas y la inquietante disección que realiza de la naturaleza humana han atraído a la audiencia de todos los países del mundo.

El hecho de que esta serie se cruzara en la preparación de mi charla sobre cuestiones de legislación educativa tiene que ver con la polémica surgida en varios países, el nuestro incluido, cuando en muchas escuelas han observado que niños de corta edad emulan los comportamientos observados en la pantalla, ejerciendo la violencia física sobre los compañeros que pierden en sus habituales juegos infantiles. La serie está calificada para mayores de 18 años y se advierte de que contiene imágenes de violencia explícita.

¿Cómo es posible entonces que niños de siete, ocho o nueve años la estén viendo? En algunos casos porque los padres no ejercen el suficiente control sobre los dispositivos electrónicos de sus hijos y los contenidos a los que tienen acceso. En otros porque, simple y llanamente, les permiten ver series no aptas para ellos e, incluso, lo hacen “en familia”. Una sociedad que pixela unos pezones, que exige un carné para tener un perro y que desdobla ridículamente el lenguaje para hacerlo “inclusivo” pero que permite esto con su infancia, se va, y perdonen ustedes una expresión que no es propia de mis artículos, irremisiblemente a la mierda.

 BOUTEFLIKA SÁNCHEZ

Publicado en Diario Información el 9 de octubre de 2021

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Bouteflika Sánchez

El pasado 17 de septiembre falleció, a la edad de ochenta y cuatro años, Abdelaziz Bouteflika, el hombre que rigió el destino de Argelia durante dos décadas. Bouteflika participó de forma activa en la lucha de su pueblo contra el dominio colonial francés en los años cincuenta del siglo pasado y, tras la independencia, se alzó con la cartera del ministerio de asuntos exteriores cuando sólo tenía veintiséis años.

Bouteflika nació en Uchda, en el actual Marruecos, un protectorado francés en aquella época, y allí creció y fue al colegio, aunque este detalle no se mencione en sus biografías oficiales. A los veinte años se alistó en el Ejército de Liberación Nacional, para apoyar la insurgencia contra los franceses, y se convirtió en un estrecho colaborador del líder revolucionario Hourari Boumediene.

Cuando Argelia alcanzó la independencia en 1962, Bouteflika fue nombrado ministro de juventud y deportes y, como hemos dicho, ministro de asuntos exteriores en 1963, período en el que encabezó las delegaciones de su país en las negociaciones con la antigua metrópoli. Permaneció en ese cargo hasta la muerte de Boumediene, en diciembre de 1978, época en la que su nombre sonaba como posible sucesor del difunto líder.

Sin embargo, un escándalo de corrupción en el que estaba implicado le obligó a exiliarse hasta 1987, año en el que regresó y se reincorporó al Comité Central del Frente de Liberación Nacional, el brazo político del antiguo movimiento independentista, y se mantuvo en un segundo, aunque influyente plano, durante los duros años 90, que se caracterizaron por una cruenta guerra civil entre los insurgentes islamistas y el ejército.

Bouteflika volvió a la primera línea política cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1999, a las que concurrió en solitario por la retirada de los otros seis candidatos, como protesta por lo que consideraban unas condiciones carentes de cualquier imparcialidad. Después ganó otras tres elecciones consecutivas, la última en abril de 2014, tras una reforma constitucional que eliminaba el límite de mandatos para que éste pudiera ser presidente de forma indefinida; no abandonó el poder hasta 2019, obligado por las revueltas populares.

Disculpen esta introducción en forma de extensa nota biográfica de este personaje, pero era necesario que se familiarizaran con su figura para narrarles una historia sobre él. Corría el año 2005 y Abdelaziz Bouteflika presentaba ante las más altas instituciones argelinas el plan quinquenal 2005-2009, dotado con 4200 millardos de dinares, equivalentes a unos 50 mil millones de euros. A lo largo de su alocución, el presidente introdujo una medida destinada a fomentar la creación de empresas y a mitigar el paro juvenil. Consistía en una ayuda directa de cinco mil dólares para los jóvenes menores de 30 años (el 73% de la población de Argelia, que entonces tenía unos 32 millones de habitantes) que quisieran abrir una empresa o un negocio.

Para reclamar la ayuda, los jóvenes sólo tenían que presentar una factura de compra de las herramientas o utensilios que habían adquirido y explicar el porqué, sin ninguna otra fiscalización. De este modo, la población del tramo de edad preestablecido compró motos, indicando que se iban a dedicar al reparto a domicilio, electrodomésticos para sus viviendas, arguyendo las justificaciones más peregrinas, teléfonos móviles o cualquier otra cosa que les apeteciera. Huelga decir que ninguno de ellos abrió negocio alguno, ni contribuyó a la creación de puestos de trabajo, ni aportó riqueza alguna a la nación. Más bien al contrario. ¿Qué pretendía Bouteflika con esta medida “social”? Es evidente, postergar un estallido social (como el que eventualmente acabaría desplazándolo del poder) comprando la voluntad de un considerable número de argelinos utilizando para ello el erario.

En noviembre de 2007, dos años después de la aprobación del plan quinquenal de Bouteflika, el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, aprobó una ayuda de 2500 euros para todas las familias que hubieran tenido o adoptado un hijo desde el uno de julio de ese año. Esta prestación era universal, por lo que no se exigía un umbral mínimo de renta ni ninguna otra condición socioeconómica para cobrarla. El objetivo de Zapatero era idéntico al de Bouteflika: mantenerse en el poder a cualquier precio, con el dinero de los demás, por supuesto.

Ahora, el ínclito Pedro Sánchez se ha lanzado también a firmar cheques con el dinero de los demás. Esta semana ha anunciado el “bono vivienda” de 250 €, un despropósito que merece un artículo entero, y el “bono cultural” de 400 € que recibirán los jóvenes al cumplir los 18 años, casualmente la edad en la que los españoles tenemos derecho al voto. El objetivo de la medida es tan burdo que causa sonrojo explicitarlo. En primer lugar, una descarada compra de votos; en segundo, un intento por acallar el clamor social que el precio de la electricidad, de los combustibles y de muchos productos de primera necesidad está provocando.

Lo lamentable es que estas obscenas medidas de compra de voluntades se generalizan. Los gobiernos autonómicos, de todo signo, también son muy dados a ellas y nuestro ayuntamiento no es una excepción. No en vano la concejal de Hacienda, Patricia Maciá, siempre afirma con su particular gracejo que le encanta pagar impuestos y que es mejor mantener los tipos impositivos que reducir las ayudas sociales. Yo disiento diametralmente, pues reducir impuestos impulsaría la economía y la creación de empleo y, en consecuencia, esas ayudas ya no serían necesarias; claro que entonces la gente igual ya no votaba a los que les otorgan ese óbolo.

Ya lo decía Margaret Thatcher: “El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero de los demás.”

 EL GOLPE

Publicado en Diario Información el 2 de octubre de 2021

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El golpe

Estoy seguro de que todos ustedes han visto, o les sonará al menos, una película americana (como casi todas las películas buenas, pues no necesitan subvenciones estatales) que se tituló en español “El golpe” y cuyo título original en inglés era “The Sting”. Estaba protagonizada por un dúo inigualable, Paul Newman y Robert Redford, y fue una de las películas más famosas de los años setenta, tras su estreno en 1973; de hecho, se hizo acreedora de siete galardones de los “Premios Óscar”, incluyendo el de mejor película.

La trama comienza en la ciudad de Joliet, en el estado de Illinois (el mismo en el que se encuentra Chicago), en septiembre de 1936. Dos estafadores, Johnny Hooker (Robert Redford) y su socio Luther, timan a un mensajero y se hacen con once mil dólares, sin saber que ese dinero pertenecía a un conocido mafioso. Luther es asesinado por la mafia y Hooker, junto con su nuevo socio, Henry Gondorff (Paul Newman) trazan un elaboradísimo plan para vengarse de Lonnegan, el mafioso que ha matado a su amigo.

Diseñan una estrategia que consiste en crear una casa de apuestas fraudulenta para que Lonnegan haga una enorme apuesta y así robarle todo su dinero. Al parecer, no soy un entendido en el tema, aunque en una ocasión estuve en un hipódromo en Inglaterra y me pareció apasionante, en las carreras uno puede apostar a caballo ganador o a quién quedará segundo. En la película que les he contado, el desenlace es que los estafadores convencen al mafioso para que apueste por un caballo, para después decirle que ha sido un error y que debería haber apostado a que ese caballo quedaría segundo. En definitiva, una película clásica muy entretenida que les recomiendo fervorosamente.

En cualquier caso, a lo que quería llegar, aparte de a la recomendación cinematográfica que, por otra parte, reitero, es al ambiente que se vive en la película. Como les he dicho se desarrolla en los años 30 del siglo pasado. Una época muy turbulenta en lo social y en lo económico, como consecuencia del crac bursátil de 1929. Fue una época convulsa que llevó a millones de personas en los EE. UU. y también en Europa a pasar auténticas dificultades que, eventualmente, en el caso de este lado del Atlántico, tendrían como consecuencia el surgimiento de los regímenes totalitarios nazis y fascistas, sin olvidar su contrapunto comunista, y el estallido de la II Guerra Mundial.

Después de la contienda y del desmembramiento del Imperio Soviético tras la caída del Muro de Berlín, Occidente en general y Europa en particular, parecían remansos de paz y bienestar, con un crecimiento económico continuo y un avance parejo en las cotas de libertad y bienestar de los ciudadanos. Pero, por desgracia, esa suerte de arcadia feliz se ha truncado en las últimas décadas del siglo pasado y en los años que llevamos de éste. El llamado “Lunes Negro” que asoló las bolsas en 1987, la crisis de octubre de 2008, desencadenada por la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers, y la última crisis humana y económica a causa de la pandemia por coronavirus, han hecho que el centro de gravedad de la política y la economía mundial vire completamente hacia el Sudeste Asiático y el Pacífico.

Vivimos de nuevo tiempos de incertidumbre y de zozobra, y en esos contextos solemos aferrarnos a soluciones fáciles. En lo político, el paradigma que les he descrito constituye un campo abonado para el triunfo de las ideologías que preconizan ideas muy sencillas, explicadas por personas de un bajo calado intelectual y de una calaña moral incluso peor. Les podría poner varios ejemplos, pero seguro que ustedes ya estarán pensando en muchos.

En lo económico también tendemos a reconocer como plausibles soluciones que se han demostrado ineficaces, incluso contraproducentes en numerosas ocasiones. Nuestros actuales gobernantes, por ejemplo, si tuvieran a su disposición la “máquina de imprimir billetes” la utilizarían con fruición. No quiero ni imaginar una España fuera del paraguas que supone el euro, con un gobierno como el actual que se dedicaría sin ningún tipo de duda a aplicar una política monetaria expansiva que nos llevaría a la misma situación en la que se encuentra Argentina, un país rico en recursos, pero empobrecido por la hiperinflación y la mala gestión de esos recursos.

Ahora bien, lo que es aplicable a los gobiernos, a la macroeconomía, también lo debemos aplicar a nuestros hogares, a la microeconomía. En los tiempos de crisis, como les decía, queremos buscar soluciones sencillas. Huyan de ellas y recuerden, aunque suene muy viejuno, que nadie da duros a cuatro pesetas. Empiezan a proliferar todo tipos de estafas, no tan imaginativas como las de la película de Newman y Redford, pero en las que muchas personas caen. Incluso métodos como la estafa piramidal. Tengan mucho cuidado con ello, pues ya he oído de casos en los que alguien ha invertido una cantidad y al principio ha ganado mucho dinero, todo timo tiene un cebo, para después perderlo todo, sin posibilidad de reclamar nada además, dada la opacidad de estas inversiones.

 POMPEYA

Publicado en Diario Información el 25 de septiembre de 2021

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Pompeya

Les ruego que no lo tomen como una frivolidad por mi parte, pero debo confesarles que una de las consecuencias más lacerantes para mí de las limitaciones que la pandemia ha impuesto en nuestras vidas ha sido las cortapisas a la hora de poder viajar al extranjero, pues tengo debilidad por Italia, país al que siempre iba una o dos ves al año y que ahora no he visitado desde noviembre de 2019. De hecho, justo el día que se celebraron las elecciones generales en nuestro país yo estaba en Milán. Fue un lenificativo, dicho sea de paso, recibir el escrutinio de esas elecciones en la distancia, aunque lo hayamos tenido que sufrir todos los días desde entonces. Cosas de la democracia, a unos les gustan más los resultados de las votaciones y a otros nos gustan menos.

Sea como fuere, los trágicos acontecimientos que se vienen sucediendo en la isla de La Palma, como consecuencia de la erupción de un volcán, unido al hecho de la nueva modalidad turística que pretende poner de moda la ministra del ramo, o de la rama, para ser inclusivos, Reyes Maroto, el “turismo de catástrofes”, me ha traído a la memoria un destino en Italia que tengo pendiente: Pompeya.

Como sabrán ustedes, en el año 79 de nuestra era, Pompeya fue sepultada por una capa de piedras y cenizas, transportadas por las nubes piroclásticas que originó la erupción del Vesubio, que ha permitido que gran parte de la ciudad, situada cerca de la actual Nápoles, se haya conservado de una forma extraordinaria hasta nuestros días. De hecho, la existencia de este enclave, documentado por el escritor romano Plinio el Joven, no se constató hasta que comenzaron las primeras excavaciones arqueológicas, que finalizaron con su hallazgo en 1763, a cargo por cierto del español Roque Joaquín de Alcubierre.

Ese descubrimiento, en una época además en la que el movimiento cultural y literario del romanticismo, que eclosionaría en el siglo XIX, comenzaba a abrirse paso, dio pie a que se publicaran varias novelas sobre los luctuosos hechos que acabaron con la vida de unas cinco mil personas, según las estimaciones que han hecho arqueólogos e historiadores. Una de ellas, quizás la más conocida, es “Los últimos días de Pompeya”, escrita en 1834 por el barón Edward Bulwer-Lytton. El escritor se inspiró en un cuadro del pintor ruso Karl Briullov, que vio en una exposición en Milán. La novela tuvo un relativo éxito en su época, pero no está demasiado bien considerada por la crítica contemporánea.

Si son ustedes más de cine, o de sofá y tele, también podrán encontrar películas sobre el asunto. La más famosa de ellas, de 1959 y cuya dirección se atribuye a Sergio Leone, dado que su director titular, Mario Bonnard, cayó enfermo al poco de comenzar el rodaje, está basada precisamente en esta novela, aunque les anticipo, si no la han visto ya, que es bastante mala y, como es obvio, con un final demasiado predecible. No se la recomiendo, en definitiva. Lo que sí les recomendaría es un viaje a Pompeya o la lectura de artículos y estudios sobre esa ciudad, así como algunos documentales que existen, que narran esos acontecimientos con gran rigor científico, y que resultan sumamente interesantes y amenos.

Del caso de Pompeya, aparte del valor histórico que tiene haber descubierto una ciudad romana casi intacta, lo que me llama poderosamente la atención es el hecho de que se tardara casi mil setecientos años en dar con ella, lo cual lleva implícito el hecho de que a los supervivientes de aquella calamidad no se les pasó por la cabeza volver a construirla en el mismo emplazamiento que tenía. En el desgraciado caso de la isla de La Palma, una vez finalice la erupción, habrá que comenzar un arduo proceso de reconstrucción, en el que se deberá valorar, entre otras cosas, el emplazamiento de las viviendas que hayan de erigirse para sustituir a las que todos hemos visto en las espantosas imágenes de televisión siendo engullidas por la lava.

Imagino que, en el caso de los volcanes, aunque en la isla de La Palma ya sucedió algo similar hace cincuenta años, es muy difícil predecir el comportamiento que van a tener y la dirección, magnitud y alcance de los ríos de lava que se pueden producir en la eventualidad de una erupción. Sin embargo, en la zona en la que vivimos, donde las catástrofes naturales suelen venir de la mano de las precipitaciones torrenciales, sí es mucho más fácil hacer una previsión de los torrentes por los que discurrirá el agua.

Sin embargo, se sigue consintiendo edificar en zonas inundables y cada poco tiempo se repiten los mismos episodios cada vez que sufrimos un episodio de gota fría, o DANA como le llaman ahora. La última fue hace dos años y los políticos aterrizaron, nunca mejor dicho, en el caso de Pedro Sánchez al menos, en nuestras tierras para hacerse la foto. Lo mismo que ahora en La Palma. Mucho me temo, espero equivocarme, que cuando esa isla ya no esté en el centro del foco mediático, les pase lo mismo que a nosotros cuando sufrimos inundaciones. Pregunten en la Vega Baja por las promesas recibidas hace dos años.

 EL GIRAJAQUETES

Publicado en Diario Información el 18 de septiembre de 2021


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El Girajaquetes

El pasado sábado se conmemoró en Cataluña la “Diada”. Ese día, 11 de septiembre, fue elegido para celebrar el “día nacional de Cataluña” para hacerlo coincidir con la misma fecha en que, en 1714, las tropas borbónicas tomaron la ciudad condal en el marco de la Guerra de Sucesión Española. En esa contienda, al contrario de lo que los nacionalistas nos quieren hacer creer, no lucharon unos territorios contra otros, ni España contra Cataluña (de hecho ciudades como Madrid, Alcalá o Toledo luchaban en el mismo bando que Barcelona), sino que lo que se dirimía era un conflicto de mayor calado entre la dinastía Borbón y la de Habsburgo, siendo los partidarios de estos últimos defensores de un modelo de gobierno que, trasladado a los parámetros actuales, podríamos calificar como más retrógrado, pues defendían el mantenimiento de una serie de privilegios para los más poderosos. Exactamente igual que ahora, cuando los nacionalistas lo único que persiguen es el mantenimiento de un statu quo que les sitúe no sólo por encima del resto de los españoles, sino perpetrando un auténtico genocidio civil contra los que no piensan como ellos o no hablan su misma lengua en la propia Cataluña.

Abundando en el tema de la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) para que se hagan una idea de la estrechez mental de aquéllos que se creen el ombligo del mundo, cabe reseñar que ese conflicto no se circunscribió a Cataluña, ni siquiera tuvo sus episodios más trascendentes allí. De hecho, ha sido descrito por muchos autores como la “primera guerra mundial contemporánea”, dado que el teatro de operaciones de sus principales campañas tuvo lugar en España, Italia y Alemania, así como en numerosas batallas navales.

Su desencadenante fue la muerte sin descendencia en 1700 de Carlos II, último monarca de la dinastía de los Habsburgo en España. En su testamento legaba la corona a Felipe, Duque de Anjou y nieto de Luis XIV de Francia. Pero el anuncio de Luis tras proclamar a Felipe como Rey de España, en el sentido de que Francia y España se unificarían bajo una misma corona, provocó la inmediata reacción de Inglaterra, Holanda, Prusia y Austria, que tomaron esa posibilidad como una seria amenaza a los equilibrios de poder existentes en Europa.

Esas potencias formaron lo que se denominó la “Gran Alianza”, con el objetivo de situar en el trono de España al Archiduque Carlos de Austria, un Habsburgo, en lugar de al Borbón Felipe. En las primeras fases de la guerra, las tropas de la Alianza, comandadas por el Duque de Marlborough y el Príncipe Eugenio de Saboya, infligieron grandes derrotas a los franceses en las batallas de Blenheim (1704), Ramillies (1706), Oudenarde (1708) y Malplaquet (1709). Pero el costo económico y en vidas humanas fue tan alto que muchas instancias en Inglaterra empezaron a presionar para forzar una salida negociada de la contienda.

En 1711 se produjo el fallecimiento de José I de Austria, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, a quien sucedió, precisamente, el Archiduque Carlos. Este hecho llevó a los miembros de la Alianza a plantearse que el equilibrio de poder en Europa estaría aún más en entredicho si Carlos gobernaba Austria y España, de lo que lo estaría si Felipe se convertía en Rey de España, lo que permitió a Luis XIV conseguir unas condiciones favorables al negociar los términos de la paz que se plasmarían en el Tratado de Utrecht de 1713.

Felipe se convirtió en Rey de España con la condición de que España y Francia no se unificaran. Gran Bretaña obtuvo Gibraltar, Terranova y Nueva Escocia, así como otros territorios en Norteamérica, además del monopolio del comercio de la venta de esclavos en Latinoamérica. A pesar de sus reticencias iniciales, Carlos se vio obligado a reconocer el nuevo orden europeo, con la ratificación de la Paz de Rastatt (1714).

Precisamente en el contexto histórico que les he descrito se desarrolla la vida de Juan Francisco Vaíllo de Llanos y Ferrer, Conde de Torrellano. Debo reconocer que no conocía esta historia, por lo que a las felicitaciones expresas que merecen los vecinos y asociaciones de Torrellano que la semana pasada organizaron una obra de teatro sobre él, añado un agradecimiento personal por habernos dado a muchos la oportunidad de acercarnos por primera vez a esta figura que, según nos relatan, obtuvo su título por su apoyo a los Austrias en la Guerra de Sucesión, pero lo pudo mantener con los Borbones, lo cual le granjeó su apodo de “Girajaquetes”, es decir, de chaquetero, como se diría en castellano.

Cabe destacar también la simpática participación del alcalde de Elche, interpretando precisamente el papel de alcalde en la obra de teatro. Es de justicia reconocer a nuestros cargos, muchas veces criticados como consecuencia de la gestión fruto de su responsabilidad, estos detalles. Aunque algunos maledicentes afirman que ha sido precisamente en esta obra de teatro, interpretando el papel de alcalde, la primera y más fructífera vez que han visto a Carlos González actuar como tal desde su toma de posesión en junio de 2015. Ya saben, hay muchas lenguas viperinas en nuestra ciudad.

 MOROS Y CRISTIANOS

Publicado en Diario Información el 11 de septiembre de 2021.

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Moros y cristianos

El pasado 5 de septiembre, este mismo diario publicaba un excelso artículo, tanto en la forma como en el fondo, firmado por Juan Ramón Gil y titulado “El aviazo”. En ese artículo Gil exponía la forma en la que Valencia, el “Cap i casal”, reclama para sí en Madrid la financiación que no está dispuesta a conceder a la provincia de Alicante, y argumentaba su tesis con un ejemplo paradigmático: el de la Agencia Valenciana de Innovación y su escandaloso reparto de subvenciones (entre un 80 y un 89% se quedan en Valencia). Continuaba el autor su argumentación abundando en la paradoja de que las justas reivindicaciones de Valencia al Gobierno de España se convierten en cantonalismo y en victimismo si Alicante hace lo propio frente al Consell.

Queda patente que la financiación autonómica, y más aún la financiación dentro de cada comunidad autónoma, es una suerte de estafa piramidal en la que todos aportamos el pago de impuestos, pero que sólo beneficia al vértice de esa pirámide. Sin embargo, en la Comunidad Valenciana este hecho es aún más sangrante que en otras regiones, puesto que aquí las élites económicas y el poder político se concentran en la capital de una forma abrumadora, perjudicando, de modo notable, a lo que allí llaman de una manera entre condescendiente y despectiva “els territoris del sud” (la palabra “provincia” está proscrita del vocabulario nacionalista de nuestros gobernantes).

Ese afán de Valencia capital de acaparar todo para sí me lo explicaba un día un buen amigo con una fábula. Valencia, decía, es como la segunda esposa del marqués. Este señor tenía una mujer, marquesa de cuna, que nunca hacía ostentación de su poder y riqueza, y tan solo se adornaba con unas valiosas, pero discretas joyas, guardando el resto en el joyero para las ocasiones que así lo requirieran; pero vino a ocurrir que la marquesa falleció y el marqués se desposó con una de las sirvientas. Ésta, viéndose en posesión de todas las joyas de la difunta, las usaba todos los días de una forma recargada y con dudoso gusto. Al Cap i casal le ocurre algo parecido. Madrid es una marquesa, Barcelona era una condesa hasta que los separatistas y Colau la han echado a perder. Valencia, y que me disculpen mis excelentes y numerosos amigos valencianos, es un poco como la chacha: siendo joven, bonita y con excelentes y voluptuosos atributos, necesita adornarse (Palau de la Música, Ciudad de las Artes y las Ciencias…) para sentirse una señora.

Claro que todos esos adornos con los que Valencia se va revistiendo y a los que cada día se van añadiendo nuevas joyitas, como la del “aviazo” que narraba de una forma tan acertada Juan Ramón Gil, contribuyen a que a Alicante provincia sólo lleguen las migajas, de las que algo queda en Alicante ciudad, poco, mientras que a otras ciudades, que deberían tener un peso importante en la Comunidad Valenciana, como Elche, no llega absolutamente nada. Esto es muy triste y muy grave para Alicante y para Elche, pero tiene su lógica desde el punto de vista de la sirvienta. Ella se ha trabajado muy bien al marqués (el poder político y económico) y teme que esas dos chicas del sur puedan, algún día, disputarle sus favores, sobre todo si se dejaran de absurdas rivalidades entre ellas y estuvieran dispuestas a colaborar para desbancarla.

Toda esta reflexión, no sé por qué, me ha traído a la mente no un libro, sino una película Moros y cristianos. Una película, además, de un valenciano que es, junto a Buñuel, según mi modesto parecer, el cineasta más importante de la historia de España: Luis García Berlanga. Como sabrán ustedes, tal ha sido la impronta que este genial director ha dejado en todos nosotros que hasta el adjetivo “berlanguiano” ha entrado en el diccionario de la RAE para describir situaciones que tienen rasgos característicos de la obra de Berlanga, habitualmente escenas de un surrealismo cómico y satírico.

Esta película, en concreto, estrenada en 1987, trata sobre una familia, propietaria de una fábrica de turrones, que va a Madrid para promocionar sus productos en una feria gastronómica. Esta decisión la toman contra la opinión del patriarca y creador de la empresa, don Fernando Planchadell, que, fiel a sus principios, se resiste a toda innovación. Los maestros Berlanga y Azcona, aunque lejos de su mejor época artística, se vuelven a rodear de excelentes actores para conseguir uno de los mayores éxitos comerciales de su carrera.

Quizás algún día, Elche y Alicante se unan y organicen un viaje conjunto a Valencia, con sus líderes políticos y económicos al frente y, aunque tengan que ir disfrazados de moros y cristianos, consigan que el President, el que sea en ese momento, los reciba y consigan convencerlo de que una provincia de Alicante fuerte no es un peligro, sino una oportunidad para Valencia. Quizás, algún día, soñar es gratis.

 EL FRACASO DE LA EDUCACIÓN

Publicado en Diario Información el 4 de septiembre de 2021

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El fracaso de la educación

Recuerdo que en una visita que hice a la Universidad de Salamanca, hace tres años, me mostraron la austera aula en la que Fray Luis de León daba clase. El espacio se conserva tal y como era en el siglo XVI, cuando el erudito agustino ocupaba la cátedra de Teología: unos modestos bancos de madera sin labrar, que hacían las veces de asientos y pupitres de los alumnos, y una especie de púlpito, desde el que el profesor impartía su materia, eran las únicas piezas de mobiliario de la estancia. En este modesto contexto narra la tradición que Fray Luis de León pronunció la celebérrima frase de “Como decíamos ayer”, al reincorporarse a su cátedra, tras ser procesado por la Inquisición y haber permanecido en prisión cinco años por traducir a la lengua vulgar las Escrituras.

Desde el siglo XVI hasta la actualidad el hombre no ha cambiado tanto como se puede suponer. Nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestros temores, nuestros vicios y nuestras virtudes son exactamente los mismos ahora que hace cinco siglos. La principal diferencia entre las sociedades de épocas tan dispares radica, fundamentalmente, en los avances tecnológicos que se han producido, especialmente en los últimos cincuenta años, y que han marcado de forma indeleble la forma de comportarnos y, sobre todo, de relacionarnos. De esto último las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), y en especial las redes sociales, son las responsables.

Si hoy acudimos no ya a un aula universitaria, sino a cualquier clase de primaria o secundaria de un colegio o instituto elegido al azar, comprobaremos que esos espacios poco o nada tienen que ver con los que se utilizaban hasta hace bien poco. La diferencia fundamental es que estas clases están plagadas de elementos tecnológicos. En casi ninguna falta ya una pizarra digital, ordenadores, conexión a Internet wifi, e incluso portátiles o tabletas para todos los alumnos. En muchos centros, especialmente en infantil, la propia disposición del aula ya no es la misma pues, en vez de situarse los pupitres alineados y enfrentados al del profesor y a la pizarra, se distribuyen en diferentes espacios, correspondientes a varios centros de interés o de actividad por los que los niños van rotando.

Es curioso como, cuando uno visita un centro educativo por primera vez, lo primero que sus responsables te muestran con un orgullo poco disimulado es la cantidad de dispositivos electrónicos con los que cuenta el centro y la manera con que usan esas “nuevas tecnologías” para intentar captar el interés de los alumnos y su gusto por el estudio de las diferentes materias. Sin embargo, los padres y sobre todo las madres inteligentes -que son estas últimas las que aún suelen llevar gran parte del peso de la educación de los hijos- se muestran preocupadas por la cada vez mayor dependencia que tienen sus vástagos de ordenadores, videoconsolas y teléfonos móviles, convertidos estos últimos en apéndices de los que no pueden separarse ni un segundo.

Al hilo de esta preocupación de esas madres inteligentes, recordé que había leído en alguna parte algo sobre la proliferación de colegios en Silicon Valley en los que está prohibida la tecnología. Buceando por Internet, precisamente, encontré un artículo del New York Times, entre otros muchos, que hablaba de este tema. Al parecer no es ninguna leyenda urbana, sino absolutamente cierto que los altos ejecutivos de empresas como Google, Amazon, Facebook o Microsoft envían a sus hijos, justamente, a colegios en los que están prohibidos los ordenadores, las tabletas, los móviles y ni siquiera tienen conexión a Internet.

¿Qué herramientas utilizan entonces estos centros? Muy sencillo: libros de papel, tijeras de recortar, barro para moldear, e incluso agujas de tricotar. ¿Por qué esos ejecutivos que se pasan el día programando, diseñando aplicaciones o haciendo más atractivas las redes sociales, para hacer dependientes a los niños y jóvenes de ellas, prefieren para sus propios hijos esta educación? Aunque sea una pregunta retórica y ustedes imaginen la respuesta implícita que esconde, les diré el motivo: ellos son conscientes de que las herramientas, y la informática es una, sólo se debe proporcionar a los niños y jóvenes cuando tengan suficiente madurez, experiencia y conocimientos previos para usarlas.

A nadie se le ocurriría poner en manos de un niño un martillo neumático, una sierra eléctrica o un soplete. Sin embargo, hay progenitores que permiten que su hijo de once años, o menos, disponga de un móvil con conexión a Internet donde puede ver películas porno, acceder a las redes sociales sin ningún control o caer en las garras de alguno de los pederastas que pululan en ellas y que con un sencillo programa informático pueden triangular la posición del niño y localizarlo.

La educación en nuestro país, y me lamenta mucho decirlo, ha entrado en un inexorable declive. Muchas son las causas y sería necesario un análisis muy riguroso y que no sería compatible con la extensión de un artículo como éste; pero simplificando yo diría que los cuatro pilares sobre los que se basa ese fiasco son la indefinición, por la proliferación de leyes en los últimos años, ninguna de las cuales ha tenido un objetivo bien definido; la existencia de tantos sistemas como comunidades autónomas y el arrinconamiento en algunas de ellas de uno de los principales activos de España, nuestro idioma común; el uso de las TIC como un fin en sí mismo, en lugar de como una herramienta; y despreciar lo que los ejecutivos de Silicon Valley quieren para sus hijos: el conocimiento, que es el verdadero fundamento del ascensor social que la educación debería ser.

Por cierto, esta semana, en contra de lo que es costumbre en esta serie de artículos, no les he hablado de ningún libro. El motivo es que el corolario de toda mi argumentación es que lean ustedes todo lo que puedan e inculquen ese hábito en sus hijos. No les regalen videoconsolas ni teléfonos hasta que no tengan al menos catorce años. Regálenles libros. Ahora se enfadarán, pero en el futuro se lo agradecerán.

 LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO

Publicado en Diario Información el 1 de agosto de 2021.

ESPERANDO A GODOT

Las bicicletas son para el verano

Quizás recuerden ustedes, aunque preferiría que no lo hicieran, mi fallida incursión en la narrativa de hace un par de semanas (víd. Esperando a Godot del día 10 de julio de 2021, “El universo de las dos lunas”). Ya saben, la historia de que aquel galán que rechaza la posibilidad de una noche de encendida pasión con una bella mujer por miedo a las leyes de la dictadura de género (tengan presente que, como advertí, se trataba de un relato sobre un futuro distópico).

Pues bien, ante el doble supuesto de que la época canicular en que nos hallamos es propicia para lecturas triviales, y de que tomo vacaciones hasta septiembre y tendrán un mes para perdonarme, voy a abundar en aquel relato del tórrido romance que acabó de forma abrupta, con las reflexiones del protagonista masculino de la trama montado en un taxi, camino de su casa.

Una vez en su domicilio, Javi, éste era su nombre, llamó a la misteriosa mujer, pergeñando una excusa que resultara plausible, con la esperanza de que ella, Inés, pudiera disculparle su espantada y aceptara un nuevo encuentro, en el que poder conocerse mejor (aún no descartaba la posibilidad de que fuera una agente del Ministerio del Pensamiento).

Javi era lo que popularmente se llama un piquito de oro, de modo que logró convencer a Inés de que un asunto inaplazable, y extremadamente grave, lo había reclamado aquella noche en el lapso transcurrido entre el momento en que ella le había entregado el papel con su número de habitación en el piano bar, y el instante siguiente en que él se levantó de forma apresurada y tomó aquel taxi.

Transcurridos unos días concertaron una nueva cita. Se emplazaron en la planta tercera del Mercado Provisional de Elche (ya nadie recordaba el porqué de su nombre) para tomar unos vinos y picar algo en alguno de los muchos locales que allí se habían instalado, tras la última remodelación acometida en el inmueble, allá por el año 2023.

El día convenido hacía calor. Era finales de julio y la mejor forma de acceder al lugar pactado era en bicicleta, pero al contrario de lo que afirma Fernando Fernán Gómez en el título de su obra de teatro, en Elche las bicicletas no son para el verano. Sea como fuere, los dos protagonistas de nuestra historia, a pesar de todas las trabas, incluidas las urbanísticas, llegaron puntualmente a su rendez-vous. Ambos estaban nerviosos y expectantes.

La conversación no fue tan abiertamente erótica como la que sostuvieron en el piano bar, de infausto recuerdo para Javi. Al contrario, transcurrió por unos derroteros de franco sinceramiento, en el que se hicieron todo tipo de confidencias que contribuyeron a que cualquier sombra de duda que alguno de los dos, pero especialmente él, pudieran albergar, se disipara por completo. Tanto es así que, finalizada la “picaeta” (no se ha comentado por obvio, pero ambos eran ilicitanos) decidieron continuar la tarde tomando una copa.

Inés sugirió algo en la costa. “El Hotel de Arenales es muy agradable en esta época”, señaló. Javi sonrió, pues era arquitecto de profesión y había seguido con mucho interés todo lo relacionado con aquel inmueble, desde que, en el verano de 2021, no se pudiera acometer su derribo, por no sé qué licencias municipales que no llegaban, y se terminara rehabilitando, según los planes iniciales. “Claro”, respondió Javi, imbuido por estos pensamientos, pero cautivado por la sonrisa y la frescura de Inés, y por la perspectiva que se le abría al sugerir ella continuar la tarde en un hotel. “Crucemos la pasarela y atravesemos la Plaça del Mercat, así, camino de la parada de taxis, te contaré la aberración urbanística y estética que supuso, cuando en el 2022, el Ayuntamiento decidió erigir en plena “Vila Murada”, una plaza tan desproporcionada”.

Se sentaron en la parte trasera de un taxi eléctrico de fabricación china y continuaron su amena conversación sobre varios temas, interrumpida puntualmente por furtivos besos y caricias, hasta que llegaron al fabuloso hotel, donde, sin necesidad de contrato ni permiso alguno, fueron directamente a recepción, pidieron una habitación con vistas al mar y una botella de “Veuve Clicquot” y subieron a alimentar la pasión que los consumía, ajenos al mundo, ajenos a todo.

Hasta aquí la parte narrativa, que espero que al menos les haya entretenido. Ahora toca, como es costumbre en esta sección, hablar de literatura. Pero, en esta ocasión, no les voy a comentar ningún título ni autor concreto, sino que, dado que es mi despedida hasta septiembre, les voy a hacer unas recomendaciones para leer este verano; recomendaciones que voy a dividir en dos apartados: el de las dirigidas al público general y otras específicas para algunos de nuestros políticos.

Las dirigidas a ustedes son la siguientes: 2066, de Ricardo Bolaño, Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, Todo esto te daré, de Dolores Redondo, Brooklyn Follies, de Paul Auster, o La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Sin olvidar, por supuesto que, si alguien no ha leído aún El Quijote, debe hacerlo inmediatamente. Nadie debería poder llamarse español si no lo ha hecho.

Las de los políticos, si me permiten, las voy a personalizar: para Pedro Sánchez, Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi. Para Carlos González, La pereza, de Gustavo Adolfo Bécquer. Para Esther Díez, la gran timonel, la ya mencionada Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez. Para Pablo Ruz, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Para Eva Crisol, bueno, para ella mejor una peli, ¿verdad?, le recomendaremos Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Para Aurora Rodil, Santiago y cierra España, de Javier Esparza. Para Eduardo García Ontiveros, El último Catón, de Matilde Asensi.

Yo me voy a poner, en cuanto pueda, con un libro que me ha recomendado un amigo y que pinta muy bien, Mi concepción del mundo, del Premio Nobel de Física Erwin Schrödinger.

¡Feliz verano a todos, a todas y a todes!

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...