EL GIRAJAQUETES

Publicado en Diario Información el 18 de septiembre de 2021


ESPERANDO A GODOT

El Girajaquetes

El pasado sábado se conmemoró en Cataluña la “Diada”. Ese día, 11 de septiembre, fue elegido para celebrar el “día nacional de Cataluña” para hacerlo coincidir con la misma fecha en que, en 1714, las tropas borbónicas tomaron la ciudad condal en el marco de la Guerra de Sucesión Española. En esa contienda, al contrario de lo que los nacionalistas nos quieren hacer creer, no lucharon unos territorios contra otros, ni España contra Cataluña (de hecho ciudades como Madrid, Alcalá o Toledo luchaban en el mismo bando que Barcelona), sino que lo que se dirimía era un conflicto de mayor calado entre la dinastía Borbón y la de Habsburgo, siendo los partidarios de estos últimos defensores de un modelo de gobierno que, trasladado a los parámetros actuales, podríamos calificar como más retrógrado, pues defendían el mantenimiento de una serie de privilegios para los más poderosos. Exactamente igual que ahora, cuando los nacionalistas lo único que persiguen es el mantenimiento de un statu quo que les sitúe no sólo por encima del resto de los españoles, sino perpetrando un auténtico genocidio civil contra los que no piensan como ellos o no hablan su misma lengua en la propia Cataluña.

Abundando en el tema de la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) para que se hagan una idea de la estrechez mental de aquéllos que se creen el ombligo del mundo, cabe reseñar que ese conflicto no se circunscribió a Cataluña, ni siquiera tuvo sus episodios más trascendentes allí. De hecho, ha sido descrito por muchos autores como la “primera guerra mundial contemporánea”, dado que el teatro de operaciones de sus principales campañas tuvo lugar en España, Italia y Alemania, así como en numerosas batallas navales.

Su desencadenante fue la muerte sin descendencia en 1700 de Carlos II, último monarca de la dinastía de los Habsburgo en España. En su testamento legaba la corona a Felipe, Duque de Anjou y nieto de Luis XIV de Francia. Pero el anuncio de Luis tras proclamar a Felipe como Rey de España, en el sentido de que Francia y España se unificarían bajo una misma corona, provocó la inmediata reacción de Inglaterra, Holanda, Prusia y Austria, que tomaron esa posibilidad como una seria amenaza a los equilibrios de poder existentes en Europa.

Esas potencias formaron lo que se denominó la “Gran Alianza”, con el objetivo de situar en el trono de España al Archiduque Carlos de Austria, un Habsburgo, en lugar de al Borbón Felipe. En las primeras fases de la guerra, las tropas de la Alianza, comandadas por el Duque de Marlborough y el Príncipe Eugenio de Saboya, infligieron grandes derrotas a los franceses en las batallas de Blenheim (1704), Ramillies (1706), Oudenarde (1708) y Malplaquet (1709). Pero el costo económico y en vidas humanas fue tan alto que muchas instancias en Inglaterra empezaron a presionar para forzar una salida negociada de la contienda.

En 1711 se produjo el fallecimiento de José I de Austria, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, a quien sucedió, precisamente, el Archiduque Carlos. Este hecho llevó a los miembros de la Alianza a plantearse que el equilibrio de poder en Europa estaría aún más en entredicho si Carlos gobernaba Austria y España, de lo que lo estaría si Felipe se convertía en Rey de España, lo que permitió a Luis XIV conseguir unas condiciones favorables al negociar los términos de la paz que se plasmarían en el Tratado de Utrecht de 1713.

Felipe se convirtió en Rey de España con la condición de que España y Francia no se unificaran. Gran Bretaña obtuvo Gibraltar, Terranova y Nueva Escocia, así como otros territorios en Norteamérica, además del monopolio del comercio de la venta de esclavos en Latinoamérica. A pesar de sus reticencias iniciales, Carlos se vio obligado a reconocer el nuevo orden europeo, con la ratificación de la Paz de Rastatt (1714).

Precisamente en el contexto histórico que les he descrito se desarrolla la vida de Juan Francisco Vaíllo de Llanos y Ferrer, Conde de Torrellano. Debo reconocer que no conocía esta historia, por lo que a las felicitaciones expresas que merecen los vecinos y asociaciones de Torrellano que la semana pasada organizaron una obra de teatro sobre él, añado un agradecimiento personal por habernos dado a muchos la oportunidad de acercarnos por primera vez a esta figura que, según nos relatan, obtuvo su título por su apoyo a los Austrias en la Guerra de Sucesión, pero lo pudo mantener con los Borbones, lo cual le granjeó su apodo de “Girajaquetes”, es decir, de chaquetero, como se diría en castellano.

Cabe destacar también la simpática participación del alcalde de Elche, interpretando precisamente el papel de alcalde en la obra de teatro. Es de justicia reconocer a nuestros cargos, muchas veces criticados como consecuencia de la gestión fruto de su responsabilidad, estos detalles. Aunque algunos maledicentes afirman que ha sido precisamente en esta obra de teatro, interpretando el papel de alcalde, la primera y más fructífera vez que han visto a Carlos González actuar como tal desde su toma de posesión en junio de 2015. Ya saben, hay muchas lenguas viperinas en nuestra ciudad.

 MOROS Y CRISTIANOS

Publicado en Diario Información el 11 de septiembre de 2021.

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Moros y cristianos

El pasado 5 de septiembre, este mismo diario publicaba un excelso artículo, tanto en la forma como en el fondo, firmado por Juan Ramón Gil y titulado “El aviazo”. En ese artículo Gil exponía la forma en la que Valencia, el “Cap i casal”, reclama para sí en Madrid la financiación que no está dispuesta a conceder a la provincia de Alicante, y argumentaba su tesis con un ejemplo paradigmático: el de la Agencia Valenciana de Innovación y su escandaloso reparto de subvenciones (entre un 80 y un 89% se quedan en Valencia). Continuaba el autor su argumentación abundando en la paradoja de que las justas reivindicaciones de Valencia al Gobierno de España se convierten en cantonalismo y en victimismo si Alicante hace lo propio frente al Consell.

Queda patente que la financiación autonómica, y más aún la financiación dentro de cada comunidad autónoma, es una suerte de estafa piramidal en la que todos aportamos el pago de impuestos, pero que sólo beneficia al vértice de esa pirámide. Sin embargo, en la Comunidad Valenciana este hecho es aún más sangrante que en otras regiones, puesto que aquí las élites económicas y el poder político se concentran en la capital de una forma abrumadora, perjudicando, de modo notable, a lo que allí llaman de una manera entre condescendiente y despectiva “els territoris del sud” (la palabra “provincia” está proscrita del vocabulario nacionalista de nuestros gobernantes).

Ese afán de Valencia capital de acaparar todo para sí me lo explicaba un día un buen amigo con una fábula. Valencia, decía, es como la segunda esposa del marqués. Este señor tenía una mujer, marquesa de cuna, que nunca hacía ostentación de su poder y riqueza, y tan solo se adornaba con unas valiosas, pero discretas joyas, guardando el resto en el joyero para las ocasiones que así lo requirieran; pero vino a ocurrir que la marquesa falleció y el marqués se desposó con una de las sirvientas. Ésta, viéndose en posesión de todas las joyas de la difunta, las usaba todos los días de una forma recargada y con dudoso gusto. Al Cap i casal le ocurre algo parecido. Madrid es una marquesa, Barcelona era una condesa hasta que los separatistas y Colau la han echado a perder. Valencia, y que me disculpen mis excelentes y numerosos amigos valencianos, es un poco como la chacha: siendo joven, bonita y con excelentes y voluptuosos atributos, necesita adornarse (Palau de la Música, Ciudad de las Artes y las Ciencias…) para sentirse una señora.

Claro que todos esos adornos con los que Valencia se va revistiendo y a los que cada día se van añadiendo nuevas joyitas, como la del “aviazo” que narraba de una forma tan acertada Juan Ramón Gil, contribuyen a que a Alicante provincia sólo lleguen las migajas, de las que algo queda en Alicante ciudad, poco, mientras que a otras ciudades, que deberían tener un peso importante en la Comunidad Valenciana, como Elche, no llega absolutamente nada. Esto es muy triste y muy grave para Alicante y para Elche, pero tiene su lógica desde el punto de vista de la sirvienta. Ella se ha trabajado muy bien al marqués (el poder político y económico) y teme que esas dos chicas del sur puedan, algún día, disputarle sus favores, sobre todo si se dejaran de absurdas rivalidades entre ellas y estuvieran dispuestas a colaborar para desbancarla.

Toda esta reflexión, no sé por qué, me ha traído a la mente no un libro, sino una película Moros y cristianos. Una película, además, de un valenciano que es, junto a Buñuel, según mi modesto parecer, el cineasta más importante de la historia de España: Luis García Berlanga. Como sabrán ustedes, tal ha sido la impronta que este genial director ha dejado en todos nosotros que hasta el adjetivo “berlanguiano” ha entrado en el diccionario de la RAE para describir situaciones que tienen rasgos característicos de la obra de Berlanga, habitualmente escenas de un surrealismo cómico y satírico.

Esta película, en concreto, estrenada en 1987, trata sobre una familia, propietaria de una fábrica de turrones, que va a Madrid para promocionar sus productos en una feria gastronómica. Esta decisión la toman contra la opinión del patriarca y creador de la empresa, don Fernando Planchadell, que, fiel a sus principios, se resiste a toda innovación. Los maestros Berlanga y Azcona, aunque lejos de su mejor época artística, se vuelven a rodear de excelentes actores para conseguir uno de los mayores éxitos comerciales de su carrera.

Quizás algún día, Elche y Alicante se unan y organicen un viaje conjunto a Valencia, con sus líderes políticos y económicos al frente y, aunque tengan que ir disfrazados de moros y cristianos, consigan que el President, el que sea en ese momento, los reciba y consigan convencerlo de que una provincia de Alicante fuerte no es un peligro, sino una oportunidad para Valencia. Quizás, algún día, soñar es gratis.

 EL FRACASO DE LA EDUCACIÓN

Publicado en Diario Información el 4 de septiembre de 2021

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El fracaso de la educación

Recuerdo que en una visita que hice a la Universidad de Salamanca, hace tres años, me mostraron la austera aula en la que Fray Luis de León daba clase. El espacio se conserva tal y como era en el siglo XVI, cuando el erudito agustino ocupaba la cátedra de Teología: unos modestos bancos de madera sin labrar, que hacían las veces de asientos y pupitres de los alumnos, y una especie de púlpito, desde el que el profesor impartía su materia, eran las únicas piezas de mobiliario de la estancia. En este modesto contexto narra la tradición que Fray Luis de León pronunció la celebérrima frase de “Como decíamos ayer”, al reincorporarse a su cátedra, tras ser procesado por la Inquisición y haber permanecido en prisión cinco años por traducir a la lengua vulgar las Escrituras.

Desde el siglo XVI hasta la actualidad el hombre no ha cambiado tanto como se puede suponer. Nuestros anhelos, nuestros deseos, nuestros temores, nuestros vicios y nuestras virtudes son exactamente los mismos ahora que hace cinco siglos. La principal diferencia entre las sociedades de épocas tan dispares radica, fundamentalmente, en los avances tecnológicos que se han producido, especialmente en los últimos cincuenta años, y que han marcado de forma indeleble la forma de comportarnos y, sobre todo, de relacionarnos. De esto último las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), y en especial las redes sociales, son las responsables.

Si hoy acudimos no ya a un aula universitaria, sino a cualquier clase de primaria o secundaria de un colegio o instituto elegido al azar, comprobaremos que esos espacios poco o nada tienen que ver con los que se utilizaban hasta hace bien poco. La diferencia fundamental es que estas clases están plagadas de elementos tecnológicos. En casi ninguna falta ya una pizarra digital, ordenadores, conexión a Internet wifi, e incluso portátiles o tabletas para todos los alumnos. En muchos centros, especialmente en infantil, la propia disposición del aula ya no es la misma pues, en vez de situarse los pupitres alineados y enfrentados al del profesor y a la pizarra, se distribuyen en diferentes espacios, correspondientes a varios centros de interés o de actividad por los que los niños van rotando.

Es curioso como, cuando uno visita un centro educativo por primera vez, lo primero que sus responsables te muestran con un orgullo poco disimulado es la cantidad de dispositivos electrónicos con los que cuenta el centro y la manera con que usan esas “nuevas tecnologías” para intentar captar el interés de los alumnos y su gusto por el estudio de las diferentes materias. Sin embargo, los padres y sobre todo las madres inteligentes -que son estas últimas las que aún suelen llevar gran parte del peso de la educación de los hijos- se muestran preocupadas por la cada vez mayor dependencia que tienen sus vástagos de ordenadores, videoconsolas y teléfonos móviles, convertidos estos últimos en apéndices de los que no pueden separarse ni un segundo.

Al hilo de esta preocupación de esas madres inteligentes, recordé que había leído en alguna parte algo sobre la proliferación de colegios en Silicon Valley en los que está prohibida la tecnología. Buceando por Internet, precisamente, encontré un artículo del New York Times, entre otros muchos, que hablaba de este tema. Al parecer no es ninguna leyenda urbana, sino absolutamente cierto que los altos ejecutivos de empresas como Google, Amazon, Facebook o Microsoft envían a sus hijos, justamente, a colegios en los que están prohibidos los ordenadores, las tabletas, los móviles y ni siquiera tienen conexión a Internet.

¿Qué herramientas utilizan entonces estos centros? Muy sencillo: libros de papel, tijeras de recortar, barro para moldear, e incluso agujas de tricotar. ¿Por qué esos ejecutivos que se pasan el día programando, diseñando aplicaciones o haciendo más atractivas las redes sociales, para hacer dependientes a los niños y jóvenes de ellas, prefieren para sus propios hijos esta educación? Aunque sea una pregunta retórica y ustedes imaginen la respuesta implícita que esconde, les diré el motivo: ellos son conscientes de que las herramientas, y la informática es una, sólo se debe proporcionar a los niños y jóvenes cuando tengan suficiente madurez, experiencia y conocimientos previos para usarlas.

A nadie se le ocurriría poner en manos de un niño un martillo neumático, una sierra eléctrica o un soplete. Sin embargo, hay progenitores que permiten que su hijo de once años, o menos, disponga de un móvil con conexión a Internet donde puede ver películas porno, acceder a las redes sociales sin ningún control o caer en las garras de alguno de los pederastas que pululan en ellas y que con un sencillo programa informático pueden triangular la posición del niño y localizarlo.

La educación en nuestro país, y me lamenta mucho decirlo, ha entrado en un inexorable declive. Muchas son las causas y sería necesario un análisis muy riguroso y que no sería compatible con la extensión de un artículo como éste; pero simplificando yo diría que los cuatro pilares sobre los que se basa ese fiasco son la indefinición, por la proliferación de leyes en los últimos años, ninguna de las cuales ha tenido un objetivo bien definido; la existencia de tantos sistemas como comunidades autónomas y el arrinconamiento en algunas de ellas de uno de los principales activos de España, nuestro idioma común; el uso de las TIC como un fin en sí mismo, en lugar de como una herramienta; y despreciar lo que los ejecutivos de Silicon Valley quieren para sus hijos: el conocimiento, que es el verdadero fundamento del ascensor social que la educación debería ser.

Por cierto, esta semana, en contra de lo que es costumbre en esta serie de artículos, no les he hablado de ningún libro. El motivo es que el corolario de toda mi argumentación es que lean ustedes todo lo que puedan e inculquen ese hábito en sus hijos. No les regalen videoconsolas ni teléfonos hasta que no tengan al menos catorce años. Regálenles libros. Ahora se enfadarán, pero en el futuro se lo agradecerán.

 LAS BICICLETAS SON PARA EL VERANO

Publicado en Diario Información el 1 de agosto de 2021.

ESPERANDO A GODOT

Las bicicletas son para el verano

Quizás recuerden ustedes, aunque preferiría que no lo hicieran, mi fallida incursión en la narrativa de hace un par de semanas (víd. Esperando a Godot del día 10 de julio de 2021, “El universo de las dos lunas”). Ya saben, la historia de que aquel galán que rechaza la posibilidad de una noche de encendida pasión con una bella mujer por miedo a las leyes de la dictadura de género (tengan presente que, como advertí, se trataba de un relato sobre un futuro distópico).

Pues bien, ante el doble supuesto de que la época canicular en que nos hallamos es propicia para lecturas triviales, y de que tomo vacaciones hasta septiembre y tendrán un mes para perdonarme, voy a abundar en aquel relato del tórrido romance que acabó de forma abrupta, con las reflexiones del protagonista masculino de la trama montado en un taxi, camino de su casa.

Una vez en su domicilio, Javi, éste era su nombre, llamó a la misteriosa mujer, pergeñando una excusa que resultara plausible, con la esperanza de que ella, Inés, pudiera disculparle su espantada y aceptara un nuevo encuentro, en el que poder conocerse mejor (aún no descartaba la posibilidad de que fuera una agente del Ministerio del Pensamiento).

Javi era lo que popularmente se llama un piquito de oro, de modo que logró convencer a Inés de que un asunto inaplazable, y extremadamente grave, lo había reclamado aquella noche en el lapso transcurrido entre el momento en que ella le había entregado el papel con su número de habitación en el piano bar, y el instante siguiente en que él se levantó de forma apresurada y tomó aquel taxi.

Transcurridos unos días concertaron una nueva cita. Se emplazaron en la planta tercera del Mercado Provisional de Elche (ya nadie recordaba el porqué de su nombre) para tomar unos vinos y picar algo en alguno de los muchos locales que allí se habían instalado, tras la última remodelación acometida en el inmueble, allá por el año 2023.

El día convenido hacía calor. Era finales de julio y la mejor forma de acceder al lugar pactado era en bicicleta, pero al contrario de lo que afirma Fernando Fernán Gómez en el título de su obra de teatro, en Elche las bicicletas no son para el verano. Sea como fuere, los dos protagonistas de nuestra historia, a pesar de todas las trabas, incluidas las urbanísticas, llegaron puntualmente a su rendez-vous. Ambos estaban nerviosos y expectantes.

La conversación no fue tan abiertamente erótica como la que sostuvieron en el piano bar, de infausto recuerdo para Javi. Al contrario, transcurrió por unos derroteros de franco sinceramiento, en el que se hicieron todo tipo de confidencias que contribuyeron a que cualquier sombra de duda que alguno de los dos, pero especialmente él, pudieran albergar, se disipara por completo. Tanto es así que, finalizada la “picaeta” (no se ha comentado por obvio, pero ambos eran ilicitanos) decidieron continuar la tarde tomando una copa.

Inés sugirió algo en la costa. “El Hotel de Arenales es muy agradable en esta época”, señaló. Javi sonrió, pues era arquitecto de profesión y había seguido con mucho interés todo lo relacionado con aquel inmueble, desde que, en el verano de 2021, no se pudiera acometer su derribo, por no sé qué licencias municipales que no llegaban, y se terminara rehabilitando, según los planes iniciales. “Claro”, respondió Javi, imbuido por estos pensamientos, pero cautivado por la sonrisa y la frescura de Inés, y por la perspectiva que se le abría al sugerir ella continuar la tarde en un hotel. “Crucemos la pasarela y atravesemos la Plaça del Mercat, así, camino de la parada de taxis, te contaré la aberración urbanística y estética que supuso, cuando en el 2022, el Ayuntamiento decidió erigir en plena “Vila Murada”, una plaza tan desproporcionada”.

Se sentaron en la parte trasera de un taxi eléctrico de fabricación china y continuaron su amena conversación sobre varios temas, interrumpida puntualmente por furtivos besos y caricias, hasta que llegaron al fabuloso hotel, donde, sin necesidad de contrato ni permiso alguno, fueron directamente a recepción, pidieron una habitación con vistas al mar y una botella de “Veuve Clicquot” y subieron a alimentar la pasión que los consumía, ajenos al mundo, ajenos a todo.

Hasta aquí la parte narrativa, que espero que al menos les haya entretenido. Ahora toca, como es costumbre en esta sección, hablar de literatura. Pero, en esta ocasión, no les voy a comentar ningún título ni autor concreto, sino que, dado que es mi despedida hasta septiembre, les voy a hacer unas recomendaciones para leer este verano; recomendaciones que voy a dividir en dos apartados: el de las dirigidas al público general y otras específicas para algunos de nuestros políticos.

Las dirigidas a ustedes son la siguientes: 2066, de Ricardo Bolaño, Kafka en la orilla, de Haruki Murakami, La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, Todo esto te daré, de Dolores Redondo, Brooklyn Follies, de Paul Auster, o La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Sin olvidar, por supuesto que, si alguien no ha leído aún El Quijote, debe hacerlo inmediatamente. Nadie debería poder llamarse español si no lo ha hecho.

Las de los políticos, si me permiten, las voy a personalizar: para Pedro Sánchez, Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi. Para Carlos González, La pereza, de Gustavo Adolfo Bécquer. Para Esther Díez, la gran timonel, la ya mencionada Las bicicletas son para el verano, de Fernando Fernán Gómez. Para Pablo Ruz, El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Para Eva Crisol, bueno, para ella mejor una peli, ¿verdad?, le recomendaremos Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Para Aurora Rodil, Santiago y cierra España, de Javier Esparza. Para Eduardo García Ontiveros, El último Catón, de Matilde Asensi.

Yo me voy a poner, en cuanto pueda, con un libro que me ha recomendado un amigo y que pinta muy bien, Mi concepción del mundo, del Premio Nobel de Física Erwin Schrödinger.

¡Feliz verano a todos, a todas y a todes!

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...