ELOGIO DE LA FÁBULA

Publicado en Diario Información el día 23 de octubre de 2021


ESPERANDO A GODOT

Elogio de la fábula

El pasado martes, 19 de octubre, se cumplió el trigésimo segundo aniversario de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Camilo José Cela. Si pudieran ustedes escucharme mientras escribo, habrían oído como no he podido dejar de pronunciar en alto las palabras “trigésimo segundo”, regodeándome en cada sílaba, al tiempo que pienso en la pena que supone el empobrecimiento del idioma español perpetrado, especialmente, por los políticos y los medios de comunicación para los que, entre otras cosas, los números ordinales han dejado existir.

El discurso que pronunció Cela el día que recibió el galardón se titulaba como este artículo y comenzaba así: “Mi viejo amigo y maestro Pio Baroja, que se quedó sin el Premio Nobel porque la candelita del acierto no siempre alumbra la cabeza del justo, tenía un reloj de pared en cuya esfera lucían unas palabras aleccionadoras, un lema estremecedor que señalaba el paso de la horas: Todas hieren, la última mata. Pues bien: han sonado ya muchas campanadas en mi alma y en mi corazón, las dos manillas de ese reloj que ignora la marcha atrás, y hoy, con un pie en la mucha vida que ya he dejado atrás y el otro en la esperanza, comparezco ante ustedes para hablar con palabras de la palabra y discurrir, con buena voluntad y ya veremos si también con suerte, de la libertad y la literatura…”.

Un exquisito comienzo de una alocución que les recomiendo que busquen y lean entera, del mismo modo que les recomiendo, si no las han leído todavía, obras de Cela que son ya clásicos de la literatura mundial, como La familia de Pascual Duarte (1942), La colmena (1951), o Mazurca para dos muertos (1983), entre otras muchas. Pero, de ese primer párrafo del discurso de aceptación hay una circunstancia muy relevante, tal es el recuerdo y la reivindicación que hace Don Camilo de su maestro Pio Baroja, lamentando que no fuera agraciado con la misma distinción que él acaba de recibir.

Méritos no le faltaban, desde luego, a Pio Baroja para haber cumplido el deseo de su pupilo. Sin embargo, la Academia Sueca siempre se ha mostrado un tanto cicatera a la hora de conceder el premio a escritores de habla española en general, y de nacionalidad española en particular. De hecho, son once los autores de habla hispana que han recibido el Premio Nobel de Literatura. De ellos, cinco son españoles (José Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977), Camilo José Cela (1989)) y seis hispanoamericanos (los chilenos Gabriela Mistral (1945) y Pablo Neruda (1971), el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967), el colombiano Gabriel García Márquez (1982), el mexicano Octavio Paz (1990) y el peruano Mario Vargas Llosa (2010)). Como contrapunto, les puedo decir que los galardonados de lengua inglesa han sido veintinueve, y que los de lengua francesa y alemana empatan a quince.

Pero, volviendo al discurso de Camilo José Cela, me gustaría transcribirles otro fragmento que me gusta especialmente: “No es difícil escribir en español, ese regalo de los dioses del que los españoles no tenemos sino muy vaga noticia, y me reconforta la idea de que se haya querido premiar a una lengua gloriosa y no a un humilde oficiante de ella y servidor de lo que con ella puede expresarse: para gozo y lección de todos los hombres, que la literatura es un arte de todos y para todos, aunque se escriba sin obedecer a nadie y sin escuchar más que el sordo y anónimo rumor de nuestro rincón y nuestro tiempo…”.

Me encanta la concepción de Cela de nuestro idioma como “un regalo de los dioses”; realmente lo es. El problema, en mi humilde opinión, es que cuando nos regalan algo tendemos a valorarlo menos que si debemos ganarlo con nuestro esfuerzo. Lo que no puedo compartir con él es la afirmación de que no es difícil escribir en español. Seguramente no lo sería para Cela, pero les puedo asegurar que, para mí, escribir unas modestas líneas como las que les dedico todos los sábados me supone un esfuerzo ímprobo y una buenas dosis de pasar páginas del diccionario, metafóricamente hablando, pues ahora lo hago en la magnífica aplicación del diccionario de la Real Academia.

La cuestión es que un idioma como el nuestro, además de ser un regalo de los dioses, debería ser uno de nuestros principales activos culturales y económicos. Los ingleses lo tienen muy claro y lo explotan hasta la saciedad, mientras que nosotros no somos conscientes de hechos tan simples y constatables como que los hablantes de español que hay en el mundo tienen un poder de compra conjunto de alrededor del 9 % del PIB mundial, o que si la comunidad hispana de los Estados Unidos fuera un país independiente, su economía sería la octava más grande del mundo, por delante de la española; o que en los países donde el español es el idioma oficial se genera casi el 7 % del PIB mundial, o que el español es el segundo idioma más relevante en el sector del turismo idiomático.

Sin embargo, en España estamos empeñados en dilapidar este legado, bien por desidia, utilizando de una forma paupérrima el idioma, bien por estulticia, con extrañas ingenierías sociales que tratan de “normalizar” lo que nunca lo ha sido o, directamente, imponen lenguas inventadas como sucedió con el euskera y quieren hacer ahora con la llingua asturiana.

En definitiva, y utilizando palabras también del propio Cela, “No usemos la lengua para la guerra, y menos para la guerra de las lenguas, sino para la paz, y sobre todo para la paz entre las lenguas. De la defensa de la lengua, de todas las lenguas, sale su fortaleza, y en su cultivo literario y siempre progresivo se fundamenta su auge y su elástica y elegante vigencia.

 EL JUEGO DEL CALAMAR

Publicado en Diario Información el 16 de octubre de 2021

ESPERANDO A GODOT

El juego del calamar

En 1953, Corea padeció una guerra que duró tres años y finalizó con la división del país entre la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) y la República de Corea (Corea del Sur). La contienda se cobró un saldo aproximado de dos millones de vidas humanas y arrasó por completo un país que acababa de salir de otro conflicto, la II Guerra Mundial, durante el que padeció la ocupación de las fuerzas del Imperio Japonés.

Los dos países resultantes ya eran pobres antes de la guerra y ninguno de los dos presentaba unas perspectivas muy halagüeñas para el futuro. Sin embargo, en los primeros ocho años de paz, Corea del Norte experimentó una asombrosa recuperación, bajo la tutela de un gobierno muy bien organizado, que parecía estar sentando las bases de una economía moderna e industrializada (aunque ha terminado como todos ustedes saben). Por el contrario, durante esos años Corea del Sur se caracterizó por constantes episodios de corrupción política e inestabilidad que nada hacían presagiar que en 1961 el país estaba a las puertas de una de las más asombrosas transformaciones económicas de la historia.

Ese año, un golpe de estado, encabezado por el general Park, formó un gobierno que heredó una nación pobre y que dependía por entero de la ayuda de los Estados Unidos para sobrevivir; ayuda prestada, por otra parte, sólo para poder tener un contrapeso en la región frente a la creciente influencia de China, a través de Corea del Norte. En consecuencia, el principal objetivo del régimen militar instaurado fue liberar al país de su secular pobreza. Su principal virtud fue darse cuenta de que uno de los pilares fundamentales que debían sustentar la consecución de ese logro era la educación.

Pero no sólo el gobierno era consciente de ese hecho, sino que era una concepción asumida por todo el pueblo coreano. De hecho, tras la liberación del país del yugo nipón en 1945, se produjo una explosión del número de escuelas y de matriculaciones de niños que no se interrumpió ni siquiera durante la Guerra de Corea. Es cierto que muchos colegios fueron destruidos, pero las clases se impartían en cualquier lugar: desde fábricas abandonadas hasta tiendas de campaña. Entre 1945 y 1960 las matrículas en primaria se multiplicaron por tres, las de secundaria por ocho y las universitarias por diez. En 1960 Corea del Sur estaba próxima a alcanzar la universalidad para la educación primaria de niños de ambos sexos, y el porcentaje de abandonos era el más bajo de entre todos los países que podían ofrecer estadísticas fiables en aquella época.

En la actualidad, Corea del Sur goza de un sistema democrático avanzado y su economía se encuentra entre las más boyantes de todo el mundo. Su producto interior bruto se sitúa en el puesto número 11 de las principales economías y está entre los 10 países que más productos exportan. Yo estoy convencido de que la educación de su población, cuyas bases se asentaron en los años sesenta, es uno de los factores de ese éxito, reforzado por factores económicos como la facilidad para crear empresas (según los rankings internacionales es el cuarto país donde más sencillo es hacerlo, mientras España es el trigésimo). Además, el país asiático ha prestado una especial atención al desarrollo tecnológico y a la innovación, invirtiendo un porcentaje muy elevado de su PIB, mayor que el de países como Japón o Estados Unidos, en investigación y desarrollo.

Imagino que, a estas alturas del relato, aquéllos de ustedes que tienen la amabilidad y la paciencia de seguir esta sección semanal, sabrán de mi gusto por los relatos teleológicos y, por lo tanto, se estarán preguntado a dónde quiero llegar. La respuesta es sencilla. Esta semana he pasado varias horas preparando una charla que tengo que dar el lunes para directores y futuros directores de centros educativos y, mientras buscaba material para ilustrar de una manera más o menos amena los ásperos temas de índole legislativa que debo exponer, encontré una polémica surgida en torno a uno de los productos que Corea del Sur comienza a exportar con cierto éxito a occidente: su producción audiovisual.

En concreto, me refiero a una serie que emite la plataforma Netflix y cuyo título en español es “El juego del calamar”. Se trata de un thriller extremadamente violento que se ha convertido en todo un éxito de audiencia. En síntesis, nos narra la historia de 456 personas en una situación económica y existencial desesperada que aceptan tomar parte en una serie de juegos infantiles en los que apuestan sus propias vidas para ganar el premio de 45,6 mil millones de wons coreanos (33,5 millones de euros). El género no tiene nada de novedoso, pero su impactante puesta es escena, la verosimilitud de sus protagonistas y la inquietante disección que realiza de la naturaleza humana han atraído a la audiencia de todos los países del mundo.

El hecho de que esta serie se cruzara en la preparación de mi charla sobre cuestiones de legislación educativa tiene que ver con la polémica surgida en varios países, el nuestro incluido, cuando en muchas escuelas han observado que niños de corta edad emulan los comportamientos observados en la pantalla, ejerciendo la violencia física sobre los compañeros que pierden en sus habituales juegos infantiles. La serie está calificada para mayores de 18 años y se advierte de que contiene imágenes de violencia explícita.

¿Cómo es posible entonces que niños de siete, ocho o nueve años la estén viendo? En algunos casos porque los padres no ejercen el suficiente control sobre los dispositivos electrónicos de sus hijos y los contenidos a los que tienen acceso. En otros porque, simple y llanamente, les permiten ver series no aptas para ellos e, incluso, lo hacen “en familia”. Una sociedad que pixela unos pezones, que exige un carné para tener un perro y que desdobla ridículamente el lenguaje para hacerlo “inclusivo” pero que permite esto con su infancia, se va, y perdonen ustedes una expresión que no es propia de mis artículos, irremisiblemente a la mierda.

 BOUTEFLIKA SÁNCHEZ

Publicado en Diario Información el 9 de octubre de 2021

ESPERANDO A GODOT

Bouteflika Sánchez

El pasado 17 de septiembre falleció, a la edad de ochenta y cuatro años, Abdelaziz Bouteflika, el hombre que rigió el destino de Argelia durante dos décadas. Bouteflika participó de forma activa en la lucha de su pueblo contra el dominio colonial francés en los años cincuenta del siglo pasado y, tras la independencia, se alzó con la cartera del ministerio de asuntos exteriores cuando sólo tenía veintiséis años.

Bouteflika nació en Uchda, en el actual Marruecos, un protectorado francés en aquella época, y allí creció y fue al colegio, aunque este detalle no se mencione en sus biografías oficiales. A los veinte años se alistó en el Ejército de Liberación Nacional, para apoyar la insurgencia contra los franceses, y se convirtió en un estrecho colaborador del líder revolucionario Hourari Boumediene.

Cuando Argelia alcanzó la independencia en 1962, Bouteflika fue nombrado ministro de juventud y deportes y, como hemos dicho, ministro de asuntos exteriores en 1963, período en el que encabezó las delegaciones de su país en las negociaciones con la antigua metrópoli. Permaneció en ese cargo hasta la muerte de Boumediene, en diciembre de 1978, época en la que su nombre sonaba como posible sucesor del difunto líder.

Sin embargo, un escándalo de corrupción en el que estaba implicado le obligó a exiliarse hasta 1987, año en el que regresó y se reincorporó al Comité Central del Frente de Liberación Nacional, el brazo político del antiguo movimiento independentista, y se mantuvo en un segundo, aunque influyente plano, durante los duros años 90, que se caracterizaron por una cruenta guerra civil entre los insurgentes islamistas y el ejército.

Bouteflika volvió a la primera línea política cuando se presentó a las elecciones presidenciales de 1999, a las que concurrió en solitario por la retirada de los otros seis candidatos, como protesta por lo que consideraban unas condiciones carentes de cualquier imparcialidad. Después ganó otras tres elecciones consecutivas, la última en abril de 2014, tras una reforma constitucional que eliminaba el límite de mandatos para que éste pudiera ser presidente de forma indefinida; no abandonó el poder hasta 2019, obligado por las revueltas populares.

Disculpen esta introducción en forma de extensa nota biográfica de este personaje, pero era necesario que se familiarizaran con su figura para narrarles una historia sobre él. Corría el año 2005 y Abdelaziz Bouteflika presentaba ante las más altas instituciones argelinas el plan quinquenal 2005-2009, dotado con 4200 millardos de dinares, equivalentes a unos 50 mil millones de euros. A lo largo de su alocución, el presidente introdujo una medida destinada a fomentar la creación de empresas y a mitigar el paro juvenil. Consistía en una ayuda directa de cinco mil dólares para los jóvenes menores de 30 años (el 73% de la población de Argelia, que entonces tenía unos 32 millones de habitantes) que quisieran abrir una empresa o un negocio.

Para reclamar la ayuda, los jóvenes sólo tenían que presentar una factura de compra de las herramientas o utensilios que habían adquirido y explicar el porqué, sin ninguna otra fiscalización. De este modo, la población del tramo de edad preestablecido compró motos, indicando que se iban a dedicar al reparto a domicilio, electrodomésticos para sus viviendas, arguyendo las justificaciones más peregrinas, teléfonos móviles o cualquier otra cosa que les apeteciera. Huelga decir que ninguno de ellos abrió negocio alguno, ni contribuyó a la creación de puestos de trabajo, ni aportó riqueza alguna a la nación. Más bien al contrario. ¿Qué pretendía Bouteflika con esta medida “social”? Es evidente, postergar un estallido social (como el que eventualmente acabaría desplazándolo del poder) comprando la voluntad de un considerable número de argelinos utilizando para ello el erario.

En noviembre de 2007, dos años después de la aprobación del plan quinquenal de Bouteflika, el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, aprobó una ayuda de 2500 euros para todas las familias que hubieran tenido o adoptado un hijo desde el uno de julio de ese año. Esta prestación era universal, por lo que no se exigía un umbral mínimo de renta ni ninguna otra condición socioeconómica para cobrarla. El objetivo de Zapatero era idéntico al de Bouteflika: mantenerse en el poder a cualquier precio, con el dinero de los demás, por supuesto.

Ahora, el ínclito Pedro Sánchez se ha lanzado también a firmar cheques con el dinero de los demás. Esta semana ha anunciado el “bono vivienda” de 250 €, un despropósito que merece un artículo entero, y el “bono cultural” de 400 € que recibirán los jóvenes al cumplir los 18 años, casualmente la edad en la que los españoles tenemos derecho al voto. El objetivo de la medida es tan burdo que causa sonrojo explicitarlo. En primer lugar, una descarada compra de votos; en segundo, un intento por acallar el clamor social que el precio de la electricidad, de los combustibles y de muchos productos de primera necesidad está provocando.

Lo lamentable es que estas obscenas medidas de compra de voluntades se generalizan. Los gobiernos autonómicos, de todo signo, también son muy dados a ellas y nuestro ayuntamiento no es una excepción. No en vano la concejal de Hacienda, Patricia Maciá, siempre afirma con su particular gracejo que le encanta pagar impuestos y que es mejor mantener los tipos impositivos que reducir las ayudas sociales. Yo disiento diametralmente, pues reducir impuestos impulsaría la economía y la creación de empleo y, en consecuencia, esas ayudas ya no serían necesarias; claro que entonces la gente igual ya no votaba a los que les otorgan ese óbolo.

Ya lo decía Margaret Thatcher: “El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero de los demás.”

 EL GOLPE

Publicado en Diario Información el 2 de octubre de 2021

ESPERANDO A GODOT

El golpe

Estoy seguro de que todos ustedes han visto, o les sonará al menos, una película americana (como casi todas las películas buenas, pues no necesitan subvenciones estatales) que se tituló en español “El golpe” y cuyo título original en inglés era “The Sting”. Estaba protagonizada por un dúo inigualable, Paul Newman y Robert Redford, y fue una de las películas más famosas de los años setenta, tras su estreno en 1973; de hecho, se hizo acreedora de siete galardones de los “Premios Óscar”, incluyendo el de mejor película.

La trama comienza en la ciudad de Joliet, en el estado de Illinois (el mismo en el que se encuentra Chicago), en septiembre de 1936. Dos estafadores, Johnny Hooker (Robert Redford) y su socio Luther, timan a un mensajero y se hacen con once mil dólares, sin saber que ese dinero pertenecía a un conocido mafioso. Luther es asesinado por la mafia y Hooker, junto con su nuevo socio, Henry Gondorff (Paul Newman) trazan un elaboradísimo plan para vengarse de Lonnegan, el mafioso que ha matado a su amigo.

Diseñan una estrategia que consiste en crear una casa de apuestas fraudulenta para que Lonnegan haga una enorme apuesta y así robarle todo su dinero. Al parecer, no soy un entendido en el tema, aunque en una ocasión estuve en un hipódromo en Inglaterra y me pareció apasionante, en las carreras uno puede apostar a caballo ganador o a quién quedará segundo. En la película que les he contado, el desenlace es que los estafadores convencen al mafioso para que apueste por un caballo, para después decirle que ha sido un error y que debería haber apostado a que ese caballo quedaría segundo. En definitiva, una película clásica muy entretenida que les recomiendo fervorosamente.

En cualquier caso, a lo que quería llegar, aparte de a la recomendación cinematográfica que, por otra parte, reitero, es al ambiente que se vive en la película. Como les he dicho se desarrolla en los años 30 del siglo pasado. Una época muy turbulenta en lo social y en lo económico, como consecuencia del crac bursátil de 1929. Fue una época convulsa que llevó a millones de personas en los EE. UU. y también en Europa a pasar auténticas dificultades que, eventualmente, en el caso de este lado del Atlántico, tendrían como consecuencia el surgimiento de los regímenes totalitarios nazis y fascistas, sin olvidar su contrapunto comunista, y el estallido de la II Guerra Mundial.

Después de la contienda y del desmembramiento del Imperio Soviético tras la caída del Muro de Berlín, Occidente en general y Europa en particular, parecían remansos de paz y bienestar, con un crecimiento económico continuo y un avance parejo en las cotas de libertad y bienestar de los ciudadanos. Pero, por desgracia, esa suerte de arcadia feliz se ha truncado en las últimas décadas del siglo pasado y en los años que llevamos de éste. El llamado “Lunes Negro” que asoló las bolsas en 1987, la crisis de octubre de 2008, desencadenada por la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers, y la última crisis humana y económica a causa de la pandemia por coronavirus, han hecho que el centro de gravedad de la política y la economía mundial vire completamente hacia el Sudeste Asiático y el Pacífico.

Vivimos de nuevo tiempos de incertidumbre y de zozobra, y en esos contextos solemos aferrarnos a soluciones fáciles. En lo político, el paradigma que les he descrito constituye un campo abonado para el triunfo de las ideologías que preconizan ideas muy sencillas, explicadas por personas de un bajo calado intelectual y de una calaña moral incluso peor. Les podría poner varios ejemplos, pero seguro que ustedes ya estarán pensando en muchos.

En lo económico también tendemos a reconocer como plausibles soluciones que se han demostrado ineficaces, incluso contraproducentes en numerosas ocasiones. Nuestros actuales gobernantes, por ejemplo, si tuvieran a su disposición la “máquina de imprimir billetes” la utilizarían con fruición. No quiero ni imaginar una España fuera del paraguas que supone el euro, con un gobierno como el actual que se dedicaría sin ningún tipo de duda a aplicar una política monetaria expansiva que nos llevaría a la misma situación en la que se encuentra Argentina, un país rico en recursos, pero empobrecido por la hiperinflación y la mala gestión de esos recursos.

Ahora bien, lo que es aplicable a los gobiernos, a la macroeconomía, también lo debemos aplicar a nuestros hogares, a la microeconomía. En los tiempos de crisis, como les decía, queremos buscar soluciones sencillas. Huyan de ellas y recuerden, aunque suene muy viejuno, que nadie da duros a cuatro pesetas. Empiezan a proliferar todo tipos de estafas, no tan imaginativas como las de la película de Newman y Redford, pero en las que muchas personas caen. Incluso métodos como la estafa piramidal. Tengan mucho cuidado con ello, pues ya he oído de casos en los que alguien ha invertido una cantidad y al principio ha ganado mucho dinero, todo timo tiene un cebo, para después perderlo todo, sin posibilidad de reclamar nada además, dada la opacidad de estas inversiones.

 POMPEYA

Publicado en Diario Información el 25 de septiembre de 2021

ESPERANDO A GODOT

Pompeya

Les ruego que no lo tomen como una frivolidad por mi parte, pero debo confesarles que una de las consecuencias más lacerantes para mí de las limitaciones que la pandemia ha impuesto en nuestras vidas ha sido las cortapisas a la hora de poder viajar al extranjero, pues tengo debilidad por Italia, país al que siempre iba una o dos ves al año y que ahora no he visitado desde noviembre de 2019. De hecho, justo el día que se celebraron las elecciones generales en nuestro país yo estaba en Milán. Fue un lenificativo, dicho sea de paso, recibir el escrutinio de esas elecciones en la distancia, aunque lo hayamos tenido que sufrir todos los días desde entonces. Cosas de la democracia, a unos les gustan más los resultados de las votaciones y a otros nos gustan menos.

Sea como fuere, los trágicos acontecimientos que se vienen sucediendo en la isla de La Palma, como consecuencia de la erupción de un volcán, unido al hecho de la nueva modalidad turística que pretende poner de moda la ministra del ramo, o de la rama, para ser inclusivos, Reyes Maroto, el “turismo de catástrofes”, me ha traído a la memoria un destino en Italia que tengo pendiente: Pompeya.

Como sabrán ustedes, en el año 79 de nuestra era, Pompeya fue sepultada por una capa de piedras y cenizas, transportadas por las nubes piroclásticas que originó la erupción del Vesubio, que ha permitido que gran parte de la ciudad, situada cerca de la actual Nápoles, se haya conservado de una forma extraordinaria hasta nuestros días. De hecho, la existencia de este enclave, documentado por el escritor romano Plinio el Joven, no se constató hasta que comenzaron las primeras excavaciones arqueológicas, que finalizaron con su hallazgo en 1763, a cargo por cierto del español Roque Joaquín de Alcubierre.

Ese descubrimiento, en una época además en la que el movimiento cultural y literario del romanticismo, que eclosionaría en el siglo XIX, comenzaba a abrirse paso, dio pie a que se publicaran varias novelas sobre los luctuosos hechos que acabaron con la vida de unas cinco mil personas, según las estimaciones que han hecho arqueólogos e historiadores. Una de ellas, quizás la más conocida, es “Los últimos días de Pompeya”, escrita en 1834 por el barón Edward Bulwer-Lytton. El escritor se inspiró en un cuadro del pintor ruso Karl Briullov, que vio en una exposición en Milán. La novela tuvo un relativo éxito en su época, pero no está demasiado bien considerada por la crítica contemporánea.

Si son ustedes más de cine, o de sofá y tele, también podrán encontrar películas sobre el asunto. La más famosa de ellas, de 1959 y cuya dirección se atribuye a Sergio Leone, dado que su director titular, Mario Bonnard, cayó enfermo al poco de comenzar el rodaje, está basada precisamente en esta novela, aunque les anticipo, si no la han visto ya, que es bastante mala y, como es obvio, con un final demasiado predecible. No se la recomiendo, en definitiva. Lo que sí les recomendaría es un viaje a Pompeya o la lectura de artículos y estudios sobre esa ciudad, así como algunos documentales que existen, que narran esos acontecimientos con gran rigor científico, y que resultan sumamente interesantes y amenos.

Del caso de Pompeya, aparte del valor histórico que tiene haber descubierto una ciudad romana casi intacta, lo que me llama poderosamente la atención es el hecho de que se tardara casi mil setecientos años en dar con ella, lo cual lleva implícito el hecho de que a los supervivientes de aquella calamidad no se les pasó por la cabeza volver a construirla en el mismo emplazamiento que tenía. En el desgraciado caso de la isla de La Palma, una vez finalice la erupción, habrá que comenzar un arduo proceso de reconstrucción, en el que se deberá valorar, entre otras cosas, el emplazamiento de las viviendas que hayan de erigirse para sustituir a las que todos hemos visto en las espantosas imágenes de televisión siendo engullidas por la lava.

Imagino que, en el caso de los volcanes, aunque en la isla de La Palma ya sucedió algo similar hace cincuenta años, es muy difícil predecir el comportamiento que van a tener y la dirección, magnitud y alcance de los ríos de lava que se pueden producir en la eventualidad de una erupción. Sin embargo, en la zona en la que vivimos, donde las catástrofes naturales suelen venir de la mano de las precipitaciones torrenciales, sí es mucho más fácil hacer una previsión de los torrentes por los que discurrirá el agua.

Sin embargo, se sigue consintiendo edificar en zonas inundables y cada poco tiempo se repiten los mismos episodios cada vez que sufrimos un episodio de gota fría, o DANA como le llaman ahora. La última fue hace dos años y los políticos aterrizaron, nunca mejor dicho, en el caso de Pedro Sánchez al menos, en nuestras tierras para hacerse la foto. Lo mismo que ahora en La Palma. Mucho me temo, espero equivocarme, que cuando esa isla ya no esté en el centro del foco mediático, les pase lo mismo que a nosotros cuando sufrimos inundaciones. Pregunten en la Vega Baja por las promesas recibidas hace dos años.

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...