PADRE PADRONE

Publicado en Diario Información el 11 de diciembre de 2021

ESPERANDO A GODOT

Padre padrone

El nombre que hoy da título a esta sección está tomado, como sin duda habrán reconocido los cinéfilos, de la obra maestra homónima de la filmografía de Paolo y Vittorio Taviani, realizada en 1977. La película, con la estética inconfundible de los hermanos Taviani y con su característica poética realista, está basada en la novela del mismo nombre, publicada en 1975, escrita por el sardo Gavino Ledda. La obra narra una historia que habla de las raíces, de las relaciones paternofiliales, del duro trabajo y de una infancia rota.

La novela es un relato autobiográfico que nos cuenta como Gavino es obligado por su padre, Efisio, a dejar la escuela a los seis años para que le ayude en las tareas del cuidado de su ganado. De ese modo, Gavino crece entre ovejas y riscos, teniendo como único horizonte su pequeño rincón del mundo. No obstante, a pesar de su falta de instrucción y de la férrea disciplina que le impone su padre, el muchacho se siente insatisfecho, frustrado y disconforme con su vida.

Por eso, cuando crece, Gavino intenta dejar esa tierra baldía para marcharse a trabajar a Alemania, pero su padre se lo impide; no es hasta que tiene que ir a la península italiana para hacer el servicio militar, que el joven consigue salir de su tierra. En el ejército aprende a leer y a escribir, para más tarde continuar estudiando, dejando atrás su vida anterior, a pesar de la sombra de su padre, que siempre se cernirá sobre él.

Padre padrone es, en definitiva, una suerte de metáfora de los nuevos tiempos. Gavino huye de su padre buscando nuevos objetivos, otros paradigmas y, sobre todo, nuevas reglas con las que buscar horizontes más amplios, aunque siempre con la nostalgia y el deseo inconfesable, y nunca manifestado, de poder ser comprendido y amado por su padre.

La adaptación cinematográfica de los hermanos Taviani obtuvo la Palma de Oro del Festival de Cannes y figura en la lista de las cien películas italianas imprescindibles. Su estreno fue un verdadero evento, acogida con todos los honores y aclamada por maestros del cine mundial como Martin Scorsese y Werner Herzog. Donde no fue tan bien recibida fue entre algunos sardos, incluido el entonces ministro del Interior, Francesco Cossiga, que se mostraron indignados frente a la realidad tan descarnada que la película retrataba de la sociedad de la isla en el siglo XX.

Ese rechazo de parte de la sociedad sarda a verse reflejada ante el espejo que la película le ponía delante es muy característico, no sólo de los habitantes de esa isla italiana, sino de cualquier pueblo orgulloso que haya tenido un pasado reciente de subdesarrollo y oprobio y quiera dejar atrás esos recuerdos. En España, en general, y en Elche en particular, también ocurre. Lo comentaba la semana pasada, cuando aludía a que hay temas sobre los que aquí no está permitido siquiera discutir y mucho menos disentir de la opinión mayoritaria o políticamente correcta.

Esta introducción literaria y cinematográfica que les he hecho me sirve como pretexto para abordar el asunto que les quería plantear. Italia es un país que presenta muchas similitudes con España. Dos países que han atravesado épocas gloriosas y otras oscuras, con episodios de hambre e incultura, como los que se plasman en la novela de Ledda, pero que ahora son naciones que comparten un alto grado de desarrollo. La diferencia, quizás, es que en Italia hay un mayor desequilibrio entre las diferentes regiones: las de un norte altamente industrializado, y un sur más rural y volcado en el sector servicios, con el turismo como fuente principal de ingresos en muchas zonas (realidad que comparte con la provincia de Alicante).

Precisamente, aprovechando el último puente, y las magníficas tarifas de una conocida compañía aérea de bajo coste, he tenido la oportunidad de visitar la región de Apulia y su capital, Bari. Allí he constatado que hay cosas de las que podemos, y debemos, aprender del sur de Italia. De hecho, dos de ellas, me llamaron la atención porque las había comentado en varias ocasiones en esta serie de artículos, como necesarias para Elche.

Bari es una ciudad de unos 320.000 habitantes, dentro de una región metropolitana conformada por 41 municipios, con una población total en torno al millón y cuarto. En esa zona las carreteras son mucho peores que las nuestras, pero tienen dos cosas de las que nosotros carecemos. La primera es una buena red de transporte ferroviario de cercanías, incluida una parada en el aeropuerto que en el nuestro, y esto es algo que nadie entiende, no existe.

La segunda es una idea que Elche debería considerar. En Bari han creado tres grandes zonas de aparcamiento público en superficie fuera del casco histórico. Esos aparcamientos, gestionados por el ayuntamiento, cuestan un euro al día, precio que incluye un servicio de autobús hasta y desde el centro para el conductor. Si el vehículo está ocupado por más pasajeros, éstos pueden usar ese transporte público de ida y vuelta por treinta céntimos adicionales cada uno. En Elche se ha avanzado en la peatonalización de algunas zonas, hecho plausible, pero no ha venido acompañada de otras medidas, como ésta de la ciudad del Mezzogiorno, que inviten a los habitantes de las pedanías y de las localidades limítrofes visitar el centro de la ciudad.

En definitiva, la peatonalización, el fomento de la bicicleta y la penalización del uso del vehículo particular no supondrán un avance mientras no formen parte de una política de movilidad global, alejada de estereotipos ideológicos, y basada en una idea de ciudad de conjunto y con una estrategia a largo plazo.

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