OTSUKARESAMA

Publicado en Diario Información el 25 de julio de 2021


ESPERANDO A GODOT

Otsukaresama

Imagino que, por el título del artículo de esta semana, inferirán que nos vamos a adentrar en el, en ocasiones, al menos para los lectores occidentales, proceloso mundo de la literatura oriental y, en este caso, de una forma más específica, de la japonesa. Pero no sólo vamos a tratar de literatura, sino que, más adelante, voy a intentar explicar el significado del concepto que encabeza hoy esta sección, muy imbricado en la forma de ser del pueblo nipón.

La literatura japonesa, debido a la dificultad de aprender ese idioma, no es muy conocida, salvo por autores que han escrito en inglés o cuyas obras han sido traducidas a ese idioma y al español, principales lenguas del mundo. Un caso paradigmático es el de Haruki Murakami, del que soy un ferviente seguidor, hasta el punto de encontrarme entre la legión de sus incondicionales que, año tras año, nos vemos tremendamente decepcionados cuando se falla el Premio Nobel de Literatura y nuestro ídolo no resulta galardonado.

Sea como fuere, sí hay dos oriundos del país del sol naciente que han alcanzado esa distinción. El primero de ellos fue Kawabata Yasunari (1889-1972), premiado en 1968 “por su dominio de la narrativa, que con gran sensibilidad expresa la esencia de la mente japonesa”, en palabras de la Academia Sueca. En su discurso de aceptación, Kawabata, ante el público de Estocolmo, poco familiarizado con las tradiciones, la cultura y la literatura japonesas, supo trasmitir la delicada sensibilidad de su pueblo que, acaso por su mentalidad basada en la filosofía zen, aprecia la belleza efímera de la pléyade de manifestaciones de la naturaleza, como los ríos, las montañas, la luna, la nieve, o los árboles en flor.

El segundo Nobel japonés fue Kenzaburo Oe (Osehigashi, 1935), que lo obtuvo en la edición de 1994. De nuevo en palabras del representante del jurado “por ser alguien que, con fuerza poética crea un mundo imaginario, en el que la vida y el mito se condensan para conformar una imagen desconcertante del predicamento del hombre actual”. Esta vez, la lección magistral del premiado llevaba por título “Aimai na Nihon no watakushi” (Japón, lo ambiguo y mi yo) y hacía un repaso de la tradición de los escritores japoneses de posguerra, en su esfuerzo por compensar las atrocidades cometidas por el Ejército Imperial en el transcurso de la II Guerra Mundial.

Sin duda, como les decía, comprender una literatura tan ajena a nuestra tradición cultural es complicado. Los orientales en general, y los japoneses en particular, tienen una forma de concebir la vida tan diferente a la nuestra que, incluso para personas que han vivido allí durante años, todavía resultan chocantes algunas de sus particularidades vitales. Una de ellas, sin duda, es el alto concepto que allí se tiene por el trabajo bien hecho; y el agradecimiento que todos muestran por quien lo realiza con especial dedicación y atención.

Los trabajadores, y los empleadores españoles, que no somos de los peores del mundo ni mucho menos, a pesar del pobre concepto que tenemos de nosotros mismos, sí adolecemos, en mi modesta opinión, de la capacidad y la sensibilidad de agradecer a compañeros, jefes y subordinados, esos momentos en los que realizan un esfuerzo por encima incluso de lo que se espera de ellos.

Precisamente, el título del artículo de hoy “otsukaresama” es una expresión japonesa que se podría traducir, aproximadamente, por “gracias por tu gran esfuerzo, gracias por tu trabajo, o buen trabajo”. La locución está compuesta por el prefijo “o”, que se emplea siempre que se quiera mostrar respeto por el interlocutor, el verbo “tsukareru”, que significa cansarse, y el sufijo “sama”, que recalca la idea de respeto.

Yo, como funcionario docente que soy, trabajando como inspector de educación los últimos catorce años, sé que el concepto de agradecimiento por el trabajo bien hecho en nuestra profesión ha decaído mucho en los últimos tiempos; casi nadie muestra gratitud, ni siquiera respeto, por el trabajo de los docentes, y se les imputan los males del sistema educativo, que son responsabilidad de los políticos y no de ellos.

Por eso, a estas alturas de julio, cuando los profesores están a punto de iniciar sus vacaciones (empiezan el 1 de agosto, no se confundan) quiero romper una lanza por todos los docentes, especialmente en un curso tan duro como el que acaba de terminar y, si me permiten una referencia personal, a todos los que han participado en las oposiciones de secundaria de este año, que a su labor habitual han tenido que añadir el trabajo que han desempeñado en los diferentes tribunales constituidos a tal efecto.

Yo he participado en ese proceso, coordinando los tribunales de la especialidad de Castellano de nuestra Comunidad. El trabajo ha sido arduo. De la organización no voy a hablar porque, como amante del modo de ser japonés, no puedo criticar a mi empresa. Pero a todas las personas que han colaborado en algo tan importante como es seleccionar a los futuros profesores, con especial mención a algunas, que no cito personalmente por no incomodarlas, pero que saben perfectamente que me refiero a ellas (miembros de la Comisión de Selección, presidentes de Tribunales y tantos otros) sólo les puedo decir otsukaresama desu.

 DANTE Y LA LANGOSTA

PUBLICADO EN DIARIO INFORMACIÓN EL 17 DE JULIO DE 2021


ESPERANDO A GODOT

Dante y la langosta

Tras mi fallida incursión en la narrativa, aunque quizás en próximas entregas me anime a continuar con el relato de la semana pasada, en esta ocasión voy a intentar poner en orden mis pensamientos y volver por mis fueros; y qué mejor manera de hacerlo que comentándoles un relato corto del autor que me inspiró el título de esta sección: Dante y la langosta, del irrepetible y genial escritor irlandés Samuel Beckett.

Dante y la langosta (“Dante and the lobster”) forma parte de una serie de relatos cortos incardinados en una publicación de 1934, bajo el título genérico de More Pricks Than Kicks, traducido al español, no sé si con mucho acierto, como Sueño con mujeres que ni fu ni fa, y se le reconoce como uno de los mejores del autor. De hecho, con esta historia y el resto que componen la serie, Beckett retuerce los límites de la narrativa corta hasta el paroxismo, con un estilo directo, similar al que utilizaba su maestro, James Joyce, en Dublineses.

Dante y la langosta se desarrolla en Dublín, donde su protagonista, Belacqua Shua, es un erudito estudiante de italiano que posee una visión del mundo completamente misantrópica. El nombre de Belacqua no está elegido al azar. Beckett lo tomó prestado de uno de los personajes secundarios de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, concretamente del Canto IV, en el que aparece un personaje con ese nombre que representa la indolencia y la pereza, pero que, gracias a su ingenio, logra zafarse del infierno.

Del mismo modo que Murphy, el primer héroe de las novelas de Beckett, Belacqua muestra una evidente dicotomía entre su aspecto físico y su ascendencia intelectual, hecho que se refleja de una forma diáfana en su lenguaje. En un principio, parece que el argumento se centre en los rigurosos estudios del protagonista, pero, una vez que desconecta su mente, su parte física empieza a tomar control de su ser y, tras una serie de vicisitudes que no les voy a revelar (para que puedan leer el relato sin que mis impresiones sobre éste les condicionen) la historia termina con una reflexión cuasi metafísica sobre la cocción de una langosta viva: “Bueno, pensó Belacqua, es una muerte rápida; que dios nos ayude a todos. No lo es..”

Quizás Beckett sea un autor para gente rara, como yo, pero si se toman la molestia de leer algunos de sus relatos cortos, como el que les propongo, descubrirán toda una panoplia de ideas, más allá del aparente absurdo de sus textos. Qué es el mundo, al fin y a la postre, sino una concatenación de absurdos, de dislates, de hipérbatos, cuyo máximo exponente, quizás, sea el mundo de la política patria y local.

Cómo si no comprender algunas de las cosas que están pasando. Por ejemplo, que sustituyan a la portavoz del Gobierno, cosa que entiendo perfectamente porque su forma de vapulear la sintaxis del idioma español era directamente proporcional a la inteligibilidad de su discurso, hecho inédito para un portavoz, por otra cuya sintaxis parece impecable, pero cuyo cinismo sólo se ve superado por quien la ha designado para el cargo.

Porque, coincidirán ustedes conmigo que a la pregunta de si Cuba es una democracia, la única respuesta posible es un no rotundo. En caso contrario, alguien podría decir que la “democracia orgánica” que pregonaba el franquismo tampoco era una dictadura. El problema es que algunos estamos en contra de cualquier dictadura, ya sea comunista, teocrática, militar o de cualquier índole, mientras que los que ahora nos gobiernan desentierran dictadores muertos, mientras alaban a dictadores vivos.

Mutatis mutandis, en Elche, además de dictadores buenos y dictadores malos, también hay infracciones urbanísticas buenas y malas. De hecho, la bondad de una actuación depende del partido que gobierne en cada momento. Si gobierna la derecha, el mercado provisional es un delito ecológico grave, susceptible, y así se hizo, de ser denunciado ante la fiscalía. Si gobiernan PSOE y Compromís, no sólo ya no lo es, sino que al edificio se le quita la calificación de provisional, elevándolo a definitivo, se hace una modificación puntual del PGOU y, por arte de birlibirloque, pasa a ser un edificio emblemático, casi como la Basílica y el Palacio de Altamira.

En fin, viendo que la realidad supera a la ficción, puede ser que retome la novela cuyo primer capítulo les adelantaba la semana pasada. Si consigo darle un giro a la historia, quizás el protagonista encuentre el modo de sortear la situación y acabe encontrando el modo de consumar su encendida pasión por la chica del piano bar, con el consentimiento de la autoridad competente, o sin él.

 EL UNIVERSO DE LAS DOS LUNAS

Publicado en Diario Información el 10 de julio de 2021


ESPERANDO A GODOT

El universo de las dos lunas

He releído mis últimos artículos y, aparte de encontrar algún aspecto que debería haber cuidado más, me he dado cuenta de que estoy virando mi estilo, haciéndolo más personal, más intimista, si me permiten la cursilada. Quizás el motivo es que hace más de cuatro años y medio que me dirijo a ustedes, casi todas las semanas, y el hecho de que les ponga cara a muchos, bien porque ya los conocía y me han dicho que me leen, bien porque hemos coincido en algún ámbito, ya sea profesional o personal y han hecho lo propio, animándome a continuar, en la mayoría de los casos, me ha llevado a dirigirme a un público más próximo, más tangible.  

Por eso, a las últimas confidencias que les he venido refiriendo, voy a añadir una más: estoy pensando dar el salto a la narrativa, con mi primera novela. De hecho, ya tengo perfilados los personajes, la época y el arquitrabe de la trama. Les voy a adelantar unas pinceladas y el principio del primer capítulo, pues, como fieles lectores que son, creo que están en su derecho de tenerlo en primicia.

La novela se desarrolla en una localidad del levante español (me encanta lo de levante español, en la medida que fastidia a otros, pero es una referencia geográfica comúnmente aceptada). Transcurre el año 2025 y estamos en la segunda legislatura de Pedro Sánchez quien, tras haber anunciado por séptima vez la victoria sobre el virus y el comienzo de una inexorable recuperación económica con tan solo un 25% de paro, gobierna con una amplia mayoría parlamentaria que al fin le permitirá, entre otras cosas, convocar el referéndum de autodeterminación de Cataluña (se trata, como ven, de la típica novela distópica).

En el primer capítulo conocemos a los protagonistas. Un hombre y una mujer. Sus nombres aún no se nos han desvelado, pero lo podemos ver a él en el piano bar de un elegante hotel, sorbiendo una copa, quizás un daiquiri. Lo hace con fruición, pasando con parsimonia los cubitos de hielo por sus labios. Fuera hace calor, pero aquí el aire acondicionado distribuye unos perfectos veintidós grados por la estancia. Quizás es un tic nervioso. De hecho, mira su reloj compulsivamente cada poco. Espera a alguien, sin duda. Mientras el pianista pulsa quedamente las teclas de un piano de cola, llevando la melodía de “Arrivederci Roma” a los confines de la sala, aparece una mujer, con un llamativo vestido negro ceñido a su cuerpo, que se dirige a su mesa con paso firme, se sienta a su lado y lo escruta en silencio, con una mirada entre tímida y pícara. El camarero acude solícito y ella pide un Dry Martini. La charla parece amena, se intercambian risas cómplices y miradas lascivas. Se palpa cierta tensión sexual no resuelta en el ambiente. En un momento dado, ella se levanta, le da a él un largo beso en una mejilla, le desliza un papel sobre la mesa y sale, sin volver la vista, consciente de que él calibra su cuerpo en la distancia. El hombre deshace la doblez de la hoja para descubrir su contenido: un número de habitación y un beso marcado con carmín. Nuestro apuesto protagonista apura su bebida, se atusa el pelo y se dirige a la puerta, donde toma un taxi. Ya en el interior, una vez indicada la dirección de su domicilio al conductor, se lamenta de su error: tras la aprobación de la última modificación de la “ley de sólo sí es sí” de la ministra Montero, tenía que haber pedido a la chica un consentimiento expreso, por escrito y refrendado por el funcionario competente. Haber tocado la puerta de aquella habitación sin tenerlo podría haberle acarreado graves consecuencias. Ella podía haber sido una especie de policía del pensamiento y haber ordenado su detención en el acto. En fin, pensó, mejor vuelvo a casa, ducha fría y a la cama… Son los tiempos que nos ha tocado vivir, reflexionó, como para infundirse unos ánimos que ni tenía, ni buscaba, ni esperaba encontrar. Al menos esa noche.

Perdonen la boutade. Lo cierto es que una novela con la trama que les he presentado no creo que tuviera más lectores que mi familia y cuatro amigos (y éstos por compromiso). De modo que, para compensarles, me gustaría hablarles de una novela, una gran novela de verdad, ésta sí, que me ha venido a la mente tras comprobar como, semana tras semana, el Consejo de Ministros se dedica a filosofar, en vez de a gobernar. Se trata de 1Q84, de Haruki Murakami. La novela se desarrolla en el Tokio de 1984, pero el título ya hace referencia a un mundo paralelo, en cierto modo orwelliano: la letra “q” y el número “9”, en japonés se pronuncian igual; Murakami utiliza esa coincidencia para adentrarnos en ese universo alternativo, en el que brillan dos lunas y las cosas no son exactamente igual a lo que estamos acostumbrados en nuestra dimensión (de ahí el símil que intentaba establecer con el “mundo paralelo” en el que viven muchos políticos).

Los capítulos de la obra se nos presentan, de forma alternativa, desde las perspectivas de los dos protagonistas: Aomame y Tengo. Ambos se conocieron en la escuela primaria y no se han visto en los últimos veinte años, lo que no ha impedido que desarrollen un amor recíproco. Sus vidas, que al final han de converger de alguna forma, transcurren de forma tan paralela como los universos de 1984 y 1Q84. Tengo es un profesor de matemáticas y escritor de veintinueve años; la vida de la treintañera Aomame es algo menos convencional. Su trabajo como instructora de gimnasia es sólo una tapadera que esconde su verdadera profesión de asesina, especialmente de hombres que han cometido algún abuso a mujeres, o que ella considera susceptibles de hacerlo.

En definitiva, una novela muy interesante, magistral en mi opinión, y especialmente recomendable para la época estival, dada su longitud (mi edición son dos tomos de 936 y 523 páginas, respectivamente). Con buena literatura como ésta quizás nos olvidemos de algunos de los problemas que nos acechan y de todas las estulticias que intentan inculcarnos.

 ELCHE, CIUDAD ORGULLOSA

Publicado en Diario Información el 3 de julio de 2021


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Elche, ciudad orgullosa

Entre mis vicios inconfesables, que no creo que sean más, ni menos, que los que la mayoría de los mortales escondemos, hay uno que les resultará especialmente retorcido y que, aunque les parezca un oxímoron, les voy a relatar: soy un gran aficionado a la historia y los logros en el campo de la arquitectura y la ingeniería de la antigüedad clásica romana, así como a la utilización de locuciones latinas, que intento colar muchas veces en mis escritos e incluso, en un ejercicio que espero que no califiquen de pedante (procuro hacerlo en los contextos adecuados), en el lenguaje oral.

Una de esas locuciones, utilizada en nuestro idioma desde la Edad Media, es la que afirma que “excusatio non petita, accusatio manifesta”, es decir, que una excusa, manifestada sin que medie ninguna petición para formularla, señala al que la profiere como autor de la falta de la que se pretende zafar. Digo todo esto porque voy a expresar, a continuación, una excusatio que no quiero que se vuelva contra mí como una accusatio.

Por mis escritos, y por mis confesiones sobre mi pasado en anteriores entregas de esta sección, habrán inferido que mi ideología política es más afín a lo que podríamos calificar, dentro de un esquema tradicional, como de derecha o centro derecha. Si les hago esta confesión es porque voy a abordar un tema espinoso, el de los derechos de los colectivos LGTBI, en el que las personas que no somos de izquierdas parece que no podamos participar, pero en el que yo voy a entrar, huyendo de las posiciones políticamente correctas y dejando meridianamente claro, y ésta es mi excusatio, que soy un firme defensor de esos derechos, pero que no me gusta el cariz de opereta que, en ocasiones, los políticos imprimen a los actos que organizan para reivindicarlos.

De hecho, en los últimos días ha surgido una enconada polémica entre colectivos feministas y LGTBI, como consecuencia de la ley que Podemos pretende aprobar y a la que algunos sectores del PSOE se oponen. Debo reconocerles que yo en ese debate me pierdo totalmente, pero, por lo que se publica en diferentes medios de comunicación, la “ley trans” que inició su tramitación con su aprobación en el Consejo de Ministros el martes, elimina la necesidad de informes médicos y de otros requisitos para cambiar el nombre y el género del DNI. De aprobarse definitivamente la ley, bastaría con comparecer en el Registro Civil y solicitarlo, lo que se ha calificado como “autodeterminación de género”. En ese punto, precisamente, es donde ha surgido el mayor escollo, personificado en la vicepresidenta Carmen Calvo, quien afirmó en una entrevista en la Cadena SER que (sic.) “A mí me preocupa fundamentalmente la idea de pensar que el género se elige sin más que la mera voluntad o el deseo, poniendo en riesgo, evidentemente, los criterios de identidad del resto de los 47 millones de españoles.” No soy ningún dinosaurio reaccionario (nueva excusatio), pero insisto en que no entiendo nada de nada. ¿No podría ser todo más sencillo? ¿No bastaría con educación y respeto para todos sin entrar en estas discusiones bizantinas? ¿Está en riesgo mi identidad?

Sea como fuere, toda esta controversia se ha enmarcado, más por causalidad que por casualidad, en la “Semana del Orgullo”. Nuestro Ayuntamiento, muy dado a los actos simbólicos, ya que actos palpables realiza pocos, se ha sumado con inusitada fruición a su celebración, declarando a Elche “Ciudad Orgullosa”. Si se toman la molestia de navegar un rato por las redes sociales del consistorio podrán comprobar, a parte de los comentarios protagonizados por los antediluvianos de extrema izquierda, de extrema derecha y de ignorancia extrema, los actos promovidos por el consistorio. Nada que objetar, salvo lo que les comentaba anteriormente: estos actos son tan teatrales (el PSOE últimamente es dado a organizar escenificaciones sobre el escenario, como la de Pedro Sánchez en el Liceu sobre los indultos) que ya no acude nadie, ni se toman en serio.

Que se trata de la “lectura pública de un manifiesto institucional por el Día del Orgullo LGTBI”, ahí está el concejal que lo lee y los otros concejales, que al parecer no tienen otra cosa que hacer, que escuchan y aplauden. Eso sí, con “todas las medidas higiénico-sanitarias”, faltaría más. A continuación, se “inaugura” un banco “LGTBI” y se sueltan unos globos “ecológicos” (los debieron de rellenar soplando a pulmón y el material con que están hechos es de piel sintética de cerdo de proximidad criado en granja sostenible).

Estoy profundamente convencido de que las personas podemos ser sensibles, tolerantes y abiertas sin necesidad de recurrir a tantas sandeces, de modo que, antes de decir algo que requiera una nueva disculpa no pedida, les dejo con el poema de un gran hombre, que amaba a otros hombres, y que escribía cosas tan absolutamente maravillosas como la Casida de la rosa, de Federico García Lorca:

La rosa

no buscaba la aurora:

Casi eterna en su ramo

buscaba otra cosa.

 

La rosa

no buscaba ni ciencia ni sombra:

Confín de carne y sueño

buscaba otra cosa.

 

La rosa

no buscaba la rosa:

Inmóvil por el cielo

¡buscaba otra cosa!

 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...