DEBERES PARA SEPTIEMBRE

PUBLICADO EN DIARIO INFORMACIÓN EL 26 DE JULIO DE 2019


ESPERANDO A GODOT

Deberes para septiembre

Antiguamente, cuando un alumno no se había aplicado lo suficiente durante el curso escolar, las asignaturas que no había superado en los exámenes ordinarios de junio le quedaban pendientes y debía recuperarlas en septiembre. En mi caso, dado que ésta es la última columna de Esperando a Godot hasta el mes de septiembre, he de confesarles que me ha quedado pendiente la ornitología, puesto que en el artículo de la semana pasada comenté, de forma errónea, que el personaje de Azarías, en la novela Los santos inocentes, de Delibes, había amaestrado un milano al que llamaba “Milana bonita”. Gracias a mi buen amigo Paco Navarro, que me señaló el gazapo, he sabido que el ave en cuestión no era otra que un Coloeus monedula, conocida comúnmente como grajilla. Ya saben ustedes lo que dijo el poeta inglés Alexander Pope: “Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios”.

Es probable que a estas alturas de la lectura estén barruntando que hoy les voy a aburrir con lo que está acaeciendo en el Congreso de los Diputados en torno al debate de investidura. No es el caso. Tengan en cuenta que, aunque este artículo se publica los viernes, por motivos obvios se envía a la redacción los miércoles; de modo que lo que ya haya ocurrido el jueves en la segunda votación no lo puedo saber a la hora de escribir estas reflexiones. No obstante, ya les puedo vaticinar que, pase lo que pase, ahora o en septiembre, no pinta muy bien para España. Alguien podría decir que en otros países, como el Reino Unido, el nivel de los políticos también ha descendido de una forma escandalosa con la elección de Boris Johnson, o que peor van las cosas en Italia con el pacto entre la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas, pero tirando de refranero, como suelo hacer en muchas ocasiones, tendría que sentenciar aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Retomando el asunto de los exámenes de septiembre, debo reconocer que las horas que algunos estudiantes pasaban estudiando las materias “cateadas” durante el curso bajo la implacable canícula ibérica de julio y agosto, visto con perspectiva, me parece de una crueldad sin parangón. No estoy hablando desde un punto de vista pedagógico puesto que, aunque me dedico profesionalmente a la educación, soy consciente de que hay motivos tanto para defender las pruebas extraordinarias de septiembre, como para lo contrario; lo hago desde un punto de vista meramente humanitario, por la pena que me producía ver a esos jóvenes mirando por la ventana, con su libro de matemáticas abierto y un lápiz entre los dientes, mientras rascaban con la uña el borrador “Milan”, como el prisionero que rasca las paredes de su celda con la vana ilusión de buscar su libertad al otro lado.

Ahora bien, del mismo modo que siento compasión por esos estudiantes que sudaban la gota gorda en esos veranos de nuestra juventud, en los que no existía el aire acondicionado, salvo en casa de los más pudientes, no puedo sentir la más mínima conmiseración por nuestros políticos locales. Es duro, la verdad sea dicha, ser concejal de Elche en agosto, pues se debe acudir a muchos actos sin la libertad de la que disfrutan los ciudadanos de a pie; pero en el caso del Equipo de Gobierno municipal creo que es un justo peaje por todas las asignaturas que les han quedado pendientes para septiembre.

Cuando hay un cambio de color político en el Ayuntamiento, o en cualquier otra institución, es muy manida la fórmula de achacar todos los males a la consabida “herencia recibida”. Pero en el caso de Elche, la peor herencia recibida la han propiciado los mismos partidos que gobernaban y siguen haciéndolo. Como se publicaba en este mismo periódico el pasado miércoles, el Tribunal Central de Recursos Contractuales (TCRC) ha suspendido cautelarmente la tramitación de la nueva contrata de limpieza de Elche. Esa suspensión se podrá, o no, levantar cuando el TCRC emita un fallo definitivo pero, aparte de esta cuestión, hay dos hechos que proyectan una sombra de duda muy gris sobre todo este asunto: el primero es que la aprobación de la licitación de estos pliegos, ahora cuestionados, se produjo en la última Junta de Gobierno celebrada antes de las elecciones. El segundo, que antes de esos comicios, el concejal responsable del área dio una cifra de 285 millones de euros como precio de la contrata; pero ahora, por arte de magia, esa cifra parece elevarse a 327 millones de euros, más IVA, aunque el propio concejal, que resulta ser el mismo, no sabe a ciencia cierta cuál será el monto final.

Las basuras, el Mercado Central (que ya no es herencia recibida, sino propia), las infraestructuras viarias y ferroviarias pendientes (que ya no dependen de gobiernos de otro signo político), la renta per capita menguante, la economía sumergida y las pensiones de miseria que de ella se derivan, la irrelevancia en materia turística, el adefesio del Hotel de Arenales, las construcciones educativas prometidas (herencia propia también ahora), el olvido sistemático de las pedanías (con Pedáneos designados de nuevo)…. ¡Señores, todo para septiembre!

Lamento no haber hablado de literatura esta semana, más allá de la referencia al brillante Alexander Pope. Queda pendiente también para septiembre, cuando retomemos esta sección de Esperando a Godot.

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 MILANA BONITA

PUBLICADO EN DIARIO INFORMACIÓN EL 19 DE JULIO DE 2019


ESPERANDO A GODOT

 

Milana bonita

La capacidad de asombro de los españoles ante la inoperancia de los políticos que nos gobiernan sólo es comparable con la perplejidad que nos produce el descaro con el que los que aspiran a hacerlo se postulan, indicando exactamente el puesto que anhelan, renunciando a cualquier ideario político o programático y, sobre todo, despreciando lo último que debe perder no ya un político, sino cualquier persona: la dignidad. “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”, que decía Marx, Groucho no Karl, por supuesto.

Tal es el caso de las supuestas negociaciones, los enredos varios, los cruces de declaraciones a través de diversos medios de comunicación y las acusaciones, unas veces veladas y otras explícitas, entre el PSOE y Unidas Podemos a cuenta de la sesión de investidura, o de no investidura, que ha de comenzar en el Congreso de los Diputados el próximo día 22 de julio. Pablo Iglesias se ha quitado la careta definitivamente y reconoce que lo único que persigue es ser ministro y que para ello (sic) “Está dispuesto hasta a cortarse la coleta”, cosa que a mí me encantaría ver. Pedro Sánchez, por su parte, reclama a todos los partidos una elección por aclamación, Santo súbito!, parece que quiera oír en el parlamento, mientras los trescientos cincuenta “padres de la patria” depositan en él, el del “no es no”, su confianza y hasta su indulgencia plenaria.

Claro que todo este teatro del absurdo, encabezado por Pedro y Pablo, se ha visto salpicado por una serie de gags tragicómicos protagonizados por los ministros del Gobierno en funciones. Los mismos que durante meses conceden entrevistas con cuentagotas, pero que cuando llega una campaña electoral o, como en el caso que nos ocupa, quieren trasmitir a los ciudadanos que la culpa del bloqueo político es de los demás, se prodigan en todas las televisiones hasta la saciedad; y como el refranero español es muy rico y muy sabio, ocurre lo que tiene que suceder en estas ocasiones: que el que mucho habla, mucha yerra.

Difícil lo tendría el jurado de los Premios Max de teatro para otorgar este año el galardón al mejor actor y a la mejor actriz de reparto si tuviera que escogerlos entre los ministros del Gobierno, pues tenemos actores de la talla de José Luis Ábalos y Adriana Lastra. Pero si yo formara parte de ese jurado, no tendría duda alguna. Para mí, la mejor interpretación de esta etapa estival, en busca de la tan ansiada investidura presidencial, sería Carmen Calvo por su magistral interpretación en la opera buffa titulada “No bonita”.

Como seguro que ustedes habrán sido más inteligentes que yo y quizás no se hayan enterado de la polémica suscitada por la vicepresidenta del Gobierno porque han estado en la playa contando nubes, como su anterior jefe de filas, les explico que el revuelo se originó cuando Carmen Calvo afirmó que el feminismo se gestó en el seno del socialismo, remachando sus afirmaciones con la ya celebérrima sentencia con la que concluyó su reflexión: “No bonita, el feminismo no es de todas, nos lo hemos currado en la genealogía del pensamiento progresista”. No voy a replicar a estas palabras, pues descalifican por sí mismas a la que las pronunció, pero sí me gustaría, como contrapunto, reproducir a continuación las palabras de Patricia Ortega, primera mujer general del Ejército Español, cuando se le preguntó sobre el tema en la emisora de radio Onda Cero: “El feminismo sí es de todas porque es parte de los Derechos Humanos.”

En cualquier caso, lo de “no bonita” me ha traído a la mente una magnífica novela de Miguel Delibes, del año 1981, que fue llevada al cine con gran éxito por Mario Camus en 1984: Los santos inocentes. El libro, y la película homónima, relatan la vida de una familia de jornaleros extremeños que viven en un cortijo, atendiendo a las órdenes y los caprichos de los señoritos, que los someten a toda suerte de humillaciones y vejaciones. En la película, los tres personajes principales, Paco “el Bajo”, Régula y Azarías, están interpretados respectivamente por Alfredo Landa, Terele Pávez y Paco Rabal. El personaje de Azarías es uno de los más interesantes, tanto en la novela como en la película, gracias a la excelsa interpretación de Paco Rabal, que da vida a un hombre con discapacidad intelectual que tiene un milano adiestrado, al que se dirige llamándole “milana bonita, milana bonita”. La trama, como bien saben, acaba en tragedia cuando el señorito Iván abate el ave de un tiro y Azarías se cobra venganza, con gran sangre fría, ahorcándolo de una de las encinas del cortijo.

La situación que se describe en Los santos inocentes es una magnífica denuncia social sobre lo que ocurría en el campo extremeño en los años del tardofranquismo. Nuestra sociedad, por fortuna, ha avanzado de una forma exponencial desde entonces. Los derechos de todos los ciudadanos están garantizados por ley y somos uno de los países con mayores cotas de libertad para todos los colectivos, sin excepción. Que hay que seguir avanzando es indudable. Pero que la izquierda se arrogue en exclusiva los logros conseguidos hasta ahora no es progresista, sino retrógrado. Esa presunción supondría echar por tierra las metas alcanzadas gracias a nuestra transición y a nuestra democracia y eso, bonita, sí que no lo podemos consentir.

 

 

 

 

 


 LA CIUDAD QUE QUEREMOS

PUBLICADO EN DIARIO INFORMACIÓN EL 12 DE JULIO DE 2019

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ESPERANDO A GODOT


“La ciudad que queremos”

A comienzos del presente siglo, justamente en el año 2000, el panorama editorial y mediático español se vio agitado por una enorme polémica cuando la conocida presentadora de televisión, Ana Rosa Quintana, fue acusada de plagio por su libro (de “folletín” lo tildaba el diario El País el 17 de octubre de ese año) Sabor a hiel. La ínclita y televisiva Ana Rosa se defendió, en un principio, afirmando que ella no había copiado, sino que entre su obra y otras había una cierta “intertextualidad”; pero finalmente tuvo que reconocer que por un “error informático” el engendro contenía párrafos literales de Mujeres de ojos grandes, de Ángeles Mastretta, y de Álbum de familia, de Danielle Steel.

La cuestión tuvo que ser definitivamente zanjada por la editorial Planeta, retirando el texto del mercado, eso sí, cuando ya se habían vendido 100.000 ejemplares y se estaba preparando una segunda edición. Si tenemos en cuenta que la obra de ficción más vendida en España en 2018, Las hijas del Capitán, de María Dueñas, editada también por Planeta, tuvo una tirada inicial de 500.000 volúmenes, la cifra de ventas alcanzada por el plagio de Quintana hasta su retirada no es en absoluto desdeñable.

Sea como fuere, es obvio que cuando nos sentamos a escribir, y tras superar el consabido miedo a la hoja en blanco, en nuestra cabeza empiezan a agolparse ideas que, de una forma irremediable, vienen de algo que hemos oído o leído; la creación de una gran obra, de un referente universal, desde la nada, sólo está reservado a mentes privilegiadas que, por fortuna, en España han sido y siguen siendo legión. En cualquier caso, como resulta harto evidente que la mía no se encuentra entre ellas, al escribir el título de este artículo me di cuenta de que había elegido el mismo que el empleado por el señor Alcalde en su tribuna del pasado domingo en este mismo diario. Por ese motivo, para no ser acusado yo mismo de plagio, me he visto en la necesidad de entrecomillarlo y citar la fuente, como se deber hacer en estos casos.

Leyendo el artículo de nuestro alcalde, cosa que hice con sumo interés, me vino a la mente otro mío, de enero de este mismo año, cuyo título era El cuento de la lechera; vayan por delante mis más humildes disculpas con los lectores, pues he pasado de plagiar el título a citarme a mí mismo. Por favor, no consideren esto último pedantería, que suele serlo si se hace de forma demasiado recurrente, pues viene perfectamente al caso que nos ocupa la cita que en aquella ocasión introduje, perteneciente a un cuento de El Conde Lucanor, de Don Juan Manuel, en el que el siervo Patronio le daba a su señor este consejo: “Vos, señor conde, si queréis que lo que os dicen y lo que pensáis sean realidad algún día, procurad siempre que se trate de cosas razonables y no fantasías o imaginaciones dudosas y vanas”.

No interpreten por mis palabras una acusación velada o implícita contra nuestro alcalde de presentar ante los ciudadanos de Elche fantasías o imaginaciones dudosas y vanas, como decía el buen Patronio. Más bien al contrario, siempre he defendido que nuestra ciudad se encuentra en un delicado impasse, del que no saldrá hasta que no sea gobernada de una forma valiente, decidida y, por qué no, incluso utópica. No obstante, con todo y con eso, me habría gustado que nuestra máxima autoridad hubiera sido algo más concreto en sus planteamientos, aprovechando la ocasión que el Diario Información le dio para dirigirse a los ilicitanos o, cuando menos, haber explicado de una forma inteligible para todos los proyectos que intentaba presentarnos.

Resulta evidente que el objetivo último del nuevo gobierno que, en palabras del primer edil es “propiciar el aumento de la calidad de vida, el progreso económico y la prosperidad de la mayoría social” es compartido por todos y cada uno de nosotros. De la misma forma, en los concursos de Miss Universo, cuando le preguntan a la guapísima concursante, que hasta que se instauró allí el socialismo populista solía ser venezolana, sobre sus deseos más ferverosos, contesta con algo así como “la paz en el mundo y la concordia entre todos los pueblos”. ¿Quién puede cuestionar palabras tan bonitas pronunciadas con ese maravilloso español tropical?

Otra cuestión que para mí no quedó clara fue la referente al “desarrollo sostenible, económico, ambiental y social”, ni cómo se va a producir la anunciada “transformación urbana”, aunque sí es cierto que el Alcalde comentó que giraría “sobre cuatro ejes básicos”: “el impulso económico y el empleo”, “la modernización y mejora de los servicios públicos municipales y autonómicos”, “la cohesión social” y “la cohesión territorial y la mejora urbana”, dando ejemplos de cada uno de ellos aunque, por desgracia, muchos de los temas citados no son competencia estrictamente municipal, por lo que queda por ver cuál es el compromiso del resto de administraciones con Elche. Los precedentes no nos permiten ser demasiado optimistas al respecto.

Finalizó su escrito nuestro alcalde diciendo que el Elche que todos queremos construir es “una ciudad justa, abierta, moderna y tolerante, en la que las personas, su calidad de vida, su dignidad y su felicidad sean lo realmente importante”. Absolutamente de acuerdo, pero si cierro los ojos y dejo volar mi imaginación, esta frase siempre resuena con ese precioso acento caribeño de Maracaibo.

 

 

 


 CAMBIAR TODO PARA QUE NADA CAMBIE

PUBLICADO EN DIARIO INFORMACIÓN EL 5 DE JULIO DE 2019

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ESPERANDO A GODOT

Cambiar todo para que nada cambie

El año 2012, el semanario británico The Observer elaboró una lista con las que, según su criterio, eran las diez mejores novelas históricas de todos los tiempos. Una de esas novelas era Il Gattopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. No en vano, El gatopardo es uno de los libros más vendidos en italiano y se le considera una de las obras más relevantes de la literatura italiana contemporánea. Además, desde su publicación póstuma en 1958, ha sido traducido a cuarenta y seis idiomas, convirtiéndose en un referente literario mundial.

Aunque es probable que la aproximación de la mayoría de ustedes a El gatopardo haya sido a través del celuloide, pues la novela fue llevada al cine en 1963, bajo la dirección del magnífico Luchino Visconti y la intervención, en los papeles estelares, de nada más y nada menos que Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon.

El Gatopardo hunde sus raíces en la novela histórica del siglo XIX, representando el surgimiento de un nuevo estilo a la hora de escribir novelas. Para Lampedusa, la nueva novela es principalmente psicológica. De hecho, aunque parezca lo contrario, el tema no es una serie de acontecimientos, sino la ansiedad humana. Las imágenes de la trama presentada en El gatopardo siguen tres ritmos: uno casi inmóvil, condicionado por la geografía y el clima de Sicilia; otro lento, constituido por la historia social; un tercero rápido y efímero, refugiado en las vivencias de los personajes.

No en vano, los antecedentes literarios de Lampedusa eran Virginia Woolf, James Joyce, T.S. Elliot y la teoría psicoanalítica de Freud. El Príncipe Fabrizio, protagonista de la novela, es un hombre consciente de los límites humanos, por lo que desarrolla una actitud absolutamente estoica. Por eso, la celebérrima frase de su sobrino Tancredo “Todo debe cambiar para que nada cambie”, parece transformarse, en el lecho de muerte de Don Fabrizio en un “si tú no cambias, el tiempo te cambiará”. Se trata, en definitiva, de una novela en la que los límites temporales de la naturaleza humana están siempre presentes de una manera melancólica, conmovedora y sabia.

Precisamente la paradoja que encierra la frase “Todo debe cambiar para que nada cambie” ha dado lugar a una expresión, utilizada con frecuencia en ciencias políticas, conocida como “gatopardismo” o “lampedusiano”. Aunque el origen de esa idea de Tomasi di Lampedusa no sea del todo original, pues ya Maquiavelo en sus Discursos (libro I, capítulo 25) decía que “Quien quiera convertir a un estado anticuado en una ciudad libre ha de conservar al menos la sombra de las formas antiguas.”

Ahora bien, si quieren ustedes obtener un ejemplo arquetípico de “gatopardismo” no tienen más que comparar los titulares de los medios de comunicación ilicitanos de las últimas semanas con los de hace cuatro años. Si tienen la paciencia de someterse a este ejercicio, podrán comprobar que la única diferencia entre unos y otros es la fecha que encabeza la noticia.

En Elche el tiempo nos cambia, pero todo lo demás permanece inalterable: si hace cuatro años se anunciaba la inminente llegada del AVE a nuestro término municipal, que no a nuestra ciudad, pues esa línea férrea, mientras no esté conectada con la de cercanías no va a aportarnos beneficio alguno, ahora se proclama desde el Ayuntamiento que ya está llegando, mientras el Gobierno de España dice que sí, pero que ya no va a dar fecha concreta.

La plataforma “Salvem el Mercat” pide el enésimo informe al consistorio sobre uno u otro aspecto relacionado con el tráfico, las catas arqueológicas o el refugio de la Guerra Civil; ignoro si dicho colectivo ha recibido todos los informes que ha solicitado porque, si así fuera, su archivo no cabría en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. Mientras tanto, la solución, sea la que sea, sigue sin llegar por parte de quien corresponde, es decir, del Gobierno municipal.

Sin embargo, las cuestiones nimias, que parece ser que tanto gustan a algunos políticos, siguen acaparando el quehacer cotidiano de nuestros munícipes: la inauguración de unos bolardos, la presentación de un cartel, su demostración de cariño regalándose ósculos, la asistencia a eventos festeros, o las críticas por la ausencia de los contrarios a los mismos, parecen ser los asuntos que ocupan y preocupan a los nuevos y a los antiguos concejales.

Los cien días de cortesía son un concepto antiguo, pero elegante. Concedámoslos, pero esperemos que en septiembre, con la inauguración de lo que gustan en llamar “el curso político” empecemos a ver que la ciudad se mueve.


 DEL PUENTE A LA ALAMENDA Publicado en Diario Información el 8 de julio de 2023 Esperando a Godot   Del puente a la alameda   ...